Editorial

Los amores que he dejado ir II – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Los amores que he dejado ir II

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

 

Las relaciones entre las personas son de por sí, harto complicadas. Sea el tema que sea, el momento, clase social, sistema de creencias, lo que sea. Siempre hay dos versiones de una historia, se debe reconocer desde un comienzo, aunque no siempre es posible escucharlas ambas, y menos aún conciliarlas para que sean coherentes con los hechos reales. A veces es imposible distinguir la escala de grises, y sale más barato saltarse a la simplicidad del raciocinio binario de justificaciones y culpas. Así aprendí una valiosa lección sobre la felicidad personal, que por demás, es propia y no colectiva. Mucho tiempo coincidí a una persona a la que tuve en la mayor estima por ser quien era, y de quien conservo los mejores recuerdos; no faltos a veces de sus peculiaridades. Fue una mujer maravillosa, cuyo trato era jovial y con las complicaciones que traen consigo las personas interesantes. Los caminos se fueron acercando, a veces torcidos, a veces fuera de la vista, hasta que dieron todo lo posible que podían dar de sí. Entonces pasó lo que más me aterraba, esa pesada divergencia. Pero el mundo no fue peor, ni el cielo menos azul, ni me sentí tan miserable como pensé que sería dicho escenario. A veces sólo nos predisponemos a sufrir por deporte, por ganar significancia; simple aburrimiento.

Resulta y acontece que, de esa amistad surgieron muchos relatos y aventuras que son sólo compatibles entre dos, así como los chistes y las anécdotas privadas que se igualan con las travesuras entre hermanos o las caricias sordas de los amantes que tratan de no ser expuestos; de igual los detalles aclaratorios. De la complicidad de pensar que el arte lo puede todo, hasta las bélicas disputas ideológicas, no hubo nada que no permitiera sortear cualquier flaqueza, aunque a veces era necesario alejarse para lamerse las heridas, o dar un paso fuera del camino para que la felicidad no saliera ahuyentada por la brecha. Así, concebía yo que las personas no nos pertenecen en absoluto, y que es necesario entender que tienen voluntades propias, que no requieren alinearse con las nuestras. Entonces las cosas parecían irrompibles, porque hasta ese momento lo habían sido. En algún momento, las circunstancias de la vida nos llevaron a acercarnos más de lo previsto, y tuvimos que pagar esas consecuencias; dejar que la expresividad sensorial fuere una variable no nula en la compleja ecuación de nuestra relación. Navegar entre las aguas de la amistad tiene delicadas líneas que rozan con el amor, y que a veces son aguas tórridas para las que no se puede usar cualquier veleta. Se requiere mucha humanidad para avizorarlo, o muy poca para sortear esos peligros con parcial dignidad. Sigo convencido que vivir resulta más sencillo de lo que parece, siempre y cuando sea la voluntad de la conciliación lo que perdure y no el ego. No siempre es así. A veces se dejan las conversaciones de golpe, no hay a donde volver.

Tal vez fue ingenuo pensar que la amistad era más fuerte, y que eso bastaba para soportar el peso del mundo. No me arrepiento tampoco, pero reconozco lo iluso del pensamiento. Llegado el momento, con esas oportunidades que rara vez da la vida, dar un paso al lado no fue tan simple. Las personas buscan su propia felicidad, construyen sus metas y abren las esperanzas al mundo que desean. Es simple. Aquella mujer se retiró a buscar un nuevo horizonte, de manera brusca, sin decir más. No niego la parte egoísta de buscar mi propio camino, pero tampoco me convenció esa severidad de quemar las naves con todo el ejército adentro como respuesta. A veces es mejor dejar que los caminos se rompan para encontrar el sitio al que nos han de llevar los pasos. Los adjetivos no son bienvenidos al respecto, por simple honestidad. Para sorpresa de todos, ni el mundo ni la geopolítica internacional se detuvieron aquel día, ni el que le siguió, ni muchos otros más que vinieron detrás. Las fronteras que se cruzan son una invitación a la aventura, esconden maravillas que están develadas a la gallardía, y también hacen florecer los espinos y la fatiga. Es parte del juego de crecer, es parte de buscar un destino propio. Después de todo, no es justo hacer un juicio moral a partir de una historia a conveniencia y rota. A veces imagino cómo sería una conversación tantas décadas en el futuro sobre ese evento: los reproches, las dignas elucubraciones, la simpleza de los alegatos. Me basta con mirar el silencio y la paz donde antes hubo silencio y paz. Siempre estamos expuestos a perder a las personas que nos importan. No es una maravilla, pero tampoco una desgracia. Así es el mundo, así somos las personas.

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