Editorial

EMOCIONES – GUILLERMO ALMADA

EMOCIONES

GUILLERMO ALMADA

 

Efectivamente, las clases comenzaron con cierta inmediatez. Se turnaban entre Fáthima y el padre Anselmo, los más de los días, y un par de veces a la semana llegaban a casa Diego y Letizia, a veces juntos, otras, Diego solo la traía a ella, y la dejaba. Esas enseñanzas eran una mezcla de conocimientos tan eclécticos que solamente se explicaba considerando que quienes me los traspasaban eran un cura católico, una hechicera, una gitana, y un bon-vivant con pinta de playboy de los sesenta.

Había un punto en el que todos estaban de acuerdo, y era que lo que me explicaban provenía de un tiempo ancestral, en donde la maldad no había proliferado como en nuestros tiempos. Pero, de repente, cansada de estar oprimida quien sabe en qué averno, decidió salir a la superficie y apoderarse de las especies que la habitaban. Bueno, no se aferren a esto como si fuera la historia literal, porque es solamente el resumen de lo que yo entendí.

Esta historia de los hombres pájaros, aparentemente, viene de la Polinesia, adonde se los conoce como Tangata-manu, me contó Fáthima. Y eran personas como nosotros, pero aladas, y podían volar como los pájaros porque sus almas eran ligeras, debido a que no tenían el peso de culpas, o maldades, ni egoísmo. Poseían una enorme predisposición para ayudar a cualquiera que lo necesitara. Sabían curar, conocían los secretos de los árboles y del follaje de sus copas altas. Y eran los últimos que entendían Rongo-Rongo, una escritura cuyo significado se ha perdido, y fue la que se utilizó para escribir las fórmulas en los libros sanadores.

No se sabe qué fue de ellos, pero, algunos sabios aseguran que no se han extinguido, como cree la mayoría, sino que se han escondido, y se encuentran disimulados entre las personas convencionales para no ser identificados, porque tienen miedo.

Una manera de poder detectarlos es, justamente, en una observación minuciosa del comportamiento social de las personas. Porque los Tangata-manu no pueden permanecer indiferentes ante el dolor o sufrimiento de cualquier otro ser vivo. Lo tienen en su naturaleza, no lo razonan, como nosotros. En donde hace falta ayuda, y ellos pueden darla, están, no lo resisten.

En ese momento, Fáthima se detuvo, y me miró fijo por unos segundos. Me reprochó, diciendo que yo no estaba convencido de nada de lo que ella me estaba contando. Pero no era eso lo que me sucedía. Sino, por el contrario, durante su relato, por más inverosímil que me hubiera parecido lo que me decía, no dudé ni un segundo de su palabra. Yo mismo me desconocía. Pero me pasaba cuando estaba con ella. Ejercía cierto magnetismo que me cautivaba, y frente a la suya, no había, para mí, otra verdad posible.

Así que le dije que no era necesario que utilizara sus hechizos para que yo la escuchara y le prestara atención, que había entendido la gravedad del caso y que podía hacer lo que me pedían por mis propios medios.

Sin quitarme los ojos de encima, asintió con la cabeza, y me dijo, en un tono sentencioso, que jamás había utilizado su magia con nadie, y mucho menos conmigo, así que sea lo que fuera, lo que me estaba pasando, no estaba en ella, sino en mí, así que debía examinar mejor mis emociones, para poder enfocarlas de la manera correcta. “Creo que es todo por hoy”, agregó, y se fue.

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