LA FUENTE DEL CANTO
Melisa Cosilión
Llegó el día y con él la hora
cuando se vuelven las palabras, tacto.
Imaginé muchas noches su sonrisa
enmarcada en su rostro moreno
que se mecía inquieta y distante
en medio de telones y cuatros.
Entré a casa con el cuerpo mojado,
con la carne húmeda, con los pasos…
Cerré los ojos y pude tocarlo,
mordí mis labios y pude besarlo.
Dejé que mis piernas temblaran a solas
mientras pronunciaba en secreto su nombre
como un conjuro, como un encanto,
imaginando su fuerza en medio del campo.
Un grito dulce surgió desde mis costillas.
ya era la hora, había llegado.
Yo era “ella” invocándolo a “él”.
Queriendo repasar su estructura
desde mi recuerdo encendí su timbre,
y era ese canto, ese acento,
aquel abecedario revuelto navegando a mis oídos…
Y otra vez fueron mis dedos,
y otra vez eran sus manos.