Amar a una mujer con pasado II
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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Aunque nos gusta romantizarlo bastante, amar no implica mutilar, cerrar los pasos, quemar las naves del otro para obligarlo a permanecer en un estante, vitrina o altar, a donde lo amamos o lo inmolamos. No tengo nada en contra del amor romántico, sino por el contrario, que me parece una virtud y un destino admirables. Pero quizá la manera de comprender lo que amamos no sea lo más honesta del mundo, o cuando menos la más sana. Entender que como individuos tenemos libertades implica reconocer las de los demás, sus deseos, sus miedos y sus equivocaciones. Eso es lo que tanto trabajo nos cuesta, aceptar que los demás pueden ser como nosotros, y que de igual manera van haciendo elecciones esperando no equivocarse. A veces pasa, y se lastima o se pierden cosas invaluables, puntos de los que no hay forma de retornar, el check point de la vida, un sitio seguro ante la tormenta. Nadie sabe realmente lo que busca, sino que anda merodeando en las vidas de otros para comprender cómo es que salen adelante, los mecanismos que han hallado para solventar la vida, y andarse por un camino. Lo que no se puede apreciar es la metáfora del iceberg, donde las tribulaciones, las fatigas o los errores, van dejando huellas sobre la carne, muchas de las cuales nunca se aclaran ni ante dios ni ante el diablo. Aprendemos a vivir así, en silencio, un poco huecos, un poco derrotados. Aún así, alcanzamos algo de satisfacción y felicidad, parece.
Poseer implica arrebatar, sacar del mundo de los demás el objeto que apreciamos para mantenerlo en resguardo, porque pensamos que somos los único que entendemos qué tan preciado es, y que no hay otro sitio en el mundo que lo merezca. Poseer es una doble mentira, donde hay un espejo chueco en el que miramos al héroe y otro donde observamos el tesoro, ambos arrancados de su propia humanidad, reducidos a una simplona idea de lo que son realmente. Buscar poseer implica querer adueñarse de las cosas, ponerle una etiqueta y un valor, coleccionarlo, llenar una ficha de anticuario y espera paciente a que el tiempo corra. Sin embargo, también es un sentimiento genuino, y buscamos aquello que nos hace sentir mejor, que le da calidez al tacto, y que presentimos con un aura mística que hace más habitable la realidad. Buscar poseer es entregarse a la dicha de la convicción, esperando que nuestra vida adquiera mayores significados. La dualidad es cruenta, y pocas veces armónica.
Para aprender a amar se requiere la certeza de perder, o dejar ir, de marchar. Lo que es terrible. Esa derrota no sólo implica dejar de observar el fruto del deseo, sino afrontar el vacío y la atrocidad, entrar en un mundo hostil que multiplica las inseguridades y la frustración. No se trata de un acto valiente, ni mucho menos de una madurez emocional, sino de un acto suicida en el que se sabe el costo de dar la espalda, y de lo irremediable de la pérdida. No hay manera afrontar esa pena con soltura y preparación. El dolor lastima, es su naturaleza más pura. Estar dispuesto a poseer mediante el amor es necesariamente aceptar las molestias que trae consigo ello, porque adelanta preocupaciones y fatigas que antes no existían, y puebla la mente con dudas existenciales o de seguridad ante el futuro. Los amorosos callan, decía Sabines, porque tienen tanto pavor al futuro que caminan de la mano en espera de la fatalidad.
No obstante, cada día se va tejiendo como un triunfo, incompleto, la hoja suelta del azar, con los rituales del mercado o del banco, con las charlas en la cama, viendo el televisor o los puntos inamovibles en la pintura del muro, repicando en sazón de los alimentos, en cartas que se dejan dentro de la memoria para explotar muchos años después con las palabras accidentales o el aroma, tristes o alegres al tacto, según el zodiaco de la primavera. El amor es una cuesta ardua como la de Sísifo, el Gólgota de la lucidez que entrega a los ladrones por piedad, la llama de Prometeo, y es también la cadena de flores de Rama, y una ortiga de cristal para llevar en el pecho. Quizá esa dualidad hórrida en el amor es lo que motiva a mantenerse en movimiento, tanto por la codicia como por la pena, por la satisfacción y la convicción, como ha honra y la derrota. Hacer del amor una aleación tibia que se adecua en las manos del orfebre para que no pegue como una espada reventada por la empuñadura. Amar un día a la vez, sin prisas, sin imposiciones, sin métricas golpeada para encadenar aquello que más se aprecia en el mundo.