EL UNIVERSO LITERARIO DE CARLOS ALBERTO CASTRILLÓN
Gloria Chávez Vásquez
En las casi seis décadas que comprendió la existencia del poeta, ensayista, crítico y académico Carlos Alberto Castrillón, bien se puede hablar de un antes y un después, en el mundo literario del Quindío.
Siendo un producto neto del departamento, ya que nació cuatro años antes de la secesión con Caldas, Castrillón fue uno de los beneficiarios del Big Bang universitario en el eje cafetero, en un cosmos abonado por una literatura espontánea pero escéptica, despreciada por los medios y segregada por la academia.
Su importancia reside en que en Castrillón se dieron todas las condiciones para que entre su carácter y educacion, él lograra seleccionar, liderar y realizar proyectos en colaboración mutua con estudiantes y profesores, escritores e intelectuales regionales, nacionales e internacionales.
La evolución intelectual de Castrillón se dio a la par con la de la poesía colombiana, cuando, ansiosos de dar a conocer su trabajo literario, e ignorados por los medios y las editoriales, muchos jóvenes se impusieron la tarea de emitir sus propias publicaciones. Desde las provincias conectaron con escritores extranjeros, trajeron corrientes nuevas y tradicionales, ampliando así la perspectiva intelectual del país y arrebatándole el monopolio de la cultura a las élites en las grandes ciudades.
Carlos Alberto colaboraba con la revista Kanora que editaba Umberto Senegal en Calarcá, y escribía poemas y cuentos desde 1980. Tenía 23 años y acababa de ganar el Concurso Nacional de Poesía del Festival Mundial de la Juventud 1985. Fue entonces cuando decidió publicar la revista Sonorilo (Campana en esperanto) con varios amigos, Jorge Iván García, Juan Aurelio García, como editores e Idalia Cardona, a cargo de la diagramación y el dibujo de portada e interiores.
Por esos juegos del destino, la literatura le robó protagonismo a la tecnología cuando a causa del terremoto de Popayán (1983), Castrillón tuvo que inscribirse en otra universidad y una carrera diferente a la que planeaba como ingeniero de sistemas de información. Cuando reinició esos estudios en la U. de Ibagué, el terremoto del 99 en el Quindío destruyó sus equipos, limitando su título al de tecnólogo y acabando con su ambición en la informática. Por el contrario, en la literatura todo se le dio por osmosis. Su formación académica consistía en una maestría en literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira y una especialización en la enseñanza de literatura en la UQ. Su autoridad y experiencia en el campo académico, le atraía el respeto ajeno porque ya medía el tiempo y trazaba la raya con sus numerosas ocupaciones. Para él, las cosas no eran nunca a medias. Ya no le comía cuento a nadie a menos que el cuento fuera de premio.
Cuando le conocí personalmente, ya tenía una respetable trayectoria como profesor. Era un joven apuesto, reservado pero ansioso de cuestionar para calmar sus dudas, especialmente sobre su interés en la literatura alucinante del escritor cubano en exilio, Reinaldo Arenas, al que le había introducido, y de quien no solo había escrito varios ensayos y una tesis de doctorado, sino que con el tiempo se convirtió en experto y promotor de su obra a nivel nacional.
Padre de cuatro hijos, sus actividades sociales giraban en torno a los proyectos intelectuales o manuales. Los ratos libres los dedicaba a escribir poesía Haikú, o a reparar los aparatos electrónicos, especialmente transistores, de amigos o conocidos porque según él, las manualidades lo relajaban. Asociaba su vocación por la informática con la educación y la literatura para deducir de ello sus mejores investigaciones. Su gusto alternaba entre lo práctico y lo imaginario. Como quien dice, entre los dos hemisferios de su cerebro.
Su hoja de vida aumentó en actividades profesionales: Profesor de literatura en las Universidades de Caldas, la Tecnológica de Pereira, Ibagué, el Quindío. Como miembro de la Academia de Historia del Quindío contribuyó con sus investigaciones, y fue uno de los creadores de la Biblioteca de Autores Quindianos que a la hora de su fallecimiento ya va por los 70+ volúmenes. Como un híbrido de amanuense y explorador era disciplinado, metódico y estudioso, virtudes que aprovechó para desenterrar obras y autores de la literatura regional y universal que de otro modo hubiesen pasado al olvido.
Con todo y sus títulos académicos, Carlos A. Castrillón era ante todo escritor. En mayo 18 del 2015 era el número 16015 en el sitio de Antología Mundial de Poetas del siglo XXI. sus libros de poesía y ensayos así lo acreditaban: El rostro de los objetos (1990), Compendio de virtudes y alabanza (2003), Libro de las abluciones (2010), Tres ensayos de vecindad (2010), Palabras reincidentes (2014), Noticias de Gaza (2017).
Nunca dejó de asombrar a sus alumnos y amistades por la curiosidad que le motivaba ni por la tenacidad, que le impulsaba a lograr sus objetivos. Una tenacidad que fluctuaba entre la pasión y la obsesión. ¿Cómo explicar que para obtener sus grados primero y luego para enseñar, viajara a otros departamentos y se asociara con varias universidades para producir trabajos? Así, como un colono a la inversa, cubrió tres departamentos y muchos kilómetros de distancia.
Numerosos aspirantes a autores pasaron por el tamiz de Castrillón, considerado como el más importante crítico literario de la región. A unos los alentó, a otros les aconsejó dedicarse a otra cosa. Realizó investigaciones sobre diferentes autores quindianos como Bernardo Pareja, Baudilio Montoya, Noel Estrada Roldán y Carmelina Soto. Estudió el humor de Les Luthier en términos literarios, tradujo poetas de otros países a través del esperanto, del que era autodidacta.
En entrevista realizada durante el 7° Festival Internacional de Poesía” que tuvo lugar en Pereira en agosto del 2015 el autor concluía que como “Miembro de una generación doblemente significativa por ser la primera nacida en el Quindío, y por vincular su trabajo intelectual al ámbito académico, Carlos Castrillón es sin duda, y a pesar suyo, el oráculo de la comarca”.