Mariel Turrent
Padecimientos literarios y otras afecciones
Call Center
Había amanecido, pero estaba obscuro. Me di cuenta porque después de diez días, conocía a la perfección los ruidos del edificio: la hora en la que la vecina abre la puerta y a gritos apura a su hijo, cuando regresa del trabajo el del piso de arriba, cuando despide al esposo la de abajo… Mi alarma aún no sonaba y yo me aferraba a aquella duermevela como un náufrago a su tabla. No era en absoluto un sentimiento placentero, pero al menos me mantenía anestesiado. Aun así, ya era hora, y la melodía que había programado el día anterior me lo hizo saber. Definitivamente, volvería a poner la chicharra, esta tonada suave era un juego irónico que me irritaba aún más que el otro sonido desquiciante. ¡No había opción! Tenía que regresar al trabajo. Si lo perdía, mi vida resultaría aún más miserable. Así que, ya sin otra posibilidad, volví a la rutina de los hombres huecos: los que repetimos sin parar durante doce horas el inicio de un mismo discurso que, una y otra vez, se interrumpe.
Call Center II
“Buenos días, ¿podría hablar con Maribel Torres, por favor?” “Sí, soy yo, dígame.” “Soy Fulgencio Morales y le llamo del Centro de Atención Personalizada de Banamex, ¿cómo se encuentra usted el día de hoy?”
Peeee…
“Buenos días, ¿podría hablar con el señor Rubén Espejo, por favor?” “Qué se le ofrece”. “Soy Fulgencio Morales y le llamo de la…”
Peeee…
“Buenos días ¿podría hablar con la Señorita J…”
Peeee…
“Buenos días, ¿Podría…”
Peeee…