Editorial

Crónicas del Olvido – BOLÍVAR Y CRISTO EN EL DIVÁN

Crónicas del Olvido

BOLÍVAR Y CRISTO EN EL DIVÁN

(Donde la majadería de El Quijote es más terrenal)

Alberto Hernández

De aquel caballero quedan las proclamas y las imágenes que consagran una nacionalidad, pero también están los despojos de su tristeza, la verba de su desagrado por lo que ha hecho la historia con su nombre. De aquel caballero quedan sus pequeñas botas en Caracas, como el recuerdo del rocín de Don Quijote en La Mancha.

1.-                                                                                                              

Un psiquiatra es un trastornado que tiene en la locura su mejor insumo. Revela la inextricable vociferación del extravío y hasta llega a ser parte de esa travesía. Los personajes de carne y hueso, esos que la historia dejó atrás en cuerpo mas no en alma (Pancho Herrera Luque respira), tienen en algunos contemporáneos aliados ineficaces. Por ejemplo, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad, que no se quedó fuera de la imaginación, ha sido convertido en un tipo muy serio. Suerte de santón para algunos que, por su condición de mundano, fue trocado en intocable.

A menos que me concentre en su mundanalidad, no me queda otra salida que alternar con su memoria o desmemoria. A Simón Antonio le gustaban las mujeres bonitas, el buen vivir, las juergas y el bon vino. Escribió sobre guerras y política y logró lo que ya todos sabemos. Fue un liberador, un libertador.

Un día dijo -con la soberbia de su lengua- que él, Cristo y el Quijote eran los más grandes majaderos de la historia. Cierto, si no aparecen otros mucho más que ellos tres. Ese Bolívar, el que registraba travesuras y creaba imágenes en las que aparecía como protagonista, cae muy bien porque muestra al verdadero ser humano. No al de las proclamas. Porque se pone ampuloso, arrogante, marcial. Con razón cuando las leen en voz alta aparece un locutor romántico y casi en trance. Cualquiera escribe una proclama. El Bolívar de Manuelita es un tipazo. El tuberculoso, porque entendió que la muerte abriría un compás nuevo en la tierra que sus enemigos dividieron. El Bolívar de aquel romanticismo tardío de siempre en América. La fiebre de la gloria.

2.-                                                                            

El Bolívar que conocemos es el de las estatuas, sucio de desechos de palomas y asoleado. Es el mismo que nos ofrecen en la escuela, el mismo que recibe flores y coronas de muertos. Por eso es que los que han mandado en nombre de él nos tienen atrapados en una dicotomía. Suerte de amor-odio por el tipo que tanto nos dio y pudo haber dado.

Majadero, como Cristo y Don Quijote, Simón Bolívar ha sido llevado al diván de los psiquiatras. Herrera Luque lo analizó en carne y hueso y lo descubrió en sus fantasmas y miserias, virtudes y belleza interior. Llevado al consultorio, ese Bolívar, el que amamos y negamos a veces gracias a los excesos de quienes respiran desde él a través de una nueva revisión de su biografía, necesita ser confrontado con su obra, no con la que los que se avienen a ser los tutores de lo que hizo, porque así se siente. Los hombres que han alcanzado el poder, de alguna manera, creen que Bolívar ambula por los pasillos del país. Es decir, el hombrecito de Caracas y San Mateo, el grande de América, no tuvo –a juicio de ciertos cronistas del despilfarro- conciencia ciudadana, no tuvo civilidad. Se olvidan del hombre, del verdadero, del que se reconocía perturbado por sus nacionales civiles, por sus sueños truncados, por la falta de felicidad de sus pueblos.

Hoy, es necesario desvestirlo, verle sus enfermedades, sus errores, sus virtudes.

3.-

Hoy, digo, Cristo, el Jesús hijo del carpintero, es colocado como parte de la osadía de los más antiguos procederes humanos. Esta contradicción es propia de quienes se sacuden el polvo de los sepulcros. Los majaderos como Cristo, Bolívar y Don Quijote pertenecen a otro espacio.

Deshuesar a Bolívar, desde su carnalización, debe ser parte de la labor de los venezolanos. Desnudarlo para saberlo nuestro. No hacerlo un tótem, como siempre lo hemos criticado. Ese Bolívar se torna odioso, el convertido en culto broncíneo. Y digo esto porque Bolívar murió quejándose de los crímenes de algunos de sus compatriotas. Pidió la unidad de su pueblo.

Colocarlo a él y a Cristo en un diván representa el símil de la locura de quienes lo empujan a vivir en un eterno manicomio. Don Quijote no nos altera porque su majadería estaba muy cerca de la alucinación, de una demencia deliciosa sólo prescrita por Sancho. ¿Qué habría pasado si Sucre no es asesinado? Probablemente habría montado el borrico del compañero de Quijano. A Bolívar le faltó más realidad, menos Chimborazo, menos alucinación. El Jesús que hablaba con Dios era asaltado por la luminosidad, por esa locura celestial que hombre alguno conocido haya experimentado con tanto gozo y dolor. Y Bolívar, tan de carne y hueso, fue atrapado por una enfermedad cínica: la eternidad. He allí parte de la porfía de la historia.

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