Porqué amo a Avelina Lesper
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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Amo a Avelina Lesper por una simple razón. Es perfecta. La crítica de arte y curadora, no sólo se ha hecho de cierto renombre por sus comentarios directos y sin adornos, sino que se ha plasmado como una activa contestataria dentro de un mundo corrompido y reducido a la frivolidad. Podemos acordar o no, que las palabras de Avelina son fuertes, e incluso pueden llegar a ser hirientes, pero son profundamente necesarias. Lo que ella ha llamado el arte VIP (video, instalación y performance) es un conglomerado de creadores con poca creatividad, pero que inflaman de discursos y justificaciones los espacios que toman. No se trata de cuestiones de gusto, que son subjetivas, sino de esclarecer a quiénes y por qué motivos se les dan ciertos apoyos. Es sabido que el arte moderno ha sido cuestionado desde hace años, ya que es poco elaborado, muy imaginativo y caro, ridículamente caro. Algunas voces hablan incluso del blanqueado de dinero mediante estas personas, lo que explicaría los ridículamente altos precios de objetos cotidianos con poca manufactura.
Lo que hace Avelina no va tan lejos, sino que se centra en el quehacer del arte. Lo que necesita cuidado y respeto, piensa ella, se ha convertido en un circo de apariencias, de amigocracia, de poner plaquitas y palabras ante la crítica. Los enemigos del arte son los artistas VIP, que pasan más tiempo justificando su trabajo que puliendo sus habilidades técnicas. Cualquiera puede estar a favor o en contra de ciertos personajes, pero no duda del increíble peso del dinero en esta nueva industria. No se trata de generar valor, sino de inventarlo. Las figuras se inflan con la cartera de algún millonario o el certificado de cualquier otra casa de subastas. Es simple de entender. Pero la lucha de Avelina se centra en su trabajo académico, y se ajusta en criticar y valorizar lo que se hace en esas instalaciones, en esas instituciones. Como crítica, se hunde en la técnica, en el significado y en la traslación que hacen los espectadores respecto a la obra. No por tanto, es la instalación el punto más crítico, ya que se asemeja a un objeto, pero se escuda en lo conceptual. Lesper, la brutal Lesper, no se tienta el corazón al dar su opinión, porque va junto con el respeto de los artistas a los que les ha dedicado la vida estudiando. Por eso, a la manera de Cristo en el templo, reparte palos y acusa a los fariseos de querer estafar a la gente, y no es para menos. Lo que más fastidia es la pereza de esa estafa.
Todos tienen derecho a construir o hacer del arte lo que mejor les plazca, como observación de origen, pero no tienen derecho a determinar y configurar el canon de lo que la sociedad debería asumir que es arte. Ese es el problema de que sean las instituciones las que han cedido a los mercados para colocar precios ridículos a la pereza. El mercado vende, pero la academia estudia, en teoría. La lucha de Avelina es por ese respeto a que quienes tienen la confianza de la sociedad, en tanto reciben un salario público por ello, deberían ser objetivos y apegarse a lo que su materia exige. Por el contrario, pareciera que los mismos académicos, infectados por la tendencia de la influencia, tratan de explicar a los amigos el porqué de sus críticas a modo, de sus selecciones híbridas, y de la monotonía de muchos de sus protegidos. Perro no come perro. Más aún cuando resulta un negocio tan rentable. El trabajo del artesano se desprecia y el del artista se hunde en pos de darle los reflectores a quienes polemizan con su propia estrategia comercial, aunque sean olvidables o pobres conceptualmente. Si bien el capitalismo hizo sus travesuras, más lo hicieron las ciencias sociales, que justificaron cualquier acto de creación con adjetivos nacidos de la academia, pero empobrecidos en la práctica. No por nada, esas interminables tarjetas de explicación de las piezas se llenan de palabras posmodernas, de deconstrucción o marginación económica, porque suenan bien, y parecen casi significar algo.
Pero Avelina, la hermosa Avelina, resiste. Desde sus columnas o a través de sus conferencias, rescata el trabajo crítico del “crítico”, que se centra en la técnica y la narrativa, pero que a su vez compara y estudia los procesos de creación, y que tiende un puente entre la sociedad y el análisis del arte. Avelina sólo hace aquello que se supone es su papel, y por eso es señalada y vituperada desde los negocios de estafadores que buscan abaratar la manera de crear, y que en muchos casos reducen a una maquila despreciable a la que ponen una firma como un producto en serie. Todos sabemos de quienes habla cuando señala una estrategia o manera de proceder, y de lo pobre de sus justificaciones. El arte moderno es un negocio donde no cabe el arte, y por eso amamos a Avelina Lesper, quien defiende sus ideas estoica, hermosa, calmada, puntual. Ojalá también se diera un tiempo para opinar de la literatura mexicana contemporánea.