Editorial

EL EQUIPO DESIGNADO – GUILLERMO ALMADA

EL EQUIPO DESIGNADO

GUILLERMO ALMADA

 

Dudar del cura no era la solución a nada, mi duda era todo por lo que estaba pasando. Parecía vivir en un constante absurdo. Me preguntaba cuánto podría resistir mi cabeza, en medio de toda esa avalancha de excentricidades.

Irme de ahí era la determinación más firme que reclamaba mi coherencia. Pero, no me resultaba sencillo desconocer que todos estaban expectantes a mi decisión. Diego, que, en más de una oportunidad, me había aclarado que contara con él al ciento por ciento, Manuel, que había ido en persona a visitarme para decir que tenía cifradas sus esperanzas en mí. Letizia, que, si bien era a quien menos conocía, se apuraba, siempre, a hacer algún aporte. Y ante todo estaba Fáthima, que, desde su silencio, yo sabía, que confiaba en mi intervención para rescatar a su madre, de donde sea que estuviera.

Es verdad que, con solo manifestarlo, en veinticuatro horas estaría rumbo al aeropuerto sin que nadie hiciera ningún comentario al respecto. Pero, yo regresaría con la carga pesadísima de haberlos defraudado, y no me serviría de nada, ni el regreso, ni su silencio. Es verdad que, en la vida, uno puede ser y hacer lo que quiera, pero hay que estar dispuesto a pagar el precio. Y el peso de mi conciencia se alivianaría solo quedándome, a pesar del riesgo, o a costa de él.

Decidí telefonear al padre Anselmo. Habíamos quedado en que no le mencionaríamos nada del episodio de la mujer después de la tormenta, pero, la relación debía seguir como se había planteado hasta el momento. Así que le dije que mi decisión había sido quedarme, para ayudar, en cuanto fuera necesario. Pero él no pareció asombrarse ni extrañarse, por el contrario, se alegró y me dijo que era la mejor determinación que podía haber tomado, y que nadie me dejaría solo. Pero que era necesario intensificar el entrenamiento. Además, agregó que esa tormenta no debió ser climática, porque nadie había podido pronosticarla, y de repente parecía que el cielo se venía abajo. No, hijo, no –dijo en su tono más conciliador –nos están siguiendo el paso.

O el curita era de un cinismo que me atravesaba hasta dejarme estupefacto, o, de verdad, no sabía nada del asunto, y habíamos errado el sospechoso. Y yo que me salía de la vaina por preguntarle. Pero, preferí seguir el plan que habíamos elaborado, así que guardé silencio y me despedí hasta el día siguiente. Claro que apenas corté esa comunicación telefoneé a Fáthima y a Diego para ponerlos al tanto de lo sucedido.

Decidimos reunirnos a la noche en casa, para comer unas pizzas con unas cervezas, y conversar del tema. Salí de casa para comprar las bebidas, y a las dos cuadras me encontré con Laurel. Los dos quedamos sorprendidos, fríos, uno frente al otro. Claro, yo esperaba la llamada de Balt-Hazar desde Rosario, y resulta que la persona por quien iba a preguntar estaba en Mérida, y toda mi información, en ese preciso instante, se me hizo una enorme ensalada en la cabeza.

Estaba ahí, mirando sus ojos, que reflejaban temor. Esos enormes ojos claros que se veían húmedos, vidriosos, mojados por lágrimas contenidas. Estaba claro que ni ella ni yo, pensábamos encontrarnos en esa oportunidad. Le tendí mi mano para que se tomara de ella, para que no sintiera miedo, y cuando eso sucedió le pregunté como si nada pasara ¿Qué haces por acá? Y le sonreí intentando ganarme su confianza.

Ensayó decirme algo, pero, se quedó en silencio, respiró hondo y me dijo que me había seguido. En realidad, me dijo que nunca se alejó, que dijo que lo haría, pero se escondió para poder seguirme sin ser vista. Porque, hace algunos años, cuando estaba buscándome, una mujer se acercó a ella y le dijo que yo era el único que podía ayudarle a recuperar a su mamá, pero que no debía perderme de vista, porque estaría lejos cuando suceda la magia.

Naturalmente la abracé, le pedí que me acompañara a comprar las cervezas, y la invité a que se quedara a cenar con nosotros en casa. En definitiva, allí estaríamos todos, hablaríamos del libro, del talismán, de los hombres pájaro, y finalmente sabríamos quien es quien y para qué. Después de todo, el universo nos había reunido allí, en ese punto del planeta, el lugar con más magia, más mística, y más historia del globo. Tal vez éramos el equipo designado.

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