Editorial

SENTIMIENTOS – GUILLERMO ALMADA

SENTIMIENTOS

GUILLERMO ALMADA

 

Yo miraba con curiosidad y asombro al amigo de Laurel. Menudo, pero muy menudo, peinado para atrás, con un apéndice nasal prominente, aguileño, y las comisuras de los labios hacia abajo. Era el rostro de un pájaro, o, por lo menos, su caricatura. Nicanor, me dijo que se llamaba, y agregó, pero en el pueblo me dicen “Pico” ¿Pico? Le pregunté. En realidad -me explicó -era “pico de loro”, pero con el tiempo y la confianza, quedó, solamente, Pico.

Tenía una voz aguda, pero suave, como un púber, sin embargo le estimaba alrededor de cuarenta años, o más, claro que su decir era inseguro, timorato. Y la tonada cordobesa imborrable, haciéndolo ver casi como un personaje de comedia.

No salía de mi asombro cuando contó que se había venido volando por sus propios medios, desde Quilino, Córdoba. Siete mil kilómetros. Y había demorado un mes porque solo volaba de día. Incluso le habían tocado días con corrientes desfavorables y eso lo había retrasado.

Laurel se dio cuenta, enseguida, de que yo no estaba creyendo nada de lo que me contaba su amigo, así que intervino, diciendo, de muy mala manera, “Aquí no tiene lugar suficiente para abrir sus alas”, y metiendo la mano por debajo de la camisa de Nicanor pegó un tirón fuerte, que tiene que haber dolido, por el gesto del hombre, y me dio una pluma como de un metro de largo, acribillándome con una mirada desafiante.

Si yo hubiera sido Fáthima esto no hubiera sido necesario, agregó molesta ¿A ella le crees todo, verdad?

No respondí, solo le dije que ahora que lo mencionaba, sería adecuado comunicarle la llegada de su amigo Nicanor. Se puso como una tromba, cuestionándome por qué le contaba todo a Fáthima, primero. “Alguna vez podrías llamar al padre Anselmo, o a Diego, o a la gitana, pero no, siempre primero a ella”. Dime por qué.

Era obvio que no le contaría a ella nada acerca de mis sentimientos y emociones, así que preferí decirle que no entendería. “Desde que te conocí me lo he pasado entendiéndote” me gritó, fuera de sí. Y es mentira. Desde que me conoció se lo ha pasado interpretándome, en lugar de escucharme. Pero si le respondía, le iba a dar una entidad que no deseaba que tuviera. Laurel, enojada conmigo, no iba a ser de ayuda, pero tampoco le iba a permitir que abusara de un poder que no tenía.

Decidí irme al cuarto. Aislado podría hablar mejor con Fáthima, le conté de la llegada del hombre pájaro, y la situación que acababa de vivir, con la idea de que ella me ayudara a contener a Laurel. Se rió, y me dijo que ella no podría ayudarme con eso, porque era evidente que lo que la maga sentía eran celos, y justamente de ella. Así que me recomendó que pusiera yo las cosas en orden.

De todos modos se interesó en conocer al amigo volador, así que vendría a casa un poco más al atardecer, pero primero pasaría por el padre Anselmo y por Diego, para no llegar sola. De ese modo tendríamos más calmada a Laurel, me dijo, que la necesitamos tranquila y de nuestro lado. Por ahora, te guste o no, nos tiene en su puño. Lo importante es que ella no se dé cuenta, me aclaró Fáthima, y agregó a modo de broma, “vaya, con el amante argentino, que anda rompiendo los corazones de los seres áureos y astrales. Mira si te viera una elfo, ellas son liberadas y lujuriosas, la pasarías bien”

Las bromas de Fáthima siempre me dejaban un sabor ambiguo, porque nunca terminaba yo de discernir hasta donde llegaba el chiste y comenzaba el mensaje. Pero es verdad lo que me dijo Laurel, Fáthima podría decirme lo que quisiera, que yo le creería sin reparos. Desde un principio me había inspirado una fe ciega. Más allá de mi preferencia personal, ella desplegaba, desde su personalidad, una magia indefinible que hacía que no pudiera alejarme de su influencia. Necesitaba contarle mis cosas a ella, estar con ella, que ella supiera cómo había sido mi día, y al mismo tiempo, bajo ningún aspecto, me sentía atado, o sujeto, a ella. Cielos, no quiero profundizar sobre cuál es el único sentimiento que libera. No ahora, no en este momento.

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