La cotización del dólar frente al peso llegó el día de ayer al nivel más elevado desde junio, debido al nerviosismo que existe respecto al riesgo de que no se logre un acuerdo en el Congreso de Estados Unidos para ampliar el techo de la deuda.
Serían tan desastrosas las consecuencias de propiciar que el gobierno estadounidense incumpliera con sus obligaciones financieras, que casi nadie supone que es posible que esto suceda.
Pero, simplemente el dejar que lleguemos hasta la orilla del abismo, es una muestra de que algo anda mal en la política estadounidense.
Una parte importante de los legisladores republicanos quiere usar la aprobación de un nuevo techo de la deuda como una moneda de cambio en las negociaciones en el Congreso.
Y han estado dispuestos a estirar la liga hasta el final.
Algunos demócratas tampoco han dejado de insistir en obtener la aprobación del programa de 3.5 billones de dólares para infraestructura en lugar del paquete de un billón de dólares y han contribuido en llevar las cosas al extremo.
No es inusual que, en las negociaciones políticas, los plazos fatales se usen como parte de la estrategia para tratar de obtener ventajas. Pero sí es irracional que se juegue con la posibilidad de un desastre en los mercados financieros.
Si ocurriera la catástrofe, no solo habría consecuencias para Estados Unidos, sino que la turbulencia financiera tendría alcances globales.
Lo que estamos presenciando es otra cara de la irracionalidad que se hizo manifiesta el pasado 6 de enero, cuando un grupo de simpatizantes del entonces presidente Donald Trump irrumpió en el Congreso con la pretensión de impedir que se declarara a Joseph Biden como presidente de Estados Unidos a partir del 20 de enero.
Desde entonces, un grupo numeroso de políticos republicanos que sigue teniendo un poder muy relevante ha buscado impedir que el gobierno de Biden funcione.
Si no se pudo impedir que llegara al gobierno, lo que hoy se pretende es que el gobierno fracase y tan pronto como en las elecciones intermedias de 2022 pierda la mayoría en por lo menos una de las dos cámaras del Congreso, conduciendo a que, en los dos últimos años de esta administración, el gobierno de Biden quede maniatado.
Y desde luego, el objetivo es poner a Donald Trump o a alguien de su grupo en la Casa Blanca nuevamente el 20 de enero de 2025.
Y, a veces, la ineficacia del gobierno de Biden ayuda mucho a los republicanos en este propósito.
Hay indicios de que, en el peor de los casos, el día de hoy se va a encontrar una salida que dé más tiempo a las negociaciones, quizás ampliando la eliminación del techo de endeudamiento a los primeros días de diciembre, para que el gobierno siga pagando normalmente hasta esa fecha.
Cada partido supone que puede sacar ventajas adicionales si cuenta con otro margen.
Sin embargo, el problema de fondo es la cada vez más clara disfuncionalidad del sistema político estadounidense.
Ayer fue el intento de tomar el Capitolio; hoy es la crisis del techo de la deuda; mañana probablemente será otra cosa, pero es probable que haya signos de incapacidad para hacer frente a los enormes problemas que tiene el mundo.
Si las implicaciones sólo fueran para Estados Unidos, sería un problema de ellos. El asunto es que pesan tanto en la economía, las finanzas y la política internacional, que las repercusiones de lo que hagan o dejen de hacer son globales.
Y cualquier terremoto allá lo resentimos con más fuerza quienes estamos cerca de ellos, en todos los sentidos.
Esperemos que al final prive la cordura y no fallen los cálculos.