Editorial

Vamos a cancelarnos – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Vamos a cancelarnos

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Esperen un momento, vamo’ a cancelarno’. La llamada cultura de la cancelación es una tendencia cultural moderna de la clase media y media-alta, principalmente occidental, que las nuevas buenas conciencias tienen respecto a algo, lo que sea. Es un movimiento de activismo digital (o sea, nada), que señala a algo o alguien por cualquier motivo. Eso no implica que no tenga cierto nivel de impacto en la sociedad, pero es reducido, y la mayoría de las veces surge más por aburrimiento que por convicción, pienso. Aunque tiene algo de relevante. Recientemente, tanto Disney como Marvel (o sea Disney), anunciaron que cambiarían el nombre de la nave legendaria del amado personaje Boba Fett, porque el nombre de Slave1 podría ser cuestionado, así como otras facetas y conductas de personajes de las historias de Marvel. Todos sabemos que lo hacen por el dinero, que podrían perder o mejorar su publicidad con cosas así. No somos ingenuos. Así que estamos en la cultura de la cancelación: personajes de caricaturas, obras de cine, música y otras cosas. Es bonito ver que tenemos tanto tiempo libre y tan pocos problemas reales como para dedicarle tiempo a eso.

Pero esta no es una crítica más a la generación de cristal de parte de un millennial aburrido. La cultura en general es digna de analizarse por dos motivos. El primero y más evidente, el riesgo a lo 1984 de querer reescribir y modificar la historia según el momento y sus actores. Lo que Orwell mencionaba es que el discurso se adaptaba a las necesidades del régimen, y esto es parte de lo que busca hacer la cultura de la cancelación, incluso por buenas intenciones. La hipótesis es que si borramos el pasado, el futuro será mejor, porque no estará más allí. Y ese es el problema. En inglés se le ha llamado el whitening de la historia. Es decir, el lavado de cara. Se ha enfocado en la comunidad afroamericana, donde la violencia racial, que aún pervive, se busca erradicar de la historia. Eso parece bien al inicio, hasta que recapacita uno en que se busca eliminar de la historia lo que se hizo. Ya uno usaremos ciertas palabras, y también modificaremos la historia o su exactitud historia en pos de un mejor futuro. Es decir, si pongo a actores afroamericanos como ricos dueños de plantaciones, el horror de los esclavos no existió entonces. Si ponemos este romance gay en la época victoriana, el peso de la ley contra esas personas jamás habrá existido. Quizá es bonito pensar en que pudo ser así, pero me causa cierta sorna pensar que alguien trata de esconder el pasado que yace enterrado junto con tanta violencia.

Por otro lado, el otro aspecto de la cultura de la cancelación que me interesa es más personal, más reflexivo. Puede que a alguien una experiencia le sea distinta por cuestiones de cultura, educación, y hasta temporales. Esto se magnifica cuando hay una diferencia de edades (la valoración cambia, en especial si algo se ata a nuestros recuerdos de niñez). El debate entonces es, y no es broma, si un personaje imaginario, de un animal que jamás existió, al que se le dieron características humanoides, debe ser cancelado o no. Y es una pelea fuerte, casi a morir. Unos dicen que sí, porque representa el mal mismo, y otros dicen que no, que porque es inocente y bla bla bla. El punto no es ese, o a la mejor sí. Lo que es sano es reflexionar uno mismo el porqué defiende lo que defiende, y si lo que defiende se justifica. Los segundos van más encaminados a lo que mencionamos antes: juicios de valor fuera de contexto y tiempo, aplicados moralinamente a algo. ¿Pero que sea parte de nuestra infancia, religión y momento histórico, nos exime de culpas? Es decir, ¿somos también Boomers aferrados a nuestros recuerdos del mundo? La respuesta es: sí. Básicamente. Porque la nostalgia nos lleva a defender instintivamente aquello que amábamos porque era nuestro tiempo. Y no se trata de la caricatura, se trata de lo que la sociedad pensaba y reproducía a partir de sí misma. Al crecer, se supone que nosotros mismos nos formaríamos un carácter propio. Y lo hicimos. Pero la nostalgia es otro asunto. Lo interesante de esta cultura de la cancelación, cuando está argumentada, es reflexionar sobre esas cosas que aprendimos y hasta qué punto hemos puestos atención en lo que pensamos, y hasta qué punto seguimos la inercia. Además, nos replantea ese concepto de negar lo que ha sucedido y de dónde ha venido, o si nos apegamos a la memoria histórica, con sus defectos y claroscuros, de la que hemos aprendido. Al final, pareciera que todos queremos cerrar los ojos, unos al pasado y otros a nuestra responsabilidad. Porque lo importante es publicar en redes nuestra postura, y no los motivos que manipulan los dedos del otro lado de la pantalla.

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