Por: Pablo Hiriart
La reunión trilateral del jueves en Washington es una de las más importantes que se haya dado, luego de que Estados Unidos cambió su enfoque de seguridad y relegó la lucha contra el terrorismo para dar primacía a la inevitable confrontación con China.
Biden necesita consolidar el bloque de América del Norte, con Canadá y México, no para ir a la guerra, sino para hacer de ésta una región eficaz y competitiva.
También requiere la foto de los tres: América del Norte unida.
El énfasis de la cumbre trilateral estará en la palabra competitividad.
Competitividad para competir con China.
Los puertos son verdaderos cuellos de botella, las cadenas de suministro no funcionan, y en algunos casos están colapsadas por falta de unos míseros dispositivos que tienen frenada la producción automotriz.
A diferencia de otras reuniones trilaterales, que han sido más bien simbólicas, la del jueves será la primera cumbre de necesidad.
Para Biden, especialmente. Su popularidad está cayendo y tiene sentido que aproveche este foro para proyectar con mayor profundidad los beneficios de su plan de infraestructura física.
Ese plan de infraestructura, conectado al concepto del mejoramiento de la competitividad en América del Norte.
Los puertos de Estados Unidos no se dan abasto, lo que frena la entrada de suministros y productos, lo que llevó a Biden a abrir las operaciones de algunos de sus principales terminales marítimas las 24 horas del día, siete días de la semana.
En el paquete aprobado hace una semana en el Congreso de este país se incluyen diecisiete mil millones de dólares en infraestructura portuaria, además de 25 mil millones de dólares para aeropuertos.
¿No sería mejor que México construyera un gran puerto en Baja California y recibir los barcos que pasan días (es decir, millones y millones de dólares en pérdidas y retraso en el abastecimiento de Estados Unidos) por la saturación de los puertos de San Diego y Los Ángeles?
Digo, en lugar de gastar en un tren maya que nadie quiere asumir el riesgo de su operación, aunque les regalen los tramos.
¿Y por qué el gobierno de México, en lugar de rendir homenaje al caballo del trapiche, perseguir científicos y cancelar la cooperación de Conacyt con empresas privadas, no la impulsa para fabricar, entre otros, los microprocesadores que hacen falta en la producción de coches en América del Norte?
De ninguna manera es coincidencia que la cumbre se va a celebrar unos días después de que Estados Unidos reabrió sus fronteras con México y Canadá para viajes no esenciales. Y tres días después de la reunión virtual Biden-Xi Jinping.
A los tres países les conviene, por razones económicas como de política interna, alimentar la percepción pública de que estamos aproximándonos a un cierto nivel de normalidad.
Después de la firma del TLCAN en 1993, México, Estados Unidos y Canadá son un bloque económico y político.
Pertenecer a ese grupo obliga a pensar en grande, porque es en beneficio para la población.
No en todo se puede estar de acuerdo, pero sí es imprescindible la sincronía ante las grandes oportunidades y amenazas para el bloque y sus valores sustantivos.
Eso se rompió con Trump, que veía a México como un nido de malvivientes que le quitaban fuentes de empleo a los estadounidenses.
Tenía, pues, una herramienta extraordinaria en el bloque hemisférico con Canadá y México, y no la entendió o la despreció.
Estados Unidos vino a menos, para beneplácito de China.
El gigante asiático pudo copiar, interferir en los sistemas informáticos de las instituciones de este país, intimidar a sus vecinos y expandir su industria bélica, nuclear, con pronósticos reservados.
Ya es el principal socio comercial de América del Sur, África y Asia.
Biden sabe que el adversario es China, en una situación compleja, misteriosa e incierta.
Incierta, porque hacia dónde va China sólo lo sabe su líder, Xi Jinping, que gobierna desde 2013 y se va a quedar, cuando menos, hasta 2027.
El Departamento de Defensa, en un informe reciente del Pentágono, prevé que para 2027 China tendrá 700 ojivas nucleares, y mil al final de la década.
Hace un par de años sólo tenía 200, que es el mismo número de hace mucho tiempo. Estados Unidos tiene tres mil 700 ojivas nucleares.
¿Por qué Xi Jinping hace de China una potencia nuclear, al tiempo que el control del Partido Comunista ahoga los cambios y aperturas que se estaban dando de manera gradual?
Es un enigma, pero no es una ocurrencia ni una casualidad.
Tom Friedman citó en un artículo en The New York Times, publicado a comienzos de septiembre, al director fundador de la consultora geopolítica Macro Advisory Partners, Nader Mouzavizadeh:
“No hay duda de que la mejor manera que tiene Estados Unidos de contrarrestar a China es haciendo lo que China más odia: confrontarla con una coalición amplia y transnacional, basada en valores universales compartidos, con respeto al estado de derecho, el libre comercio, los derechos humanos y los principios básicos de transparencia”.
De eso se trata la cumbre trilateral del jueves. ‘Competitividad’, será el sustantivo que se repetirá una y otra vez. También colaboración.
Competitividad, para que Estados Unidos (o toda América del Norte, si se quiere) pueda competir con mayor eficacia ante China.
Y ahí va la suerte de México y de su población.
El jueves también habrá reuniones bilaterales. La de AMLO y Biden será la más importante, aunque no trascienda el contenido de fondo.
La agenda de ambos gobiernos no sólo es distinta, sino que en algunas áreas clave son abiertamente opuestas.