El sino de Lestrigón, de Ney Salinas
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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No existe mayor dolor que el destierro, saberse perdedor de una lotería en la que uno no pidió ficha, pero que a final de cuentas, recae en los huesos quizá desde antes de nacer. Así como lo planteaba Rulfo, se nace enfermo porque la tierra está enferma. Ese es el mundo del que nos habla el autor, su natal Chiapas, la vida citadina, el segregacionista fracaso de no triunfar como un profesionista, hijo, ciudadano, ser de bien. Esta novela del escritor chiapaneco Ney Salinas es un pesado aliento de la frustración y el dolor que se comparte entre bocanadas de humo. La historia se centra en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, o mejor dicho, abre el círculo que rebasa y avienta a todos a la vez. Porque todas las veredas llevan de regreso a donde uno ha salido, según se dice. En su prosa calmada y herida, el personaje central va dejando notas de su existencia, de los horrores de la memoria que lo han construido, y de su porvenir para encontrarle sentido al fatigoso caos que lo hace caminar por la ruta del eterno retorno; porque no tenemos más alternativa que arrodillarse o sobreponerse, pero de nuevo ante las mismas piedras. Al final, siempre es la venganza lo que pulula en la novela negra, y esta es la historia de una vida sacrificada sin motivo, arrastrada por la fatalidad constante, que no se pertenece, y que se diluye entre el anonimato.
Editada en 2021 por Valkira Eos, esta segunda novela de Ney es un canto al género noir que tanto le gusta. Comienza con un personaje cansino y derrotado, y termina con el mismo protagonista alejándose entre la noche. La ciudad es el testigo silencioso de todo, pese al tiempo, y no delata ni apoya a nadie que pasa sobre su candente asfalto. La historia de esta obra se cruza con el universo imaginario del autor, y hace del doloroso sur un polvorín de la ruina y el fracaso. Tapachula, esa ciudad denominada como la más fea del mundo, no es el problema, sino lo que lo habita. En esta novela sólo existen víctimas y victimarios, y son los primeros quienes se ven alcanzados por el infortunio, aunque quizá al final alcanzan un poco de redención, pero no demasiada. No hablo de justicia, ya que a lo mejor ni siquiera se acerca en lo mínimo a ello. Sólo son vidas que pasan, el mundo quieto, y la complicidad del cálido aire estancado en la nariz mientras los chacales se dan un festín.
En esta novela breve, ligera a la lectura, pero llena de detalles efervescentes y referencias, se decanta el género de la novela negra con elocuencia, y nos permite acompañar al personaje principal, con todos sus rostros, en la búsqueda de una mejor vida, o de sus pedazos. Su corazón no está en la tierra, sino en la familia, y es justo por eso que no le queda más remedio que partir para dejar todo detrás, roto, perdido, llorando su ausencia. Es un cordero que sabe que camino al matadero puede encontrar una verdad que a pocos les agrada, y tomar su destino entre las manos, no para resolver su gran catarsis, sino para alinear la mancha de sangre sobre aquellos que también deben seguir su camino. Si no hay destino, tampoco voluntad. Queda seguir delante para ver dónde topa uno. Y vaya que siempre hay un sitio al cual llegar, pese a que uno no regrese nunca.
La novela puede adquirirse con el autor y con la editorial, quienes gustosamente la extenderán por paquetería, para que se pueda disponer de una obra contemporánea de la literatura chiapaneca y mexicana. Además, el género es cultivado desde la tradición periodística y novelística mexicana, por lo que a más de un lector le parecerá agradable e interesante. Sin lugar a duda, este universo que va construyendo el autor alrededor de la capital chiapaneca va sentando sus bases, y podemos entrever el pulso de tinta que recorre desde el interior a todos sus personajes, las historias de su vida, y esa patética desgracia que acompaña el lamento, la pobreza, y muchas otras promesas rotas de la ruralidad y la esperanza de triunfar siendo de los buenos arrojada en el camino. Su prosa elegante cuida las formas y no se llena de violencia gratuita, sino que se va suministrando desde la pluma del narrador, que lega a otros el testimonio de lo que tuvo que ser para reclamar su derecho a existir.