Mariel Turrent
Padecimientos literarios y otras afecciones
Donde todo es posible
“Los libros son un estanque al que nos asomamos para mirarnos”, le digo a Cox cuando me mira de forma inquisitiva. Cada vez que leo un libro me encuentro en él. En algún personaje que hace lo que yo hacía, que siente lo que yo he sentido o quiero sentir, y que actúa como lo haría yo o como yo no quise actuar, para mostrarme el resultado de esa otra posibilidad que no tomé.
Cuando escribo sucede algo similar, narro las otras posibilidades de mí misma y de otras personas. Esas elecciones que decidimos no tomar.
Los poetas mentimos,
Creadores de un mundo
que se arruga y borra
fingimos poseer
la perfección del sufrimiento
la llaga del amor
la sublimación del viento
las huellas de la luna
Inventamos palabras, versos
símbolos imposibles
Soñando vanamente
hacer propio
ese fugaz universo
que resbala ante nuestros ojos
y se impregna para siempre
en el abismo de una página
…que hoy es esta página, en la que mentiré un poco para hablar de libros. Mintiendo sobre la existencia de un ser misterioso de nombre desconocido, pero que se sabe que en realidad sí existió y yo me tomaré la licencia de llamar Cox.
Cox ha estado presente en mi vida desde que tengo uso de razón, pero no sé quién es, nunca le he visto ni sé por qué está ahí. Así que me gusta pensar que Cox es una viajera del tiempo, un ser que ha roto la barrera de esta fuerza horaria en la que vivimos atrapados sin más remedio que seguir la línea en la que transcurre. Cox traspasa esa línea, la burla, brinca con ella la cuerda y hasta hace trampa. Es a veces es mujer, porque tiene esa sensibilidad femenina y un sexto sentido, pero también es hombre, porque… bueno supongo que, para viajar a tiempos remotos, es mucho más conveniente.
Cox me pregunta constantemente, me juzga, duda de mí y de mis habilidades. Y entre tantos cuestionamientos que van desde el porqué llevo el pelo de tal o cual forma, hasta la manera en la que me quedé mirando a alguien por la calle, hay una que sabe deslizar de forma sutil, a manera de susurro siempre que me propongo escribir algo: ¿para qué escribes? ¿para quién?
El escritor rumano, Emil Cioran asegura que no vale la pena seguir escribiendo ¿por qué escribir? ¿para qué multiplicar los libros? ¿por qué querer ser un escritor cuando existe una sobreproducción inútil y absurda? Y yo le digo a Cox que Emil Cioran puede decir eso porque ya se ha vaciado de orgullos y penas, y ha lanzado al mundo sus ideas de tal forma que ya no le pertenecen a él sino al incauto que tropieza con ellas; porque ha dicho todo lo que ha querido incluso eso: que no vale la pena seguir diciendo más.
Para mí, escribir es un juego. Un juego conmigo misma, en el que participan los demás sin saberlo y mi Yo desconocido al que reto a decir todo eso que esconde dentro. Como en carnaval, a todos los embriago con fantasías y los hago volar entre sueños para que desinhibidos, desnudos de tiempo y limitaciones, se materialicen a través de las letras implicados entre los hilos secretos de esas metáforas que liberan verdades veladas, como un acertijo de sensaciones compartidas. Emociones que no se hablan ni se explican, pero se eternizan entre las líneas de una historia que se parece al silencio que comparten los amantes. Como dice el poeta mexicano Jaime Sabines, las mejores palabras del amor están entre dos personas que no se dicen nada. Entonces, yo les digo a ustedes, que si escribo, es para que mi vida deje de ser una estancia material, en el tiempo espacio y se traslade a ese ilimitado mundo de la ficción donde todo es posible. Para ser como Cox, a veces hombre y, otras, mujer. Para montarme en las botas de otros tantos y ver a través de sus ojos, sentir con su alma, oler lo que huelen y soñar sus sueños.