El algoritmo de la obsolescencia II
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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La obsolescencia es un problema de supervivencia, de mantenerse dentro de la corriente, de existir para los demás. Esto en el caso de las empresas que tratan de mantener la atención de los mercados, donde una apuesta tecnológica (y la inversión monetaria y humana que implican) trata de encontrar sus mejores números. También lo es para las personas, cuyas habilidades deben mantenerlos dentro del mercado laboral, en los medios o la memoria de sus semejantes. No hay peor castigo que el olvido, decía Borges, pero él erudito desconocía que sí existe un peor destino: la negación a la existencia. En el caso de las personas, principalmente los profesionistas, la obsolescencia resta puntos a una extensa carta de resultados, acortando el currículo a la aniquilación por incapacidad de incorporar nuevos esquemas, procesos o ideas. Alguien que no está dispuesto a adaptarse en el complicado mundo laboral moderno, debe saber de antemano que tiene una potencial vida útil recortada, en especial si sus labores son demasiado repetitivas como para ser implementadas por una máquina, o tan especializadas que requieren de costosos procesos de actualización. La peor actitud hoy en día es pensar que lo que se sabe justo ahora es suficiente.
La carrera contra las máquinas no es nueva, y comenzó con la primera revolución técnica, y fue llevada más lejos por la revolución industrial. El día de hoy, las llamadas inteligencias artificiales, tratan de hacer más sencilla de la vía de la humanidad, pero el costo es la acelerada destrucción de formas de relación humana, de trabajos o cadenas de producción, y el mayor avance de la obsolescencia. Tal vez el conocimiento de una vida humana sea invaluable, pero sus capacidades ante la sociedad no lo son. Si algo tiene valor, es porque es útil para la sociedad (ese raro capitalismo marxista). Pero qué ocurre cuando la tecnología nos permite comenzar a depender menos de las demás personas. Cuando las primeras computadoras comenzaron a popularizarse, era difícil imaginar el desarrollo o impacto que tendría apenas unos años después. Hoy, un aparato que cabe dentro de un teléfono puede sustituir a equipos completos de personas, de equipo de trabajo, o de esquemas de producción. Las personas, sus cualidades de trabajo específicamente, se enfrentan a lo que el mundo demanda, y compiten directamente con un programa “educado” para resolver un problema. Es una batalla injusta. Más allá de la ciencia ficción, lo cierto es que hemos visto en el pasado la desaparición de trabajos, de industrias y de ciudades en auge ante cambios en la tecnología. Frente a lo que podemos ver que será el futuro, nadie se atreve a cuantificar las consecuencias.
Las mismas condiciones del mercado laboral orillan a quienes tienen ciertas habilidades a construir las máquinas que los han de sustituir, forzándolos a ir más lejos para mantenerse por encima de sus creaciones. Se trata del moderno Prometeo de Shelley, quien se abre paso en nuestra búsqueda. Menos realista es pensar que se puede detener esa bola de nieve, cuando la comodidad nos han instalado en un cuadrito de brillante cristal toda la vida que necesitamos: el sentido de la existencia. El panorama es peor si consideramos lo que estos cambios implican para las personas menos aventajadas, ya sea por sus estudios, por su nivel económico o la edad, y que ven que se hace más amplia y menos comprensible la brecha entre su visión del mundo y la gran corriente en la que vamos los demás. Dejan de existir si no se comunican con los medios modernos, si no conocen las tendencias, las modas o los acontecimientos más relevantes de las últimas 24 horas. Todo es inmediato, y así mismo pasa a la intrascendencia.
Lo que se esconde detrás de esta metáfora extendida de la obsolescencia es un drama que se está gestando frente a nosotros, y del que apenas nos percatamos, o que no nos importa mucho, hasta que veamos que esa frontera tecnológica, esa brecha en la comprensión de procesos y realidades, va más allá de la lucha entre generaciones. Quizá la batalla entre los Boomers contra todo es un desesperado grito por mantener un poco de su mundo vigente, descubriendo lo rápido que se erosiona y deslava, cayendo de las manos conforme el lenguaje, los sistemas de producción y los mercados, cambian la cultura, las relaciones humanas, y el destino de esa punta de flecha de la humanidad, que ve en lo anterior algo primitivo y sucio, algo anticuado que debe erradicarse por viejo, por feo, por odioso. Caminamos a un futuro que quizá nos sea poco comprensible, y que será muy a pesar de nosotros.