Editorial

LA BELLEZA – GUILLERMO ALMADA

LA BELLEZA

GUILLERMO ALMADA

 

Habíamos acordado con Fáthima que tomaríamos el té en casa. Hacía mucho que no compartíamos un tiempo para platicar de nuestras cosas. No estábamos distanciados, porque manteníamos el contacto por teléfono o por whatsapp, pero yo echaba mucho de menos esos momentos que se creaban cuando estábamos juntos.

Llegó a casa con galletas horneadas por ella. Una característica suya, compartir manufactura propia. Ya sea comida, un pastel, galletas. No sé cómo hace, pero todo le queda riquísimo. Yo la sorprendí con un té de arándanos, canela, y chocolate.

Es una mujer difícil, no se deja elogiar, la ponen incómoda las galanterías, y hace que cualquier frase o gentileza suene banal. Igual busqué la manera de decirle que la encontraba más bella que nunca.

No sé si eso es tan bueno como tú pretendes que lo sea, me dijo, desde una seriedad profética, para continuar relatándome lo siguiente: Hace algunos años conocí la historia de una mujer que fue sumamente bella. Algunos decían que era la mas bella del barrio, otros aseguraban que era la mas bella del país, y, por supuesto, no faltaba quien asegurase que era la mujer más bella del mundo. Lo era tanto que era la más codiciada por todos los hombres, incluso de las ciudades aledañas.

Te digo más, por donde ella pasaba siempre se armaba alguna pelea, porque todos se disputaban una de sus miradas, o su sonrisa. Sin importar lo que ella hiciera siempre terminaba en disputa, así que era casi considerada un presagio de problemas, por lo que, de a poco, fue dejando de ser bienvenida en muchos lugares.

Era constante el asedio de los hombres. De todos ellos. Solo bastaba con que la vieran una vez.

Finalmente se enamoró del menos pensado. Uno flaquito, un alfeñique, algo desgarbado, de traza simplona, con el pelo más largo de lo habitual, sumamente romántico, y distraído. Fue el único hombre en el pueblo que le llamó la atención, el poeta. Por las noches apedreaba su ventana, a la luz de la luna, con extensos poemas de amor. No se animaba a hablarle de frente, pero al pie de su balcón recitaba horas enteras. Y nunca, jamás, en ninguno de sus poemas, mencionó su belleza. Le hablaba del alma, del espíritu, de los sentimientos, y eso era lo que a ella la enamoraba,

Pero al mismo tiempo había un marinero. Un oso siberiano como de dos metros de altura, con más fuerza que un mamut, que no hablaba. Extremadamente tímido. Pero a ella le había prometido llevarla a recorrer el mundo.

Cuando se enteró que lo rechazaba por el poeta lo fue a buscar para proponerle una pelea, “de hombre a hombre”, le gritaba. El comisario se llevó preso al poeta, para defenderlo, hasta que el marinero se embarcó, y ya no se lo volvió a ver.

Pero aún así no se resolvieron los problemas de esta mujer tan bella. Porque su hermanita menor había crecido, y le reclamaba que todos los hombres se le acercaban para llegar hasta la hermana mayor. Y la trataba de injusta, egoísta, ambiciosa. Hasta que una tarde, tras un cruel desengaño, intentó quitarse la vida, dejando una carta en donde responsabilizaba por el hecho a su hermana, y a su padre, por no hacer nada.

El padre encerró a su bella hija en un cuarto completamente cerrado, sin ventanas ni nada, para que no fuera vista por otro hombre.

Luego él y su hija menor terminaron encerrados en un hospicio para locos.

 

-¿Y qué pasó con la muchacha tan bella?

-Algunos dicen que se fue del pueblo. Otros aseguran que no, pero que se afea constantemente antes de salir a comprar sus alimentos, para no ser considerada bella.

-¿Y tú qué crees?

-Que el único que supo ver la verdadera belleza fue el poeta, los demás solo pudieron observar lo oportuno de la juventud. Por eso hoy, ella se mueve libre entre los ciegos.

 

To Top