Crónicas del Olvido
TEMPLES, DE MARÍA ANTONIETA FLORES
Alberto Hernández
1.-
Un ars poetica -al inicio del libro- nos prepara para su lectura. Nos impulsa a recorrer cada instancia de este poemario que María Antonieta Flores tituló Temples (Kalathos, ediciones poesía, Caracas 2013), de contenido apodíctico pero a la vez asertivo, toda vez que se puede colocar en la balanza de relaciones habituales (una “lógica”), demostrarse o quedar a juicio de quien así lo use. En el caso de este trabajo, Temple está sujeto a “la imagen del hierro templado”, con la fortaleza del cuerpo y del espíritu de quien se compara con el metal. O es metal depurado.
Un declaración de la misma autora (al final de la dureza de sus páginas) nos coloca en una lectura más relajada: “este poemario es un homenaje a mis hombres, a los hombres que me herraron y me acompañaron íntimamente en la década del dos mil; al mismo tiempo da cuenta de un trabajo interior arduo para tratar de lograr el equilibrio en esta sociedad hiriente, escindida y en pugna”.
Es decir, se trata de una obra en la que el dolor, superado o no, canaliza las palabras, los poemas. Un libro que podría ser la vertiente de una terapia para alcanzar “la sabiduría de los metales”, de acuerdo con el “arcano de la Templanza”. Entonces ya hemos sido atrapados por la voz de estas páginas. Es decir, ha logrado sumergirnos en la fragua de sus hojas, con la delicada intención de que también formemos parte de su experiencia.
Flores escribe un libro desde sus hombres, para sus hombres, lo que podría tomarse como un evento íntimo, pero a la vez afirma que lo hizo para “lograr el equilibrio en esta sociedad hiriente, escindida y en pugna”, lo que dice de muchos, hombres y mujeres, que también, de alguna manera, han participado en el “trastorno” de quien habla en estos versos. María Antonieta Flores, reitero, escribe desde el ardor, desde una quemadura, desde el herraje del cual fue protagonista, parte o personaje / víctima. Me atrevo a decirlo de esa manera, toda vez que la misma autora así lo ha dicho, lo ha expuesto en su trabajo.
2.-
Estamos frente a un libro cuya lectura nos adelanta y nos devuelve en sus páginas. Hojas nervadas, versos cortantes, algunos crípticos como dirigidos a un “alguien” que se aleja o se alejó. Es un poemario de compromiso con su más delicada intimidad. No es fácil precisar el motivo por el cual nace un libro, cuando se dice lo que advirtió esta creadora de imágenes cuyas cicatrices se ven, se notan, se hacen sentir.
En el mencionado texto del comienzo del poemario, María Antonieta Flores dice:
es simple // sales de contemplación, cultivas la paciencia, maceras. / destilando escribes, golpeas la madera, imploras, recurres a / orden. Te vuelves lentitud, invocas a rigor, crepita la llama. / te haces ajena a los halagos. corriges (…) con las uñas quebrantadas. sola. / específicamente sola. conocida por el dolor y por el hombre. / trabajo. Austeridad. Acometidas. / sal que regresa en la boca de quien me nombra / un animal que roza mis palabras // todo muy simple // se ama: se busca la palabra adecuada: se escribe.
Y lo hace, escribe para alejar o acercar esos hombres o fantasmas que aún duelen, que la herraron, que la marcaron. El libro elaborado con textos cortos, a veces de uno o dos versos, da cuenta del desgarramiento, de la herida que aún no sana, de las suturas que arden. El cuerpo se resiste a olvidar. O permanece en la memoria, se hace texto y se vive:
En la cama supe todas tus desdichas // me creíste poca monta y resistencia / espera larga / me orlaba con las trenzas del honor // el luto tiene sus misterios / en otrora coloqué los sentimientos / la llave en el cuello / me supiste delirante / ahora / contenida.
Atenuada, la amante se mira “las manos” que perdió. Y “sin aciertos” aprendió que “el lomo acariciado de una bestia / mi aspereza // domesticada por el amor que pasa”, fue cultivada con “rudeza” y de allí, “sólo espigas doy al viento”.
3.-
Este es el libro más personal de María Antonieta Flores. Y es tan personal que se ha alejado de los anteriores. Digo, en aquellos el yo poético se sublima menos, es más abierto, más climatizado por la confirmación de un paisaje interior menos adusto, duro, calcinado.
Libro carnal: erótico y sexual.
Se trata –para el lector- de una lectura dolorosa: aquí el amor y la herida se juntan, se rozan, se golpean. A pesar de todo, no vacila: la plenitud de lo expresado concita una denotación muy simple: “mi único lugar posible / el hombre”.
Aquí habla una mujer. Una mujer que se desnuda y se tiende en la cama. Una mujer que acaricia el sexo del amado. Una mujer que se ve los rasguños y se los toca. Se trata de “una mujer (que) siempre recibe la potestad / los poderes crecen cuando mengua la sangre”. Por eso, “el lecho de paso es reino de un amante”.
4.-
La tranquilidad, la contemplación: tomar una copa de vino, un café. Mirarse desde afuera. Ser. En este “reino de vida quieta” se solaza el espíritu. El encierro, volver al hombre, revisarlo por dentro, tocarlo, ser forjada por el fuego lento, hecha forma para quien “debajo de todo lo soñado / existe un reino”.
Los signos inequívocos de quien dialoga con el amanecer en “alimentos del aire”, vuelven, retornan, se apoyan en el mismo tema, incurren en la misma tentación: “esperan la bondad del azar / se sostienen con terquedad absoluta // agradecidas se inclinan / bajo los árboles o en alguna ventana”. E invoca: “vengan mis hombres // a las manos manos / a la lengua lengua / a la curva curva”. ¿”vuelven los pájaros perdidos?”.
En “templanza”, el yo se aguza en este poema: “las semillas y una piedra / me supe en bendiciones // en cuenco de agua bendita // reposo y cuento esta historia / con la bondad de lo cierto”.
La imagen de la “balanza”, la de la justicia, la del entendimiento, podría decirse, también afila el metal y se hace poema. “el equilibrio // ocurre cuando sostenemos la mirada”. Sin tapujos, dice de sus hombres: “sembrados en mis huesos/ que a decir horadan // crueles y generosos // de los torpes me aparté / antes de darse ellos cuenta”.
5.-
El poema no enmudece, sigue, atestigua. María Antonieta Flores, sin ambages: “la derrota de mis oficios / hace polvo lo que fue vida”.
Luego, por ser parte del elenco del país, termina de desgarrarse, de cantar en tono mayor contra lo que ve a través de los vitrales:
No el odio / en esta tierra de exilio // avísole a los hierros que sostienen la balanza /y limpio los platos // coloco los sucesos con mesura / lo que de ellos queda // siempre traen sangre / la violencia que aborrezco // de naturaleza acuosa / sobrevivo // regreso a los lugares donde fui amada / tiempo extraordinario ya segado.
Ya al cierre, cuando las palabras han sido convertidas en seres ambulantes, en hombres que han pasado, en un país tan pequeño que se quedó en una esquina con los ojos cerrados, la autora pronuncia en voz muy baja:
Reposen palabra y cuerpo / sin cautela.
Y se va a otras páginas en preparación.