El dolor y la palabra en la literatura
Gloria Chávez Vásquez
“El dolor transformado en palabras, duele distinto”.
Marc Antoine Petit (1766-1811) Médico francés
El dolor, es un tema muy frecuente en la literatura. Quizás se deba a que, escribir, en sí, es una catarsis, y a que el dolor, emoción intrincada, tiene proyecciones más amplias y necesarias de explorar. Es un hecho: el sufrimiento es mejor maestro y el drama enseña más que el escapismo.
La literatura está llena de historias que cuentan de tristezas y tragedias. Héroes y heroínas alienados por la sociedad, llevando a cuestas una carga demasiado pesada para su frágil humanidad. En algunos casos esa carga es temporal y el protagonista encuentra redención, pero en otros, el destino resulta ineludible y apocalíptico. La frustración en el amor ha sido fuente inagotable a lo largo de toda la historia poética. Desde El Cantar de los Cantares del Rey David, pasando por La Divina Comedia, de Dante Alighieri, a los poemas de Dolor de Alfonsina Storni.
Cada época, en su momento, ha padecido sus propias aflicciones: crisis, guerras, plagas, tiranías, etc. El dolor físico y espiritual sirvió de inspiración, tanto a los autores románticos de fines del siglo XVIII, como a los existencialistas del XX. Resulta todo un aprendizaje sumergirse en la lectura de estos testimonios. La lección más válida es la de que toda experiencia humana es repetible.
El escritor y periodista inglés, Daniel Defoe, documentó el sufrimiento colectivo durante una pandemia en El Diario del año de la peste, así como el español Benito Pérez Galdós nos contó sobre las aflicciones de las guerras y conflictos en su país en Episodios Nacionales. Entretanto, más contemporáneos, los estadounidenses, Susan Sontag y William Styron se ocuparon del padecimiento físico y la depresión, en Las Metáforas de la enfermedad, y Esta Oscuridad Visible respectivamente.
Siempre habrá textos que hablan del dolor, la pérdida y el sufrimiento porque, en el fondo, es el gran tema. Pero ahora estamos más atentos a este tipo de historias porque habitamos en el dolor del escepticismo. No creemos ya en los discursos religiosos, políticos, científicos ni ideológicos, y nos orientamos a tientas. La generación del milenio, parece instalada en un tortuoso vacío espiritual, guiada, más por el instinto que por la razón. El dolor es el mismo y las respuestas siguen siendo tentativas.
Escribir puede ser una tabla de salvación para algunos escritores, como lo fue para Eli Wiesel, el autor rumano-americano de La Noche. Wiesel encontró en sus pesadillas y recuerdos del holocausto, la manera de aliviar la pérdida de toda su familia en los campos de concentración nazis. Para el escritor vienés, Stephan Zweig, en cambio, escribir significó un escape al mundo por venir, y como legado de esa realidad, dejó entre sus libros, El Mundo de Ayer.
¿Qué beneficios deduce un lector del dolor de un escritor?
La profesora mexicana Cristina Rivera Garza, autora de Nadie me verá llorar, explica que los escritores desean compartir lo que les duele para así poder entender a través de sus lectores, “porque decirlo alivia nuestro dolor y nuestro espanto”.
Por eso, un poema es una especie de lamento en forma de palabra y a su vez, la palabra es la prolongación del dolor que se transforma en poema. Escribir es, además, una manera de enfrentar el silencio de la soledad y a la soledad del silencio.
“Frente a la vida, a los seres o a las cosas, a las ideas y a los sueños, el poeta puede adoptar tres posiciones” escribe la educadora argentina María Aguilar de Billicich: a) la emoción subjetiva, b) la contemplación objetiva y c) la representación subjetiva-objetiva. Según ella, quien hace poesía “puede ser poeta lírico, y volcar en su obra toda su alma; o ser poeta épico, y narrar lo sucedido o lo soñado con fría fidelidad de espejo o poeta dramático”. Finalmente, el poeta puede “personificar las pasiones y luchas de todos”. Porque el poeta, añade Aguilar, “no es más que flor de humanidad, la savia de la vida hecha canto y ensueño”.
“No sé si mi libro está escrito desde el dolor o más allá del dolor”, plantea por su parte, la periodista y escritora argentina Dolores Gil, autora de Parte de la felicidad, un libro dedicado a recuperar y a retomar una conversación con su hermana Manuela, quien murió en un accidente doméstico cuando tenía solo seis años.
Escribir “alivió un poco la intensidad, pero el proceso de recordar, de sumergirme en la historia volvió a horadar ciertas llagas. Al final, fue como una especie de síntesis de muchos dolores, de muchas experiencias que cuajaron en el momento de la escritura. Y también sucedió en un momento de profunda crisis en mi vida y de una especie de renacimiento en muchos sentidos”.
La escritora no cree que haya curación a través de la escritura porque “el dolor es el mismo, siempre; puede cambiar de forma, acrecentarse u olvidarse por momentos”. Lo que sí encontró ella fue “Una sensación de justicia íntima y personal con mi hermana: creo que se merecía que la recordara de alguna manera”.
La esperanza y la ilusión como semilla en la literatura.
El escritor, periodista y criminólogo español Vicente Manjón Guinea está convencido de que la ilusión y la esperanza son esenciales para la creatividad. “Hay que tener en cuenta el punto de unión entre la ficción y el momento de la recreación”.
Manjón es firme creyente de que la buena literatura “nace de la miseria y de la desesperanza” siempre en busca de ilusión. Para los efectos es “como un espejismo que está siempre presente o una quimera que quiere cambiar las cosas porque cree que es posible”. Pero a la larga “debe existir, un rayo de claridad que ilumine la oscuridad”.
Es de notar que muchos autores escriben con la dignidad o la irreverencia que exorciza los demonios. Algunos lo hacen con el humor negro que desafía la opresión y el abuso autoritario. Es su manera de superar el dolor que produce la indignación contra la injusticia. De ese mensaje se encargaron los escritores rusos disidentes como Boris Pasternak o Alekandr Solzhenitsyin o los cubanos Guillermo Cabrera Infante y Reinaldo Arenas.
En el proceso, el dolor te ayuda a conocer algo más. Te purifica. Los antiguos sabían que no hay conocimiento sin la experiencia del dolor. Cuando no entendemos nada, escribir es una manera de explicarse las cosas. No es necesario saber los motivos por los cuales escribimos y dejamos testimonio. Escribir es la forma más profunda de buscar respuestas o consuelo o resignación.