Conocido como el “hombre del agujero”, el último miembro de una comunidad en el territorio Tanaru fue encontrado muerto este mes, lo que indica la primera desaparición registrada de un pueblo aislado en el país.
RÍO DE JANEIRO — Cuando los funcionarios del organismo encargado de la protección de las comunidades indígenas de Brasil se acercaron a la cabaña en medio de la selva amazónica, se confirmaron sus temores: estaban atestiguando la primera desaparición registrada de una tribu no contactada en la historia del país.
El hombre acostado en la hamaca, el último miembro de su pueblo, había muerto, y con él toda una cultura y las respuestas a miles de preguntas.
Incluso su nombre era un misterio. Se le conocía como el “hombre del agujero” debido a las decenas de hoyos que con los años había cavado en su territorio. Su edad, también, solo podía ser calculada. Parecía tener unos 60 años, dijeron las autoridades.
Fue un hito triste para un país que en los últimos años ha sido testigo de un debilitamiento y erosión de las protecciones para las comunidades indígenas por parte de un gobierno que ha priorizado el desarrollo de la Amazonía sobre la conservación.
Funcionarios del organismo de protección indígena de Brasil, la Fundación Nacional del Indio (Funai), encontraron el cuerpo del hombre el 23 de agosto durante un patrullaje en el territorio indígena Tanaru, en el estado de Rondônia, en la frontera con Bolivia.
Es probable que la muerte se deba a causas naturales, dijo la Funai en un comunicado publicado el sábado. La agencia llevó expertos forenses para examinar el lugar y después envió el cuerpo del hombre a la capital, Brasilia, para una autopsia.
Un funcionario de la Funai que no estaba autorizado a hablar de manera oficial dijo que el organismo también realizará pruebas de ADN y luego devolverá el cuerpo a la selva, donde será enterrado.
El cuerpo del hombre estaba cubierto de plumas, según Marcelo dos Santos, un indigenista, quien vio una foto de los restos.
“¿Estaba esperando su muerte?”, se preguntó Santos. “Quién sabe. Nunca hubo contacto, ni siquiera con otro grupo, para saber más de él. Así que no podemos estar seguros”.
Aunque esta es la primera desaparición registrada de una tribu no contactada, los expertos dicen que lo más probable es que otros pueblos aislados se hayan extinguido sin haber sido documentados.
La Funai ha reportado tener evidencias de al menos 114 tribus aisladas en Brasil, pero solo se ha confirmado la existencia de 28 de esos grupos. Por lo tanto, las 86 tribus restantes no se benefician de ninguna protección del gobierno. El organismo es responsable de monitorear la actividad indígena y proteger las tierras habitadas de las actividades que incentivan el desarrollo. Sin embargo, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha defendido a las industrias que impulsan la destrucción de la Amazonía, lo que ha llevado a niveles históricos de deforestación.
El mandatario brasileño relajó las regulaciones para expandir la tala, la ganadería y la minería en la Amazonía y disminuyó las protecciones para los pueblos indígenas y los territorios conservados. También ha recortado el personal y los fondos federales, lo que ha provocado que los organismos que vigilan el cumplimiento de las leyes indígenas y ambientales se hayan debilitado.
“Muchas de estas etnias se extinguen sin que el Estado ni la sociedad adviertan su desaparición, lo cual es muy grave”, dijo Guilherme Martins, especialista indígena de la Funai.
“Mientras la dirección de la Funai no los confirme oficialmente, no protegerá sus tierras, no creará una base y no demarcará sus tierras”, dijo Martins.
Con la aplicación de políticas de protección, algunos pueblos indígenas logran evitar la extinción, pero otros grupos están condenados. La tribu piripkura, por ejemplo, está compuesta por tres integrantes: una mujer infértil y dos hombres que viven aislados en su territorio en el estado de Mato Grosso.
Algunos funcionarios advirtieron que el organismo no ha sido lo suficientemente proactivo para confirmar el descubrimiento de nuevos pueblos aislados por parte de funcionarios en el terreno, que luego le otorgarían protección a las tierras donde viven.
En Rondônia, el único habitante del área de 8000 hectáreas vivió en aislamiento total durante al menos 26 años después de que su grupo fuera asesinado por ganaderos que avanzaban en la frontera agrícola.
Santos recopiló testimonios de residentes locales que confirmaron que hubo al menos dos ataques contra el pueblo indígena, uno en el que recibieron azúcar envenenada (sin fecha determinada) y otro a principios de la década de 1990, cuando los pocos miembros que sobrevivieron, alrededor de seis personas, fueron baleados.
“Lo que le pasó a su pueblo fue un genocidio”, dijo Santos. “Esto revela que estamos fallando como sociedad”.
Hay algunos relatos de contacto entre la tribu del hombre y los agricultores que se apropiaron del territorio a partir de la década de 1970, pero la Funai solo se puso en contacto directo con el último hombre que sobrevivió hasta 1996.
Santos, quien dirigió la expedición de la Funai que entabló contacto con el hombre, dijo que lo encontraron escondido en su cabaña.
“Recorrimos la zona para encontrar la casa donde se refugiaba”, dijo Santos. “Tratamos de iniciar una conversación y le ofrecimos maíz y flechas, pero estaba aterrorizado y muy agresivo. A partir de ese momento, teníamos que respetar su aislamiento”.
Un año después, la Funai restringió el acceso al territorio para evitar la incursión de madereros y ganaderos. El decreto de protección estará vigente hasta 2025.
El hombre indígena se escabullía al reconocer la presencia de cualquier agente que inspeccionara el área y era conocido por los funcionarios de la Funai y los medios de comunicación brasileños como el hombre del agujero porque cavó decenas de hoyos de unos tres metros en la tierra.
“Los ornamentos y utensilios que usaba eran similares a los de los grupos indígenas de toda la región”, dijo Santos. “Lo único que lo distinguía era la presencia de estos hoyos”.
Algunos de los agujeros excavados fuera de las cabañas tenían puntas de lanza afiladas, que los funcionarios creen que estaban destinadas a la caza; otros dentro de las cabañas tenían rasguños.
“Esto es quizás una indicación de que tenían un significado místico”, dijo Santos.
Incluso con las protecciones vigentes, el territorio sufrió una deforestación generalizada hasta hace unos 13 años. Los ataques contra el último sobreviviente también continuaron, como una embestida ejecutada por hombres armados en 2009, según informes de noticias locales.
“Mientras conducía hacia el territorio Tanaru, donde vivía el hombre, lo que me llamó la atención fue lo despojado que estaba de árboles, había áreas enormes para la cría de ganado”, dijo Fiona Watson, directora de investigación de Survival International, una organización de derechos humanos con sede en Londres.
Watson acompañó a los agentes de Funai en una expedición en 2005 para confirmar que el hombre todavía estaba vivo y monitorear el área en busca de signos de actividad ilegal.
“Para mí, él era este símbolo de resistencia y resiliencia: ser capaz de sobrevivir por sí mismo, no hablar con nadie y evitar todo contacto, tal vez por dolor o determinación”, dijo Watson.
Flávia Milhorance reportó desde Río de Janeiro y André Spigariol desde Brasilia, Brasil.