El tesoro incalculable de la música
Dime lo que escuchas y te diré quién eres.
Gloria Chávez Vásquez
En cierta ocasión se le oyó al dramaturgo inglés, William Shakespeare, decir que el individuo a quien no conmueve el acorde de los sonidos armoniosos, es capaz de toda clase de traiciones, estratagemas y depravaciones.
Y habría que estar de acuerdo también con los músicos y compositores de antaño, en que la música es un nutriente de la vida emocional, ya que una bella melodía libera la imaginación, nos permite experimentar los sentimientos en su forma más pura y elevar el espíritu a las más altas esferas.
Siglos han trascurrido, pero ahora, más que nunca, la música sigue siendo una tabla de salvación en nuestras agitadas vidas. Especialmente en aquellos momentos, cada vez más frecuentes, en los que la cultura parece desvanecerse y el tiempo libre, se convierte en tiempo esclavo, preludio de un mundo cada vez más sintético.
En su libro Evolución de la belleza, el autor de El Origen de las especies, Charles Darwin observa claramente, que la música despierta emociones variadas y poderosos sentimientos, como la dulzura y el amor, que se transforman en otros tan sublimes como la devoción. En cambio, el ruido sin propósito tiende a privarnos de la paz y la armonía.
¿Puede deformarse la música?
La música refleja el estado de ánimo de los tiempos e influye en las sociedades, para bien o para mal. De ahí que la innovación musical sea tan peligrosa para el Estado, pues cuando cambian los modos de la música, las leyes fundamentales siempre cambian con ellos. La actual es una época de polución sonora y auditiva en la que interactúan muchísimas corrientes, lo que contribuye a confundir más que a equilibrar al individuo. Gran parte de los músicos de hoy, componen influenciados por las drogas, la violencia sexual y demás neurosis sociales.
El compositor de música electrónica, el estadounidense John Cage, invitaba a imaginarnos en un río de tiempo: Hemos llegado más allá de un delta, a un océano que se extiende hasta el cielo. Lo cual ha hecho perder el horizonte a más de un aspirante a músico, y a los que se apoyan en los clichés más bajos en la cultura popular, para lanzar sus creaciones. Si la música ofende, no es música, es parodia y cacofonía, porque la mala música crea malestar físico y mental. El inglés George B. Shaw, autor de Pigmalión, terminó por concluir que el infierno está lleno de músicos mediocres.
La música, como cultura
Debido a su precisión y disciplina, suele compararse la música con las matemáticas. Claude Debussy, el compositor francés, señalaba que la música es la aritmética de los sonidos, como la óptica es la geometría de la luz. La prodigiosa cantante canadiense Joni Mitchel por su parte, percibe la música como arquitectura fluida y observa un vínculo entre la meticulosidad y el carácter estratégico de la arquitectura y la matemática que hay en lo musical.
El prolífico y genial compositor italiano Giuseppe Verdi, autor de óperas como Rigoletto y La Traviata, argumentaba que la música no conocía fronteras ni nacionalidad. Sólo existe la música. Al director español Jordi Savall la música le recuerda que somos diferentes, pero con muchas cosas en común. La música antigua es el tipo de música donde es más evidente que todas las orillas de nuestros mares hablan el mismo idioma. Mientras que para el compositor inglés Malcolm Arnold la música es el acto social de comunicación entre personas. Es un gesto de amistad. El más fuerte que existe.
Es por esta razón, que la cantautora escocesa, intérprete de Eurythmics Annie Lennox, vincula lo musical con lo cognitivo. Lennox define en forma brillante la música cuando dice que es la plataforma más fenomenal para el pensamiento intelectual.
La música como terapia
Ya en el siglo IV A.C. el filósofo Platón vislumbraba en la música una forma de gimnasia espiritual. El ritmo y la armonía encuentran su camino en lo más profundo del alma mientras que los patrones artísticos de la música son la clave del aprendizaje. El sabio griego veía en el entrenamiento musical un instrumento más potente que cualquier otro. La música es, pues, la ciencia de los amores, entre la armonía y el ritmo.
De igual modo, el compositor renacentista Tomás Luis de Victoria aseguraba que nada es más útil que la música, que, penetrando con suavidad en los corazones a través del mensaje de los oídos, parece servir de provecho, no sólo al alma sino también al cuerpo. Testigo de su poder sanador es el cantante británico Elton John, porque es un hecho: La música tiene el poder de sacar a la gente fuera de sí mismas.
En su aspecto místico, la música es la entrada incorpórea al mundo superior del conocimiento, de acuerdo con el admirado compositor de la Quinta y la Novena sinfonía entre muchas piezas clásicas, el alemán Ludwig van Beethoven. Según él, la música es la mediadora entre el mundo espiritual y el de los sentidos y por tanto constituye una revelación más alta que ninguna filosofía.
La música como sublimación de los impulsos
Ya para comienzos del siglo XX, el pintor y escultor francés Georges Braque observaba que la música da forma al silencio como un jarrón da forma al vacío. De la misma manera, el director y compositor ruso, Leopold Stokowski comparaba el arte del pintor con el del músico: el uno pinta sus cuadros sobre lienzos, mientras el otro pinta sus melodías en el silencio. Eugène Delacroix, artista del romanticismo francés, propone una conexión entre la creación musical y la imaginación libre de todo freno.
El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, veía en el talento musical un mecanismo de defensa. El siquiatra austriaco explicó la neurosis artística como un conflicto entre fantasía y realidad. La cultura no permite expresar ciertos instintos y al acatar los estándares de la civilización los músicos subliman sus impulsos más agresivos en sus composiciones. El materialismo enfatiza la voluptuosidad, en detrimento del espíritu, por tanto, es obvio que en la vulgaridad no hay espacio para lo sublime.
El pianista, director y compositor de Star Wars y Superman, John Williams detecta un aspecto no verbal muy básico que genera nuestra necesidad de hacer música y emplearla como parte de la expresión humana. No tiene que ver con los movimientos corporales, ni con la articulación del lenguaje, pero sí con el espíritu.
Música clásica, música eterna
Es en el siglo XIX cuando se escucha hablar por primera vez sobre la música clásica con el objetivo de acentuar la época dorada de la música. Surgen geniales compositores y bellas óperas con sus intérpretes legendarios. La flauta mágica de Mozart supone una creación mística que impacta la cultura, así como El anillo de los Nibelungos de Richard Wagner se convierte en la inspiración de artistas por venir. Con la ópera la música podía verse.
En una ópera, afirmaba Mozart, la poesía ha de ser hija obediente de la música,… el único camino hacia lo trascendente porque su esencia no está en las notas sino en el silencio entre ellas. Wagner, por su parte, opinaba de su propia música, que era mejor de lo que sonaba. De este modo veía su obra como algo que va más allá de lo musical.
El jazz y el rock como liberación
El jazz no está muerto, simplemente tiene un olor peculiar, solía bromear el guitarrista Frank Zappa. Algo que excusaba en la naturaleza de ese ritmo, el pianista Duke Ellington: El Jazz siempre ha sido como el tipo que no te gustaría para tu hija. Pero hay una magia en su ritmo aparentemente caótico que nos libera.
Comparando el jazz con el rock, el guitarrista mexicano, Carlos Santana advierte que el rock es como una piscina mientras que el jazz es todo un océano. En el caso del rock, la guitarra eléctrica y la transparencia de sus letras, son dos rasgos que lo definen. Derivado del más dinámico rock and roll, fue, desde sus inicios, un estilo de vida que marcó a toda una generación.
Pero ya se trate de una melodía, canción romántica, o de protesta, una ópera, pieza de jazz o rock, la música es sin lugar a dudas, el bálsamo con que un Ser misericordioso escogió acompañarnos en la odisea que es la vida humana. La música calma a las fieras, armoniza la mente en desorden, y contribuye a una atmósfera social menos agresiva. Por eso es un tesoro incalculable. Uno del que no podemos prescindir.