Editorial

El legado del nombre – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

El legado del nombre

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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En pleno y brillante primer cuarto del nuevo milenio, las secretarias de Gobernación de varios Estado del país se han dado a la tarea de establecer una lista de nombres no recomendados, prohibidos o incluso inadmisibles para los Registros Civiles. Esto se deriva del hecho de que algunas personas han considerado necesario, por alguna manera, de ponerle a sus hijos el nombre de alguna celebridad, personaje o ente por el que se tiene algún nivel de admiración o afecto. Pero hay otros casos con menos gracia, que surgen de la oportunidad, la viralidad de una palabra o nombre/empresa. Así podemos entender un poco, sólo un poco, que ya hubo quienes pusieran alguna derivación de COVID a algún vástago suyo, como en su momento lo fue McDonals, Nike, Tesla, Microsoft, Superman, etc. No niego que sería fabuloso tener como amigo a alguien que se llama realmente Superman, pero eso es otro tema. Aunque chusco, eso no causa mayor problema, o no como los casos donde se ha prohibido expresamente ciertos nombres que pueden causar humillación, problemas psicológicos e incluso legales; como la palabra ‘escroto’, que el Registro Civil de Sonora tuvo a bien (o mal) tener que incluir en una lista de nombres inadmisibles para los infantes. Quizá ignorancia, quizá rencor, pero algo curioso hay detrás de cada caso. Para México, muy en particular es el motivo de la CURP, donde también se tiene que elegir con inteligencia las iniciales de los nombres y apellidos para no formar una palabra de cuatro letras desafortunada.

Otro elemento interesante es el que se narra en el libro “Super Freakconomics”, donde se presenta un análisis de cómo se van distribuyendo o adoptando los nombres de personajes de Literatura, Cine y Televisión de acuerdo con el color de piel (USA) y su nivel económico. De manera rápida, los nombres literarios se adoptan primero en clases blancas altas, después en clase blanca media (cuando ya se ha llevado a la pantalla), y finalmente a las clases pobres (cuando las películas llegan a la televisión abierta); todo esto previo al boom del streaming, aclaro. Por su parte, la población afrodescendiente va más rezagada, y toma nombres de la farándula, muchas veces con variaciones debidas a la mala ortografía o la hiperpersonificación del nombre, dando pie a variaciones casi infinitas de personajes. El tema da para reflexionar si se considera el nivel del sesgo socioeconómico en la distribución de los nombres.

Por otra parte, también hay quienes ven en el nombre un legado, un motivo de tributo a alguien de la familia, y de traerlo de nuevo a nuestras vidas. Así es como le ponemos un nombre polvoso a un bebé, sólo por ser descendiente de alguien a quien extrañamos, o por deberle respeto a su recuerdo. No quiero decir que sea algo malo ni nada semejante, sólo que también trae una carga pesada sobre lo que eso puede significarle en el futuro, ante sus ojos, o lo que esperamos de ellos secretamente. Es ponerle un ropaje que quizá no quiera vestir, aunque evidentemente tampoco es una manda que debe ceñir a su frente. Incluso, puede ser un emotivo homenaje. Los motivos yacen en el corazón, y por ese motivo no pueden ser equivocados.

El nombre de una personas se elige pensando en que tendrá un significado, y que habrá en ello algo especial y glorioso que hará de su vida una épica incuestionables; claro que tiene esa personalidad con ese nombre, es casi su destino, de qué otra manera pudiera haber sido si no fuera así. Incluso hay un capítulo de los Simpsons donde se ríe de esa singularidad; no es lo mismo ser el perdedor Homer Simpson que el impresionante Max Power. Pero no es algo que nos preguntemos en la opinión del presunto beneficiario, o que sometamos a su consulta. Tampoco es que nos moleste tener el nombre que tenemos, ya que es nuestro propio nombre y así estamos acostumbrados a ser identificados por años antes de tener la opción legal (y tediosa) de cambiárselo. Tal vez la única molestia es que el nombre no sea muy agraciado, o parezca poco moderno, o poco civilizado; como esos nombres de personas mayores, del campo, tan anticuados como si vinieran desde otro siglo. Otros, se lo cambian sólo por el hecho de poder, aunque no parezca haber mayor profundidad en ello (Sí, ese hippie de Café Tacuba).

Los nombres reducen los deseos que tenemos sobre el futuro de nuestros hijos en el caso más noble, o son un capricho de la mercadotecnia en otros. Pero es un hecho de que tarde o temprano nos encontraremos en ese punto de ponerle esa máscara de por vida a alguien más. Quizá sea bueno considerar por qué nos decantamos por uno u otro antes de firmar un papel que acompañará legalmente a nuestros hijos cuando menos hasta su mayoría de edad.

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