Editorial

Me he arruinado el cine – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Me he arruinado el cine

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

Específicamente, he arruinado la capacidad de asombrarme con cualquier película. Resulta y acontece que, en esta nueva dinámica de consumir información de manera acelerada por redes sociales, encontré a una apasionado cineasta español que tiene un canal de YouTube específico para hablar de las inconsistencias en la narrativa de ciertas películas que va analizando, muchas ellas de culto o cuando menos de devoción de esa versión más joven que las descubrió en el pasado (o sea, yo). El nombre del canal es sencillo y certero: “Agujeros de guión”. El trabajo del influencer es tanto más sencillo: ver una película, analizarla, y hacer las preguntas más obvias que se pudieran sobre la lógica de las acciones o la predeterminación del destino para que un evento sucediera dentro de la trama. Y sí, aunque puede argumentarse que el errar es natural, y que hay una gran distancia en el aprendizaje del pasado a la modernidad (y que hoy día tendemos a ser más juiciosos y menos impresionables que en antaño), lo cierto es que resulta por demás curioso que nunca hubiéramos cuestionado eventos tan inverosímiles dentro de una película, algunos que llegan a ser ridículamente evidentes.

Para mí resulta un tema cuando menos interesante si no importante por dos motivos. El primero es más pueril, ya que demuestra de tajo que nunca pensé en las inconsistencias que aparecían en las historias que adoraba en la infancia y juventud, lo que es un fuerte golpe al ego y la autosatisfacción de pensarme un analista serio que pone atención a los detalles (profesionalmente hablando). Y la segunda tiene un mayor trasfondo, ya que la literatura exige que la verosimilitud sea un elemento tangible dentro de cada pieza, o cuando menos la consistencia. No importa que la historia hable de eventos irreales o ficticios, que evidentemente no son realistas, dentro del universo que construye para el lector debe seguir una lógica impecable e incuestionable que lo haga funcionar, ya sean alienígenas, mutantes o perros que hablan. Las reglas de ese universo pueden ser claramente distintas a las nuestras, incluyendo las de la física, pero deben ser consistentes internamente a lo largo de su argumento y hasta el final del texto. Eso es lo que le da “realismo” a una historia que se narra, o en el peor de los casos, que se escribe. Esa es la diferencia entre una obra con calidad literaria de una sarta de alucinaciones sin pies ni cabeza.

Y he allí lo más chocante del asunto. No se trata de reducir un peliculón de hace tres décadas a una charla hípster sobre lo bien o mal que estaba rodada, o pequeños detalles de inconsistencia temporal (como cierta película donde se presenta una metralleta en un evento que sería diseñada en realidad un año después); o incluso la bellamente irresponsable producción de clásicos mexicanos del cine de luchadores que de tan mal hechos llegaron a ser valoradas como surrealistas (cambios entre cortes de cámara inexplicablemente mal hechos, hasta de ropa, personajes o locaciones). No es esa neurosis. Ni tampoco la humana y un poco épica incompetencia del editor que no nota un reloj, un avión o algo que decididamente no debía aparecer en escena. Son los grandes errores de las tramas lo que duelen. Y más a un intento de escritor. Si no podemos observar esas inconsistencias en otras obras, ¿acaro realmente podremos hacerlo con las nuestras? El trabajo del que narra es construir una fantasía sólida que ayude o divierta cuando menos al lector, pero ¿es consistente en sus entramados, en sus decisiones, en sus motivos y soluciones? A veces llegamos a pecar del ‘Deus ex machina’, que es el poder absoluto del narrador para parchar una mala redacción, de encubrir la pereza con argumentos sacados de la manga, o de llegar a resolver eventos que seguían una imitación creíble de la realidad con la mayor de las flojeras irresponsables, que parecen suficiente en la conciencia de quien escribe. Es importante darse cuenta de ello a tiempo y comenzar de cero algo que se está torciendo, cuando menos por respeto al oficio, creo.

Pero el otro lado de la moneda es que me he arruinado el cine, o cuando menos varias de las películas que veo ahora; las modernas, para ser justo con ese largo aprendizaje de la humanidad desde la inocencia de mediados del siglo pasado a éste. A raíz de esas reflexiones sobre lo obvio, ahora resulta imposible no dedicar unos segundos a cuestionar las direcciones que toman algunas escenas, las acciones de algunos personajes dentro de la ‘gran imagen’ de la historia, o la improbabilidad de una solución determinada de los eventos de acuerdo con la lógica más elemental y la probabilidad de que el punto A llegue al B. El cine es mágico según se dice, y pareciera que la parte de mayor ilusión yace en la composición de las historias que presenta. No busca ésta ser una crítica poco constructiva, aunque lo sea, sino más bien replantear la idea de que como espectadores o consumidores de arte, películas o series, debemos exigir un poco más de cohesión y congruencia. Y como escritores, tenemos el deber de ofrecer piezas pensadas y reflexionadas, que pasen a través de otros ojos para detectar pleonasmos, perezas e incompetencias asociadas a la vanidad de la ‘omniprepotencia’ del autor-dios. O tal vez el mayor descubrimiento sea que nosotros mismos, nuestra existencia, es una de otras de mayor incongruencia, lo que explicaría algunas circunstancias en el mundo. Tal vez seamos pésimos guionistas porque nuestro creador fue uno muy perezoso. Yo que voy a saber sobre eso.

To Top