Editorial

Mariel Turrent – Divagaciones entre una frase y mi irrealidad

Mariel Turrent

Divagaciones entre una frase y mi irrealidad


 

6 Amuletos

“…usar un amuleto, de preferencia azul, hace alusión al estado del búho que siempre está despierto y alerta contra el enemigo”.

Lunas de Estambul, Sophie Goldberg

 

Gracias a la globalización, ese ojo azul, que en el siglo pasado era algo difícil de encontrar fuera de Turquía, Grecia y sus alrededores, ahora se ve por todas partes, en pulseras, dijes, en las puertas de las casas, en los autos y negocios. En el Antiguo Egipto se utilizaba como protección y se le conoce como nazar, «Ojo de Horus» u «ojo griego» y representa el ojo de un búho. Cuenta Sophie Goldberg en su novela Lunas de Estambul, que, en épocas del Imperio otomano, durante una batalla que casi creían ganada, los soldados confiados decidieron descansar y el enemigo quiso aprovechar para sorprenderlos, pero el ulular de un búho los despertó y así los otomanos pudieron defenderse.

Los mitos, los símbolos, las imágenes están ligadas a la vida mágico-religiosa de la humanidad y van de la mano con la superstición que es fruto de los miedos ancestrales. Aunque hoy en día muchos traemos colgados, como adorno, todo tipo de joyería con símbolos e imágenes arcaicas que pertenecen a mitos y leyendas que desconocemos o no sabemos qué significan, a pesar de que cada vez somos más incrédulos, menos estudiosos de estos y nos sentimos distanciados del pensamiento mágico, hay algo que los humanos no hemos dejado de sentir: el miedo. Al traer a la mesa el “pensamiento mágico” recuerdo que cuando estaba en la universidad, en periodo de exámenes, mi amigo Oscar usaba un collar que algún brujo le había hecho con un cráneo de murciélago y decía que le daba buena suerte. Años antes, en un viaje conocí a una chica holandesa que tenía catorce años igual que yo. Me parecía realmente extraña. Tenía un problema serio de inseguridad y para poder sobrellevar sus miedos, traía en la mano a manera de amuleto una caracola. A mí me inquietaba el que siempre tuviera que estar agarrando la caracola y me angustiaba lo impráctico e incómodo podía resultarle y pensaba que incluso la imposibilitaba. Hoy, cuarenta años después, yo también traigo siempre en la mano algo. Y cuando lo olvido me altero, pienso en que me puede pasar algo. ¿Cuántas veces no me he regresado a mi casa porque olvidé ese algo: el teléfono? Pero no soy la única. Hoy en día todos traemos en la mano el teléfono como si fuera un amuleto que no soltamos. Nos impide no solo el uso de esa mano, sino de la vista, del oído, y del tacto. Nos impide ver lo que nos rodea, pensar, experimentar el momento, en fin, vivir la vida.

Dice el diccionario que la superstición es una creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón. Me pregunto si no somos ahora supersticiosos de la tecnología, si no le hemos otorgado una fe desmedida o valoración excesiva; si traer siempre en la mano un teléfono para sentirnos seguros no es señal de que aún no superamos nuestros miedos ancestrales y vivimos una era mágico-tecnológica.

Tal vez hemos desarrollado mucho la tecnología, pero seguimos creyendo en la magia, portando nazares, pulseras rojas, cruces, estrellas. Dice Mircea Eliade, en su libro Imágenes y símbolos, que el símbolo, el mito y la imagen, pertenecen a la sustancia de la vida espiritual, que pueden ser camuflados, mutilados, degradados, pero que nunca serán erradicados.

07/03/23

 

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