Una mujer y dos gatos, de Ayanta Barilli
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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Muchas y extrañas cosas nos ha traído esta peculiar época de nuestras vidas que llamaremos el coviterio. Durante este coviterio hemos sido testigos de la locura pública, de la ineficiencia de la administración pública global, de la rapiña individual y empresarial, y de los flujos inconsecuentes de información entre distintos bandos, con paradigmas, luchas de egos y demencias propias. Y como es de esperarse, la literatura no puede quedar exenta de la marca que ya parece inevitable e indeleble de este encierro de más de dos años en que nos sumergimos a la líquida modernidad del caos. Ya hay cuentos, antologías literarias, y por supuesto, al parecer toda una generación de novelas que retratan desde distintas perspectivas estos sucesos. Un ejemplo de esto es la novela de la escritora Ayanta Barilli, ‘Una mujer y dos gatos’. Debo aclarar que es la primera vez que leo a esta autora, y que fue una traducción española, porque no vaya a ser el diablo que mis impresiones se deban más a otras personas que a la propia autora. La novela fue publicada en 2021.
La historia de esta novela ocurre en Madrid y Roma, ciudades clave en la personalidad del personaje central, donde una mujer madura, que ha dejado atrás a los hijos que hacen ahora su propia vida, y se enfrenta a su día a día en una ciudad clausurada, repasa a modo de diario sus vivencias y ocurrencias existenciales a lo largo de la pandemia. La acompañan sus dos gatos, un par de vecinos, y toda una legión de personajes que la mayor parte del tiempo están ausentes, salvo en las pequeñas misivas que inspiran algunos de los pensamientos de la narradora. Un hombre amado desde hace mucho, los hijos a la distancia, un misterioso padre fulgurando de vez en vez por su sello referencial, una tía enferma en otro país, y todas las pequeñas olas que conforman su vida en España, sumadas a pequeños detalles del día a día, reflexiones de lo más diversas, astillas de lo que antes era el mundo. Y el gran personaje central: el encierro provocado por la pandemia mundial del covid-19.
Toda la primera parte de la novela transcurre con calma, aceptando el destino que cobija a la narradora, y los pequeños grandes cambios que ha traído, y a los que se ha adaptado con cierta facilidad: las calles vacías, la distancia respecto a todo, la soledad forzada de estar en su hogar vacío. En su narración nos vemos reflejados debido a los efectos mundiales de la pandemia, a ese ostracismo al que nos vimos aventados sin mayor preparación, a las poco claras políticas públicas que lo siguieron, y a los puentes quemados entre las personas; que claro, no todo el tiempo son dramáticas pérdidas, ya que también inspiran a la reflexión, a la sanidad de buscarlas de manera consciente y genuina. No todo es un drama, como la novela misma nos lo va aclarando.
Es a partir de la segunda mitad del libro que las acciones son más rápidas, apresuradas, tanto por la cuenta regresiva que se intuye en cada nuevo capítulo, así como la prisa por concluir con el encierro, y quizá, el libro mismo; que al ser un diario permite la observación de considerarse poco digno, o incluso publicable, valga la meta referencia. Un suceso en particular, inevitable desde todas luces, orilla a la narradora a escapar de su aprisionamiento, buscando regresar a Roma para dar batalla a lo inevitable, para tratar de no perder lo último que le queda del mundo de antes de la pandemia. No es difícil empatizar con ese personaje, con la situación en general por la que atraviesa. Sin embargo, allí surge uno de los pequeños detalles que menos me gustó del libro, y es la infantilidad narrativa para darse palmadas de ánimo ante lo que ha de llegar; que tal vez sean terapéuticos a nivel de la autora, pero que me parece que sobran un poco. A mi gusto, algunas frases en un par de capítulos resultan demasiado cursis, demasiado auto motivacionales, y distraen un tanto del entorno (que quizá ese es su principal motivo). No porque sea malo, sino porque me parece poco verosímil respecto al cuidado lenguaje en capítulos previos, y lo que parecía ser un personaje inquebrantable; aunque esa emotividad más humana también es real, y proyecta la más pesadas de las cargas que nos ha traído el coviterio.
Con sus pros y contras, la novela es un reflejo de la modernidad social más fidedigna, retratando lo poco preparados que estábamos tanto para la pandemia como para la soledad. Aunque sucede en Madrid, es una historia universal, y estamos llenos de esas pequeñas replicas en cada llamada telefónica, en los chismes con las vecinas, y en el recuento de enormes listas de pérdidas que vamos acumulando bajo la piel. El Covid-19 no sólo vino a replantearnos muchas de las dinámicas en nuestros países, sino dentro de los rituales familiares, los protocolos del hogar, y la tranquilidad de nuestros propios pensamientos. La novela fue publicada en 2021, un año antes de que comenzáramos a dar por terminados las clausuras de las instituciones, la vida pública, y nuestra sanidad mental. Sin duda alguna, la vanguardia a la que se mueven los escritores va registrando los sucesos, y ofrece tanto a las academias como a las generaciones futuras un pequeño resoplo de lo que fuimos una vez, de lo que decidimos y cómo lo soportamos. Esta novela tendrá sus méritos propios o no, según cada lector, pero nos universaliza las situaciones individuales que cada lector afrontó en una historia en particular, es un testimonio de la época. Ahora sólo falta conocer otras de las obras que tienen esta interesante carga a cuestas, y que seguramente ya se encuentran llegando a librerías o en las imprentas.