Me reivindica la noche, de Alicia Leonor
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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Una deuda de juego es una deuda de honor, y que mayor deuda cargo a cuestas que la de los libros que acusadores me observan desde el estante como no los reseño. Este es el caso del poemario Me reivindica la noche, de la Tamaulipeca Alicia Leonor, que tuve a bien recibir a inicio de 2022, y apenas me digno a hablar de él. La obra fue editada por Catarsis Literaria hace dos años, y la portada estuvo a cargo de Manuel Robledo, con un retrato sobrio y gentil de la poeta. El libro tiene una extensión de 84 pp, fue editado en Matamoros, e impreso en Columbia, SC, USA, en 2021. Desde los forros a los interiores, el tono hueso que predomina en la vista es agradable, y antecede una lectura que se disfruta de sobremanera.
Como poeta, Alicia nos permite entrar directamente en la femineidad de su palabra, con un tono melancólico la más de las veces, y llena de una llama tímida que se abre paso de página en página. Es la voz de una mujer madura, no en el sentido de la edad ni el desconsuelo, sino más bien en el de la apagada arrogancia de quien deja las superficialidades fuera de la casa para centrarse en lo que piensa. Sus versos son alegorías suaves de la caricia, y van hablándole tanto al lector directo, como a aquel ideal, que yace al final de cada verso, pero no llega a saber que se trata todo de él. La de Leonor es una forma epistolar de concebir la poesía, un mensaje que busca al destinatario extraviado que es ajeno a las suplicas, a veces demandas, a veces confesiones, que hace la ‘mujer’ que diagrama cada sonido dentro de su caterva de sonidos. Cuando nos dice: ‘A veces la semana comienza/ como si una parvada de cuervos/ condujeran mi alma hacia la muerte’, sin saberlo, nos hace una síntesis de lo que es su figura creativa.
Más adelante, Alicia nos va invitando a esa charla de café que van siendo sus pensamientos, y que traduce directamente a lo que escribe. Por ejemplo, ‘Le dicen que su voz suena hueca/ que sus ojos traen niebla. / Ya no ríe se pierde sin moverse.’ En esas líneas, la autora expone el tono calmado de su furia, y decanta sobre cada una de las oraciones la intimidad de quien ha encontrado en el oficio poético un asidero para mantener la fe en el porvenir. Porque eso es constante a lo largo de los poemas que integran ese libro, y es la maravilla por reponerse a la negación de las promesas del amante invocado, del destino que se deshace como cenizas en un incendio que apenas se intuye, mas no se ve. Pero no por eso cae en el sentimentalismo, en la fatiga de las figuras rocambolescas que tratan de relamer sus heridas, y que no logran traer la calma a las profundidades de sus pensamientos. Por el contrario, en esta colección de cartas bellamente encriptadas, la escritora refleja toda la verdad aprendida en una vida dedicada a la literatura como un acto pasional y sincero, el mensaje escrito apenas un centenar de veces, antes de soltarlo con timidez al aire.
Más adelante encontramos que ‘El ruido de los recuerdos es intenso/ como el de una gran ciudad/ o como el ruido de una película en el cine’. La manera de entender, y de construir propiamente la belleza de la autora, es la de la coleccionista de suspiros, que va saludando cada nuevo día como una reinterpretación de lo que acontece cada instante en su pecho. Sin usar un lenguaje provocativo, sin ser una mujer directa en lo que desea, la autora nos deja leer en varios planos sobrepuestos la anécdota, la carta enamorada, el reclamo herido de la hembra, pero también su esperanza pasional, y aquellas largas veladas en construir a aquello amado como un ángel devastador y polimórfico de la pasión. Allí surgen los recuerdos, las dudas como pensadora y creadora, y también muchas reflexiones que dan dimensión a la voz narrativa, donde la poesía es una larga lista de confesiones y profundos pensamientos que escapan por los bordes de sus palabras.
Como lector, esta colección de poemas me encontró en la pulcritud de sus oraciones y en la franqueza de sus imágenes, que no requiere de ni de lo barroco ni de lo impúdico para darnos a conocer la galaxia creativa de la autora. En el sentido contrario, quizá, porque a través de cada una de esas hojas sueltas que terminan cosidas a mano con nostalgia y sangre, disfrutamos de una expresión creativa que se ha pulido en si misma y que ahora que la podemos disfrutar de manera directa en su primer libro (me parece), nos relaja con la picardía de la charla directa, y nos cautiva en las formas elegantemente dispersas. El trabajo de Alicia Leonor nos alumbra con una poesía prudente pero dura, que línea a línea nos va envolviendo en las densidades de sus pensamientos.