Crónicas del Olvido
“VIAJE DESNUDO”, DE TINA OLIVEIRA
Alberto Hernández
1.-
Cuatro estaciones hacen este libro de Tina Oliveira, “Viaje Desnudo” (Oscar Todtmann editores, Caracas, 2017). Son cuatro momentos que representan un desplazamiento, un ir y venir al mismo lugar. O a muchos lugares establecidos en la memoria, en los recuerdos, en el tiempo ido y recuperado en palabras.
La primera, “Estación Reconocimiento”, el silencio y la distancia se reúnen en este verso:
“Que la entrega de la memoria aleje el precipicio”.
Se aprecia el interior ontológico, la hondura, lo dejado atrás con la intención de recobrarlo:
“Descubro lo que guardo/ por el eco del vacío”.
Desde aquí, desde este lugar, se inicia el viaje, que puede ser una caída, un resquebrajamiento temporal, en el que una mareante deriva hace que el poema, lo dicho, forme parte del equipaje. Se puede viajar con el lugar a cuestas. Si puede viajar sin equipaje. Se puede viajar mientras los otros viajan. Se puede viajar sin el lugar. Es decir, se viaja con la memoria ajena. Entonces el vacío: se es oquedad y vocablo. Palabra y silencio. Viaje y anclaje. Mudanza. Texto breve en la puerta de una casa. El poema es un conjuro, un recuerdo.
La segunda, Estación Adentro”, nos dice de un posible regreso, del fracaso. La lectura significa: delata la primera estación en ésta, en la que el vacío es también pregunta solapada:
“Vengo de la batalla perdida (…) Vengo del olor a duelo”.
La imagen, el reflejo imagina la afirmación del ser, del habitar un espacio que podría ser engañoso:
“Me encuentro/ perdida en el espejo”
(…)
“Somos recuerdo/ fantasma/ a nuestras espaldas”.
Singular y plural: un solo espíritu en el alejamiento. ¿Cuánto dice un texto que se vacía del personaje? ¿Cuánto deja de decir su tiempo, su lugar, su no estar?
“No me extrañes/ aún no he vuelto”.
Queda el espejismo, la voz adherida al silencio de esa ausencia, la pregonada por el poema.
2.-
El viaje también es una pérdida. Se viaja para no estar –no en el sitio-sino en quien se queda. Se siente el viaje en el cuerpo que se queda. Quien se aleja alude su espíritu.
“el tiempo y su carencia/ el bagaje y las maletas/ el presente y su fantasma// el nombre que no tienes/ el sonido que me das// el mundo que conservo/ la enajenación completa”.
El exilio, dejarlo todo, pero sobre todo el Ser, esa mancha interior que se desdobla, que se hace el Otro en el dolor, en la ausencia, en el vacío, en el recuerdo. Se es cuando no se está presente. Se es más en la memoria:
“Deseo/ Despojarme de esta casa// Dejar las memorias en el perchero/ despertar sin valijas// vestir de mí”.
La voz que aquí habla se desnuda de todo. Es la voz de quien se va, se ha ido y ha regresado, pero nunca se establece, porque nadie es dueño de la tierra. El viajero es un juramento, un testimonio, un inventario, el momento de un espacio que se traslada a otro, de un paisaje a otro que no es: en este decir no hay país posible.
“Olvidé caminar/ respirar es tarea hostil// tierra y aire en estampida// escribo desde la sombra”.
3.-
La tercera, “Estación Oscuro”, el lugar, el enclave de la voz que nombra, la voz dibuja un posible lugar. Un sitio del que se comienza: un aeropuerto indica tal previsión. Las estaciones, andenes o terminales terrestres o aéreos, advierten los afectos, las despedidas, los desprendimientos, pero sobre todo el sórdido momento de estar completamente aislado en la soledad, en la pérdida:
“En esta casa las paredes están desnudas// no fotografías/ no cartas// en casa/ apenas podemos con los recuerdos”.
El cuerpo como espacio viajero. La casa como memoria. La tristeza, la costra que no puede esconderse. La tristeza, también esa oscuridad.
4.-
La cuarta, “Estación Desembarque”. La llegada al lugar. ¿Habrá un lugar para el poema, para “el verso trémulo”?. Se deja todo, el exilio exige. El destierro aterra, alberga la ilusión de otra tierra, la que no predica pertenencia, pero podría revelarse propia desde la memoria, desde la costumbre.
“Entrego esta casa/ atrás dejo cuadros y maletas// Los recetarios de cocina dormirán/ la especies han cambiado de oficio/ hay un vacío que les extirpa la esencia// Repaso cada pisada/ cada vestido en el armario/ los zapatos para la lluvia, los del frío/ incluso quedan los que nunca usé/ Abrigos y bufandas sobre la cama// recuerdos/ pasajeros indelebles de este viaje”.
El viaje, la ida, la venida: heridas, suturas, cicatrices, olvidos, pequeños y grandes detalles. Una ciudad no mencionada. Calles nuevas en la boca, en el nuevo acento. En la forzada pronunciación. Nombres en la punta en la lengua. Leer lo no aprendido, roer otras palabras:
“Desnudarse/ Hacia adentro// Acallar las mentiras/ -torpe costumbre de engañarse todo el tiempo-// Abrir los ojos/ al golpe/ que la claridad queme las pupilas// Desnudarse, / acabar con la mudanza/ Que cada cosa llene su sitio/ sin velos que oculten los rostros”.
Todo viaje es un cambio de piel. Un desvelo frente a una ventana ajena. La desnudez de un cuerpo, la ingrimitud de quien traza sobre un vidrio el recuerdo de la otra tierra.