Editorial

Mariel Turrent – Divagaciones

Mariel Turrent

Divagaciones


 

18 Raíces

La decadencia es el proceso gradual de olvidar nuestras raíces y desconectarnos de nuestra realidad”.

Milan Kundera

 

Cuando escucho Raíces lo primero que me viene a la mente es el best seller de Alex Haley, Puerto Vallarta, Semana Santa y mi familia de vacaciones junto al mar. Primos, tíos, abuelos, todos juntos durante quince días. Eran mañanas de playa, de aceite de coco embarrado en la piel, de torneos de Backgammon, de novelas, de mango verde enchilado; tardes chorreadas de helado Bing en el kiosco de la plaza principal, de mejillas rojas y espaldas ardidas, con ámpulas, tardes de estreno, de apretujarnos en la catedral repleta el Jueves Santo y el Domingo de Resurrección, de niños representando una “obra de teatro” para los adultos. ¿Qué tiene que ver eso con las raíces?, me pregunto. Sí, divago. En realidad quería hablar Haley de esa historia que me marcó, aunque confieso nunca he leído pero mi mamá me fue contando mientras la leía una de esas vacaciones en la playa. Tal vez porque yo era muy niña me impresionó mucho. Todavía tengo en la mente las imágenes que me hice de sus relatos: me dijo que estaba basada en hechos reales, Kunta Kinte, el antepasado de Haley con quien inicia la historia en 1767 fue secuestrado a los dieciséis años en África y sobrevivió una espeluznante travesía de casi noventa días apilado y encadenado en la bodega de un barco que zarpó de Gambia de la cual solo llegarían vivos noventa y ocho a América en calidad de esclavos.

Ahora mismo estoy leyendo a otro autor que habla también de sus raíces: Edmund de Waal. Liebre con ojos de ambar es un relato de su indagación sobre el origen de una herencia que recibe de su tío, más de doscientas figuritas de madera o marfil, netsuke. En su relato, de Waal va buscando el rastro de sus orígenes, recuperando todo lo que su familia perdió tras el holocausto, y asentándolo en ese libro-documento para no olvidar sus raíces. Los judíos me parece que por ser un pueblo disperso en el mundo se han esmerado en pasar de generación en generación la historia de sus orígenes. De asegurarse de que no se pierda su identidad y su historia. Algo similar pero mucho más ameno —tal vez porque lo siento más cercano— me parece el trabajo de Sophie Goldberg, escritora mexicana que cuenta la historia de cómo su abuela siendo una adolescente, dejó a su familia en Rusia, para casarse con un hombre al que nunca había visto y formar una familia que continuara con sus tradiciones en México.

Tal vez por eso hablo yo de mi infancia en Puerto Vallarta. Tal vez no son mis raíces, pero son el escalón más cercano, el punto de partida para ir retrocediendo en el tiempo, siguiendo el rastro de mis antepasados, documentando quién soy y de dónde vengo. Y ¿para qué quiero saber eso?, me he preguntado en diversas ocasiones pues desde niña me dio por hacer mi árbol genealógico. ¿Qué sentido tiene saber los nombres de mis bisabuelos y tatarabuelos? Hoy empiezo a encontrar la respuesta en otro libro: Vínculo de Eduard Girbau. Ahí, por primera vez, veo el término Psicología Transgeneracional: una interesantísima teoría sobre cómo repetimos hábitos, patrones, enfermedades, traumas. Nuestros antepasados nos hablan sobre nosotros mismos, sobre la herencia que recibimos no solo física, sino psicológica y de historia de vida. Dice Girbau: “… las relaciones dentro del árbol familiar revelan algo sorprendente, mágico del funcionamiento de las relaciones humanas”. Es decir, que, si pensamos que tenemos libre albedrío, tal vez no sea tan cierto, somos una pequeña hoja de un árbol que se nutre desde sus raíces.

Hoy, me detengo desde esa rama de la que pendo y echo un ojo a mi alrededor. Intento conectar con mi realidad. Ser un observador. Tal vez no alcance mi vista para conocer todo el árbol completo, pero al menos me voy dando una idea de dónde estoy.

 

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