Mariel Turrent
Divagaciones
19 Cosas materiales
¿Es verdad, es verdad que se vive en la tierra?
¡No para siempre aquí: un momento en la tierra!
Si es jade, se hace astillas,
Si es oro, se destruye;
Si es plumaje de quetzal, se rasga
¡No para siempre aquí: un momento en la tierra!
Nezahualcóyotl
Según dice la dedicatoria, el 18 de julio de 1993 ya tenía yo dos años viviendo en Cancún, lejos de mi natal Ciudad de México. En ese año, este era un paraíso del Caribe mexicano que aún no se podía llamar ciudad y un amigo que estaba de vacaciones me dedicó el libro Ser Hacer y Tener de Michel Domit. “Por si te quedan rasgos de la jungla de asfalto”, escribió, “seguro te servirá de algo”. Y vaya que me sirvió. Este libro que habla sobre la fugacidad de la vida me hizo no volver a coleccionar nada —tenía ya una colección de sombreros antiguos y otra de máscaras—, entender que solo estaba en esta vida de paso y que tenía que viajar ligera. Desde que leí ese libro, cuando compro algo lo hago consciente de que me va a servir y que si ya tengo algo similar debo remplazarlo y dar el anterior a alguien que le dé uso.
Sin embargo, ahora treinta años después, me detengo a pensar nuevamente la razón de ser de las cosas materiales. En el apego que les tenemos. En cómo a veces nos definen, y nos hablan de nuestra historia. Dos eventos me han llevado a esta reflexión: la mudanza de mi querido amigo y socio Miguel Miranda a Canadá y la lectura del libro La Liebre Con Ojos De Ámbar: Una Herencia Oculta de Edmund De Waal. Miguel está en este momento deshaciéndose de la evidencia de más de veinte años. Quitando una casa en la que ha ido guardando las huellas de su existencia: su colección de películas, sus libros favoritos, fotografías con todo y sus negativos… Su querida esposa en pocas semanas consiguió un trabajo en Canadá y emigró. Ella fue a preparar el terreno para el inicio de su nueva vida y a Miguel le tocó deshacerse del pasado. Esto me hizo recordar el momento en el que mis padres quitaron la casa de la Ciudad de México para establecerse definitivamente en Cancún. Mi mamá tampoco fue a quitar la casa. Se quedó en Cancún conmigo y delegó la tarea a mi papá y a mi hermano. Creo que era una tarea dolorosa y tal vez en ese momento mi mamá pensó que mi papá era más desapegado y lo haría sin tocarse el corazón.
Hace unos días le ofrecieron a mi esposo un trabajo en Puerto Vallarta y yo me imaginé en la misma contienda que está viviendo Miguel consigo mismo estos últimos meses; tratando de deshacerse de algo que no quiere dejar ir. Luego, aliviada, agradecí a mi esposo declinar la oferta. Pensé que desde que leí el libro de Domit he estado evitando guardar cosas, pensando en la fugacidad de la vida, en una futura mudanza; sin embargo, y a pesar de ello, sigilosamente, muchas cosas se han ido instalando aquí, cosas que me hacen feliz porque me cuentan la historia de mi vida, de mi breve tránsito —cada vez soy más consciente de su fugacidad— por el mundo material. De pronto me doy cuenta de que, si bien es cierto que no debo tener apegos y acumular, también las cosas hacen que mi estancia sea más gozosa, más cómoda, más disfrutable. Al mismo tiempo, leyendo a De Waal confirmo cómo los objetos cuentan la historia de la humanidad. Si nuestros ancestros no hubieran guardado sus pertenencias, no sabríamos nada de ellos. No conoceríamos la historia del hombre, ni su evolución; no habría obras de arte qué apreciar, ni hermosas historias que leer. Margaret Atwood nos dice que los escritores debemos enfocarnos en los diferentes detalles del mundo material para evocar el carácter de nuestros personajes. Por ejemplo, Flaubert ponía especial atención en mostrar la ropa que usaban, mientras que otros describen a detalle los muebles. Los objetos son parte del mundo de los personajes, de su intimidad, de la época y circunstancia que viven. La forma en la que se relacionan con lo material los define. Los objetos hablan de nuestros sueños, costumbres, manías, forma de vida y de pensar.
En fin, si solo pensáramos en la fugacidad de la vida, no haríamos nada más que esperar la muerte. Sin duda me gustaría vivir sin apegos, pero también quiero apreciar lo que tengo, cuidarlo y disfrutarlo. Cuando sea el momento, dejarlo en buenas manos y agradeciendo de corazón que nos haya servido y ahora le sea útil a alguien más.
P.D. Miguel, dicen que hay que dejar ir y hacer espacio para que llegue más. Enhorabuena por esta nueva etapa de tu vida. Cerca de ti siempre voy a estar.