Editorial

Poetas al grito de la AI – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Poetas al grito de la AI

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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En últimos meses he estado al pendiente las discusiones que lideran los artistas Santiago Caruso (Argentina), Antonio García Villarán (España) y la crítica Avelina Lésper (México), bebé, que tienen una campaña de reflexión sobre si el uso de las AI (artificial intelligence) tiene un mérito artístico o no. Y no es un tema menor, ya que toda herramienta es fruto del trabajo humano, de su desarrollo, y de su forma de entender-vivir-atravesar el mundo. Sin embargo, las AI adosan una nueva línea al debate: ¿qué es la humanidad ante las AI? Para nada me meteré en el tema de Skynet y las batallas del posthumanismo. Y el tema es que las artes y las AI tiene un problema fundamental: no son arte. Una AI, en el sentido más estricto es un algoritmo que se nutre de una base de datos, la procesa, y puede retornar-regresar un producto basado en esa interacción y las instrucciones que recibe (quizá más cerca de una artesanía, sin ofender a los maestros que resguardan y dominan la técnica de producirlas). Y para muchas actividades es una herramienta poderosísima que facilita u optimiza ciertas tareas (amen del costo humano que eso significa). Son herramientas, nada más. Así como lo es un arma o la energía atómica. La diferencia estriba en lo qué hacemos con ellas.

Y como era de esperarse, la novedad ha llegado a la literatura, a la poesía. Hay fervientes defensores, y acérrimos detractores de usar las AI dentro de la literatura. Y para comenzar deberíamos abordar lo que se supone que es la literatura, o no. Desde mi personal sesgo del mundo, la literatura es una herramienta de síntesis de la experiencia humana, de sus horrores y sus deseos más profundos, de su esperanza, y se nutre de la experiencia, del pasado, y del legado que otros han dejado detrás. No es tan diferente a lo que muchas de estas herramientas hacen, que se soportan en una base de datos extensa, y regresan respuestas puntuales a preguntas específicas. Incluso, así se han generado los modelos educativos de nuestras sociedades, principalmente la occidental, basada en el aprendizaje por repetición de conceptos, hechos, fechas y nombres. Y he allí la primera crítica, a mi parecer, la falta de creatividad, la falta de humanidad, la falta de inteligencia. Esa forma de educación, tan duramente criticada, se basa en la respuesta técnica puntual a problemas específicos, y deja de lado la creatividad (peligrosa, no rentable, elija usted). Entonces, ¿puede el arte ser arte si no es creativo?

A la discusión se suma la opinión de Estela Guerra Guevara, que habla de la carencia del espíritu en lo in-humano, o de Erick Marvas, que se centra en la importancia de la experiencia animal del ser humano para reclamar su propia dignidad, y otros escritores que he visto recientemente en redes responder indirectamente al tema, que coinciden con la idea de que las AI son una herramienta, pero no una creativa. El problema es cómo funciona una AI, y qué implica humana y legalmente. Para empezar, se basa en un conocimiento generalizado, público, pero lento, promedio, genérico. Otro problema es que IA como el famoso ChapGPT tiene restricciones en la libertad de lo que puede decir o escribir; amen de los experimentos de Google y Facebook que nos mostraron que las AI pueden ser tan racistas o malévolas como las redes de las que se basan. Pero eso nos da un punto fundamental de discusión: ¿puede existir arte ligado a la censura, a lo políticamente correcto, a lo estandarizado? No me imagino muchas de las grandes novelas o temas de la poesía siendo limitados por ´el gusto’ o ‘consideraciones’ del editor.

Pero hay otro tema mucho más importante, que tiene que ver con la actividad de escribir y los derechos de autor. En la década pasada (2011-2018) hubo una disputa enorme, internacional, por una fotografía que tomó un mono a sí mismo, con la cámara de David Slater, fotógrafo australiano. El debate fue que la imagen no podía tener derechos de autor ya que no fue ni planeada ni ejecutada por el fotógrafo, sino un accidente de la casualidad (posición de quienes ya la habían usado públicamente). Naturalmente, el fotógrafo no estaba de acuerdo, y quería capitalizar los derechos de esa imagen, que, para su forma de ver las cosas, le pertenecía al ser su cámara, ser su viaje, y haberla recuperado (y que perdió en un inicio, dejando en claro que pues no hubo un muy consciente proceso de producción). Guerras legales después, llegando hasta la Suprema Corte de ese país, se definió que la imagen no podía tener derechos de autor, y que en todo caso serian del mono, que legalmente no podría tenerlos al no ser humano. Es decir, tardamos dos milenios en regresar a la fábula del asno y la flauta (oh, poderoso eterno retorno, ten piedad de nosotros). Y esto ¿qué tiene que ver con el tema? Todo.

Un texto producido por un algoritmo ¿a quién le pertenece? ¿Es obra de quien lo pide (como una hamburguesa), de quien programó el algoritmo o vender sus servicios, o en este caso de los miles de usuarios de la red que han ofrecido anónimamente su lenguaje para el entrenamiento de la red? Es una herramienta, una que sí está protegida por los derechos de autor. Y en menor medida, el debate secundario: ¿hay mérito en esa obra? Al final de cuentas, no hay ni un proceso de creación ni un aprendizaje técnico sobre la que la obra se sustenta, sino la mediana de respuestas de un tema que imitan a las conversaciones humanas, limitada por la censura del propietario del código que elaboró los candados en los que existe dicha AI. ¿Un orfebre que no elabora sus piezas con las manos, ni con la pericia de manipular sus herramientas, puede ser llamado orfebre realmente? ¿El dueño de un equipo de futbol puede ser llamado futbolista por poseer las ´herramientas´ que empujan el balón? Difícil saberlo.

Aclaro que no soy un anti-tecnología, sino por el contrario, y pienso que las AI nos habrán de salvar del fin del mundo, del nuestro, eventual, cuando nuestro bello sol nos quiera hacer tocino. Pero también soy un entusiasta del humanismo, y de entender los motivos que yacen detrás de las cosas que hacemos. Pero me intriga si estamos preparados para saber usar las herramientas de manera adecuada, o incluiremos a la poesía en la larga lista de Bauman con una poética líquida, donde no se necesita del oficio para aparentarlo. De por sí teníamos que lidiar con escritores que no leen, ahora al parecer lo tendremos que hacer con aquellos que ni siquiera escriben, porque no desarrollan ´orgánicamente´ esas habilidades, que es un eufemismo para decir: que no le saben a la poesía, pero #yolo, va pal’ fase (mi frase de chavorruco digital). Yo no ofrezco respuestas a estas interrogantes, solo las dudas que me despierta el tema.

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