Editorial

I Jornada Cultural Gabriel Borunda – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

I Jornada Cultural Gabriel Borunda

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Durante este año se llevó a cabo la Primera Jornada Cultural Gabriel Borunda, en la ciudad de Chihuahua, Chihuahua, del 23 al 27 de enero (2023). La cita se dio bajo el auspicio de Federico Corral Vallejo, escritor y editor chihuahuense, y de Amelia Valdez Aguirre, promotora de salas de lectura, activista de la divulgación científica y compañera sentimental del autor homenajeado. Además, se dio cita a los ganadores de las cinco emisiones del premio que lleva su nombre en el género del cuento, para hacer las entregas formales de los premios (porque COVID), y dar espacio a la literatura. A la par de esta ceremonia, se hicieron presentaciones de libros, y se llevó la convivencia de los autores invitados a distintas escuelas de la ciudad, para que la letra fuera algo significativamente vivo. Porque el lugar más importante para que un escritor pueda aportar algo de positivo, debe ser dentro de una escuela. Así las cosas.

Las primeras actividades fueron en la secundaria Torres Bodet, donde un grupo de estudiantes pudo charlar con los escritores, y compartieron algunos de sus sentimientos o ideas, dando pie a la complicidad del tallereo. También hubo actividades en la preparatoria del Tec Milenio, donde se pudo charlar con dos grupos de entusiastas jovencitos, que se adentraron en la plástica del lenguaje para expresar algunas de sus ideas y necesidades. Otro día se pudo exponer ante un grupo de estudiantes del Tecnológico de Chihuahua, donde no sólo la calidad académica es parte de la vida de la comunidad, sino su preparación integral y humana. Al siguiente día la cita fue en la Normal de Chihuahua, donde algo hubo de plática, pero más de apatía, quizá por el frío. Finalmente, el cierre de las actividades con comunidad se dio en la Facultad de ingeniería de la Universidad Autónoma de Chihuahua, hogar de Amelia, para quien las puertas siempre están abiertas. Cada foro es único, y tiene sus virtudes, y la experiencia de compartir directamente con las personas ayuda a reflexionar sobre el quehacer artístico y su papel frente a los demás, a los otros.

Particularmente los más jóvenes son los más interesantes, porque están más abiertos a entender el mundo y participar en él, mediante nuevos mecanismos o expresiones; no se han dejado intimidar por las rutinas y los patrones, y todo les es un descubrimiento maravilloso. Cuando uno se hace viejo, también se hace inmaduro, se vuelve distante, y olvida un tanto que la seriedad es una formalidad del protocolo, mas no un criterio de vida. Pero los jóvenes son la esperanza del porvenir, por ahora, y se ven atentos, se ven lúdicos, se ven promisorios. Y puedo decir que esa reunión aparentemente más caótica, es la de mayor significado, porque más de uno de aquellos jóvenes estudiantes pudo descubrir que hay mecanismos más allá de las rebeldías de la edad, y que hay maneras de ordenar sus pensamientos y encausar su imaginación. Espero que esa semilla que queda bajo la piel pueda encontrar una vena fecunda que la obligue a volverse un destino.

En este encuentro pude convivir directamente con las grandísimas escritoras Carmen Garduño, Alejandra Zaragoza, Jessica Anaid, Marina Prieto, y el editor e investigador Jesús Chávez Marín. De cada una de estas entrañables personas aprendí bastante, en especial sobre la pasión por lo que uno hace, de usar la literatura como un puente entre realidades, y de vislumbrar el carácter generoso de sus almas a través de sus expresiones. Además de que el hecho de que fueran más mujeres que hombres también me es especialmente grato, ya que no sólo reclaman el sitio que les toca en el quehacer cultural, sino que además lo hacen con una genuina vocación por crear. Y qué decir de Amelia y Federico, distintos rostros de una misma moneda, que ven a la poesía como una herramienta que construye la verdad, y que se apasionan en divulgar e involucrar a los más jóvenes en su visión hermosa del mundo.

Partir siempre es un momento melancólico, pero si algo nos llevamos de estas experiencias es la gratitud de haber coincidido, de poder platicar y conocer un fragmento de esas otras identidades que van por la vereda buscando la verdad que les pueda dar la literatura como una explicación. Y queda el brío renovado por escribir, por comprometerse no sólo con la técnica, sino con las personas que pueden leer esa obra. El algún momento volveré a esa tranquila ciudad del Norte, y recordaré las pláticas entre las calles y los muros, seguro de que el quehacer cultural es una red de sueños y no sólo un individuo buscando entre sus entrañas el significado del mundo.

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