Mariel Turrent
Divagaciones
22 Gatos
Chibi es un amigo que me comprende, un amigo con apariencia de gato.
Takashi Hiraide
Hace unas semanas, mi amiga Erika me recomendó el libro El gato que venía del cielo. Cuando me recomiendan un libro con tanta emoción, no dudo en ir a comprarlo inmediatamente. Normalmente los libros suelo comprarlos en su versión electrónica. No me gusta acumular libros, así que solo compro los que, al leerlos, me parecen indispensables. En esta ocasión no solo fui a encargarlo a la librería, además pedí dos, y se lo regalé a mi amiga Verónica, que siempre me trae regalos. Esta narración muy japonesa, está llena de espacios que parecen un santuario dedicado a la observación, un templo donde lo único que importa es el momento presente. En sus párrafos, el tiempo se detiene y nos involucra con un gato que suele entrometerse en la vida de sus vecinos y se empeña en transformar su vida al punto de volverlos dependientes de sus leves muestras de cariño. Y es que los gatos son así. A mí también me llegó un día una gata del cielo, cariñosa, simpática, alegre. La llamé Gatricia. Audaz, trepaba mi Gatricia por los árboles y se metía por cualquier ventana de la casa que estuviera abierta. Le daba por tocarme en mitad de la noche, tras una de sus parrandas, en la terraza de mi cuarto, y yo, cual fiel sirvienta, me levantaba sonámbula a darle de comer. Si tuviera que describir nuestra relación, habría escrito un libro como el de Takashi Hiraide. “La ausencia del gato transformó el jardín en un paisaje sin alma”, dice casi al final el libro. Y eso mismo sentí yo cuando no volvió más mi Gatricia. Terminé el libro casi en el mismo momento en el que mi socio Miguel viajó con sus queridos hijos felinos Gelasio y Paula a su nueva residencia en Canadá. Dos días después me llamó destrozado. Su querida Paula había fallecido. Sobra decir que su alma se transformó en un jardín sin gato. Es decir, vacío. Pero la alegría no se hizo esperar, Lulú, llegó reclamando ese espacio vacío que está llenando de mimos, piruetas, cachetadas a Gelasio y demás seducciones felinas. Y es que los escritores parecemos estar unidos a los gatos. Gabriel Avilés, ama a Canela, Amparo Dávila, aparecía en la cuarta de forros de su libro, vestida de negro y con su gato y de ella decía su maestro y amigo Juan José Arreola que no era Amparo la que escribía sino sus gatos. Carlos Monsiváis llegó a tener más de veinte gatos y en la Ciudadela, donde está su biblioteca, los gatos adornan el piso, las paredes y el techo, como ya en el antiguo Egipto lo hicieron.
Mis gatos favoritos —además de mi Catalina, por supuesto— Gato, de Desayuno en Tiffany´s, de Truman Capote, y el gato que aparece en Antología de nada, de Miguel Miranda, El Gato, de Juan García Ponce, El Gato inédito de Elena Garro y para terminar El Libro De Los Gatos Sensatos De La Vieja Zarigueya, de T.S. Eliot y que sirvió de inspiración para la famosa obra CATS de Andrew Lloyd Webber, imperdibles.
Y para quien quiere saber más de la relación entre los gatos y los escritores, aquí dejo los siguientes enlaces.
21 fotografías de escritores célebres con sus gatos: https://lifestyle.trendencias.com/fotografia/los-gatos-de-los-escritores-celebres
Juan Villoro, La mascota del gato: https://etcetera.com.mx/opinion/la-mascota-del-gato/
Las historias de los clásicos y sus gatos: https://www.taringa.net/+apuntes_y_monografias/los-escritores-y-sus-gatos_12s9uk
Los nueve gatos de Amparo Dávila: https://gatosyrespeto.org/2022/08/25/los-nueve-gatos-de-la-escritora-amparo-davila/