Editorial

Ernesto Antonio Turrent Márquez – Conversaciones del Taller Malix

Ernesto Antonio Turrent Márquez

Conversaciones del Taller Malix

 

Tema 2: Sustancias peligrosas

Parte 7 Fresas con crema

 

El licenciado José Vázquez Trova, de sesenta años, era conocido en los juzgados colegiados de juicios orales en materia penal del estado de Jalisco por ser un hombre recio, estricto en la aplicación de la ley. Se sentó frente a su escritorio y dio un suspiro melancólico, “Muy bien Pepito, es hora de sacar la casta, y tú hijo de tu pink floyd, arreglaremos tu asunto llegando a casa”. Tomó la hoja de análisis clínicos que debía llevar a su doctora. Al escuchar que tocaban a la puerta la escondió por instinto, “Sí, ¡adelante!”.

Su secretaria se asomó por la puerta y le dijo sonriendo: “Señoría, tiene una llamada rara, ¿se la comunico o digo que está ocupado?”. El hombre hizo la seña de que se la pasaran. Descolgó el auricular y una voz amenazante comenzó su ataque: “Mira, hijo de tu pu… madre, habla el tranvía, relaja a tu pin… jurado de quinta a la ver…, quiero que salga mi vieja absuelta, ¿oíste?, de lo contrario yo personalmente voy a ir a voltearte la olla de los frijoles a tu casa, ¿entendiste, abogadete de quinta?”. En el estado de ánimo que se encontraba el juzgador no quiso mediar palabra con el agresor, solo cortó la llamada.

En la sala de audiencias, con cara de satisfacción y una sonrisa que no se le había borrado en todo el proceso, Soledad Castro, alias La Sopla Serpentinas, esperaba los párrafos finales de la resolución. Estaba segura de que la amenaza de su pareja tendría efecto.

“Se condena a Soledad Castro a sesenta años de prisión, aplicándose la pena máxima por haber concurrido todas las agravantes en su perjuicio”, leía el presidente de la terna. Con un golpe de martillo que le borró la sonrisa a la sentenciada, se cerró el juicio.

“¡Esto lo vas a pagar, vejete decrépito!”, amenazó la delincuente, mientras esposada, era conducida al centro de reinserción social de alta seguridad para cumplir su condena.

Ya por la noche, el juez llegó a su casa decidido a ejecutar el plan que había ideado, no le daría la oportunidad al maldito cáncer de propagarse en su cuerpo y hacerlo sufrir una muerte lenta y dolorosa.

Sacó de la bolsa de su saco un pequeño frasco, fue al refrigerador y vació todo el contenido en un tazón de fresas con crema, lo mezcló bien, puso el plato frente a su sillón favorito, encendió su vieja consola, sacó un disco de vinil y dejó que las notas del Huapango de Moncayo se escucharan en la sala. Se sentó cómodamente y cerró los ojos dejándose llevar por las emotivas notas, luego los abrió y contempló la sala tapizada de reconocimientos. “¡Diablos!, si hubiera tenido más tiempo, podría haber llegado a la Suprema Corte, pero así es la vida, no tengo hijos, nietos, o familia que me extrañe, así que es mejor terminar de una vez”.

Cuando se disponía a tomar el plato hondo repleto de postre, tres tipos con armas largas aparecieron frente a él. “¡Te cargó el payaso, juececito!, te dije que liberaras a mi morra. ¡Te voy a despachar al otro lado de la barda!”.

En ese momento el líder de la plaza reparó en el enorme tazón que había sobre la mesa: “Mira nada más, hijo de perra, ¿pensabas empacarte esta delicia tú solo?, antes de matarte nos las vamos a ejecutar, te vas a quedar con las ganas. ¡Órale, batos!, vamos a darle piso a las rojitas jugosas”.

Con singular alegría los tres intrusos devoraron el delicioso postre, el teléfono del juez sonó en ese momento, el Tranvía le hizo la seña para que contestara; “¡Contesta, ese!, pero al primer aviso de peligro te meto un plomazo en la frente”, la llamada fue breve, el juez recuperó el brillo en su mirada y sonrió.

“¡Pu… madre qué pin… dolor de estómago!”, los tres cayeron de rodillas en la alfombra persa de la sala soltando sus armas. El juez se sentó a un lado de ellos, tomó el frasco pequeño y les leyó el contenido de la etiqueta: “toxina botulínica”, luego les habló del su diagnóstico de cáncer en el páncreas, “pero la llamada que me acaban de pasar era de mi doctora, informándome que, por error, me dieron el diagnóstico de otra persona. Buen viaje, ratas”.

El juzgador inició un nuevo camino, la vida le daba una segunda oportunidad y, esta vez, la tomaría con ambas manos.

 

Ernesto Antonio Turrent Márquez, profesional del derecho y caminante insaciable, poseedor de un perpetuo antojo por probar cuanto pastel se atraviese en su camino, siempre busca horizontes nuevos creyendo firmemente que el género del terror se puede reinventar. Es parte del Taller de Escritura Creativa de Malix Editores desde 2022.

 

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