Soy un perdedor
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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Uno de los más conocidos, y quizá menos comprendidos, personajes Charles Bukowski es Hank Chinaski, célebre alcohólico fracasado con sueños de grandeza que nunca se cristalizan. Este personaje es un hito de la literatura beat, y especialmente del género que se desencadenaría a partir de esta literatura del desencanto del sueño americano, debido a sus rasgos autobiográficos, su actitud ligera ante el dolor, y la autoconciencia de la devastación de no poder ser aquello que se sueña. Poca justicia le han hecho a Charles sus lectores, la mayoría adolescentes en una temprana sexualidad y poca experiencia ante el mundo, que normalmente lo dejan más mal parado, y desvirtúan sus obras al promoverlas como una especie de comunismo de la promiscuidad y el alcoholismo (particularmente en el realismo sucio a la mexicana). Por fortuna hay mucho más que eso en su obra. Aunque ese no es el tema central de estas divagaciones, sino el fracaso. El hermoso orgullo del fracaso.
¿Entonces porque dedicar todo el párrafo anterior al tema? Porque hay un pasaje especial de Hank que reproduce una conversación que sintetiza ese sentimiento que todo aprendiz del oficio ha pasado: ese pasillo hosco donde te descubres escritor o no. En su anécdota, un editor de una afamada revista californiana le preguntaba a Hank si había publicado algún libro antes de presentarse como un escritor. Hank reflexionaba y decía que no, dejando en el lector esa amargura de entender que el mayor sueño de Charles-Hank, no el de ser un autor conocido, sino el de ganar ese reconocimiento paterno de afirmación sobre su existencia, no había llegado ni siquiera en su madura edad, donde cierta fama y ciertos círculos de lectores ya lo habían adoptado como uno de los nuevos pilares de la literatura estadounidense. Y vaya que es complicado.
¿Cuándo es que uno es llamado maestro? ¿Cuándo los pares comienzan a notar/hacer-notar que se tiene una trayectoria? ¿Cuándo es que uno, el autor, o si obra, han comenzado a ser más que una pequeña distracción, un hobby? No lo sé. El famoso canon depende de las academias, de los círculos de amigos, de los vaivenes entre los grupos que se van tejiendo, y los gustos personales, y las oportunidades (que las hay) de comenzar a publicar. Muchos jóvenes tratan de impulsar pequeñas revistas digitales, más alimentados por los bríos de la juventud que por la necesidad, haciendo sacrificios de tiempo, recursos, corazón. Quienes avanzan otra casilla apuestan por las antologías, muchas veces autogestivas, donde se agrupan otros novatos, medio noveles, y amigos. Otros, ya menos, se dejan envolver por la gestión cultural, abriendo espacios para otras voces, con la esperanza de que todo ese trabajo abra una brecha. Algunos lograrán el éxito tras muchas batallas, otros sufrirán un palo o abrazarán una amistad que les facilite la vida, y algunos otros claudicarán, amargados por la dificultad. Todos tomamos el mismo trago que Hank, al reconocer que quizá no seamos escritores, como señala el editor modoso, pese a que lo deseamos.
Pero eso no mata a la literatura. Hank continua con sus asuntos, tratando de sobrellevar un trabajo mediocre, relaciones mediocres, los dolores del cuerpo, la amargura del boxeador fracasado, de la clase media-baja abandonada a sus sueños, de la fatalidad del día a día. También están los certámenes, los premios literarios, o las convocatorias. Ahí hay de todo, y dependiendo el caso se pueden dar adjetivos buenos o malos, dependiendo del monigote a cargo, del gusto personal de los jurados, o de la simple casualidad. Lo más normal es fracasar, no ser seleccionado, no publicar. Y no lo menciono por amargura, sino para animar a que los más jóvenes no se dejen vencer por esa pesada respiración al reconocer que no tenemos grandes logros, que hay figuras que anteponen un título casi nobiliario entre la comunidad. Hank siguió resistiendo, Charles se jubiló, escribió, y murió con algo de fama, buena y mala. Entonces se convirtió en lo que deseaba, a pesar del editor de aquella anécdota, que se siente dolorosamente real dentro del resto del cuento.
Son más los fracasos que he acumulado que los logros. Claro, no me dejo llevar por la infantil fantasía de creerse una joya oculta que algún día relumbrará por sí misma. El arte de fracasar requiere de volver al escritorio, de trabajar con constancia, de encontrar su propia voz dentro de la enorme abundancia de escritores que hay allí afuera. Lo difícil es aferrarse a aquello, mantener el paso, volver a lo mismo. Quizá Charles fuera un hombre sin modales, y quizá Hank fuera un perdedor agresivo, pero si algo nos queda claro es que en todo caso era un escritor concienzudo, que se mantenía largas horas editando, mandando sus textos a editoriales y revistas, acumulando cartas de rechazo unas tras otras. Un verdadero perdedor no se rinde porque no le queda nada más que continuar un día a la vez, haciendo lo que piensa que le dará un poco de paz a su existencia.