Editorial

Entre el albur y el freestyle – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Entre el albur y el freestyle

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

La picaresca popular mexicana incluye muchas frases que se han convertido en memes, imágenes reiteradas en los espacios públicos, casi como reencarnaciones de los sucesos originales, o la multiplicación inagotable de sucesos y actos que se repiten perpetuamente, tradiciones que parecen tener muy poco sentido salvo dentro de una mística casi inexpugnable, condiciones culinarias extremas, entre otras. Una de las muestras más floridas de esta alta gama de diversidad cultural es el albur. El albur es un juego de palabras, y tradicionalmente incluye una batalla entre pares, o a algún incauto, que por la situación o las respuestas que articula, recibe una contra respuesta que busca demostrar el acto de dominación de su contrincante. El más sencillo es la vacilada, el más complejo es una cadena de acciones-lenguaje que se despliega hasta definir el estatus social y sexual del adversario. Más allá de lo chusco o vulgar, el albur es un ejercicio de la inteligencia, porque requiere poner atención en el lenguaje, y organizar las palabras de manera que sea una respuesta implacable.

Hay adeptos y enemigos de este arte popular, quienes enarbolan la creatividad, y quienes juzgan la vulgaridad de la situación. Los demás contemplamos, y hasta cierto punto, desarrollamos el gusto de observar, y a veces participar, en esas intervenciones culturales tan propias de los espacios públicos a la menor provocación. Algunos incluso han hecho de tal exhibición todo un deporte, y los personajes menos obvios se han especializado en dominar tal arte. Como cabe esperar, hay mucho más allá de lo que se escucha, y la actividad da pie a una tradición mucho más rica sobre el manejo del lenguaje. El albur implica coordinar sonidos, significados y contextos de uno de los participantes con el destinatario de sus palabras, mayormente improperios, escondidos dentro de oraciones aparentemente inocentes. Entre menos maestría, mayor la obviedad de ese doble significado, o sentido. El albur es un lenguaje doble que va más allá de lo directo, y que envuelve el mensaje en una encriptación abierta a los más conocedores. Eso es un talento que se practica y se desarrolla.

Por otra parte, una forma de expresión popular moderna que se ha ido ganando terreno en nuestra modernidad es el llamado freestyle. El freestyle es una batalla de rap modificada, donde dos o más contendientes buscan encadenar el sonido, el significado de las palabras y el contexto en el que se usan para determinar la maestría en el ingenio del emisor. Claro que al ser una batalla oral tiene inconsistencias, y se basa más en la oportunidad que en la planeación. Esa es su mayor belleza. Se trata de un ejercicio de la inteligencia, de la creatividad y de la memoria. Como muchas cosas de chavos, los más viejos somos reacios a reconocer la valía de las expresiones emergentes. En este caso, dos de las más cercanas experiencias de la oralidad popular a la poesía es el albur y el freestyle. Ambas son batallas que se basan en el lenguaje, y que requieren a fuerza de entender la manera en que piensa y articula su oponente, para poder resolver un crucigrama instantáneo en el que se construyen oraciones que rebaten y aniquilan a la otra persona; y que se valoran desde fuera dependiendo no sólo de la habilidad de la respuesta, sino de su naturalidad e ingenio.

En el caso del freestyle, es comprensible que llame la atención de los jóvenes por su carácter improvisado, por la musicalidad que implica, por la escena undergound de la que parte, y por la facilidad (para ejecutar, no técnica) de operar. El freestyle solo necesita de dos personas, mínimo, que estén dispuestas a entablar un juego del lenguaje, sin escenario, sin organización, sin la pedantería de otras actividades que son más restrictivas por sus costos económicos. Además, permite expresar el enojo, y sacar la frustración que es tan propia de los jóvenes, sumidos en la dependencia social, la arrogancia de los mayores, y la falta de espacios propios donde la creatividad no sea dictada desde el canon de los autoritarios adultos. Es decir, son espacios libres que invitan al ingenio, y por tanto a la creatividad. Son entonces, más cercanos a la poesía que la academia; disculpa incluida a quienes se incomoden por tan atrevida afirmación. Cada estilo tiene a sus aficionados/detractores, y se justifica o defenestra según el espacio donde se habla de ellos. Sin embargo, lo más importante es reconocer que es también un medio de expresión, y que su manejo y desarrollo están muy lejos de la obviedad y de la simpleza. Pueden ser de nuestra apetencia, o pueden ser de nuestro desprecio, pero ambos caminos también llevan hacia la dorada rama de la poiesis, y son, tal vez, los primeros pasos de las voces que remodelaran la literatura del mañana. (Cuando menos son harto entretenidos, y a más de uno han de dejar sin palabras).

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