EN PUÑO Y LETRA LIBERTARIOS
LEÓN DE ALMEIDA
André Breton en México: Las conferencias perdidas
Llegará, señores lógicos, la hora de los filósofos durmientes? Quisiera dormir para entregarme a los durmientes, del mismo modo que me entrego a quienes me leen, con los ojos abiertos, para dejar de hacer prevalecer, en esta materia, el ritmo consciente de mi pensamiento.
André Breton 1er. manifiesto Surrealista
Cerca de 1936 André Breton hacía una solicitud al Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, impulsado por su deseo de enseñar en el extranjero. Esto se debía, en parte, a su situación económica, pero principalmente a la tensión política y social que se vivía en Europa en aquellos años. En especial para aquellos que, como él, tenían afiliaciones políticas contrarias a los regímenes que en ese momento estaban en ascenso en diferentes puntos de la geografía europea.
El autor era bien conocido en su país, sin embargo a pesar de ello y de su estatus de celebridad en algunos circuitos del arte, la solicitud que hizo tuvo que esperar casi dos años para ser atendida: en aquellos años varios intelectuales y artistas deseaban emigrar del país debido a circunstancias similares a las que motivaban a Bretón. Ante la demora, él no se quedó inmóvil; aprovechó el tiempo en Londres y en París, ciudades a las que viajó para difundir sus manifiestos surrealistas.
En 1938 el Ministerio le comunicó a Breton que habían dos posibilidades para que emprendiera un viaje temporal. México y Checoslovaquia fueron los países ofrecidos al autor. El país latinoamericano fue elegido como refugio temporal por el francés fundador del surrealismo. Mucho se ha especulado sobre los motivos de su decisión, lo cierto es que uno de los factores clave fue que León Trotsky haya sido acogido por el presidente Lázaro Cárdenas. Por las notas de su esposa, también se sabe que Bretón pensaba en México como una nación joven, donde la revolución había triunfado a diferencia de otros países europeos donde había sido un fracaso.
Fue así como en abril de 1938, acompañado por su esposa Jacqueline Lamba, André Breton llegó a México. Inicialmente tenía pactadas cinco conferencias en la capital del país, lo cual significaría que su estancia duraría de abril hasta finales de junio del mismo año. Estas charlas se dividían en dos en el Palacio de Bellas Artes y tres en la Universidad Nacional Autónoma de México, de las cuales solo se llegaría a dar una en San Ildelfonso, por un boicot en su contra que se venía cocinando desde su salida de Europa y que culminó cuando el Ministerio se negó a encargarse de su alojamiento en nuestro país, dando como resultado que él y su esposa quedaran momentáneamente abandonados a su suerte en la ciudad.
Luego, el pintor Diego Rivera decidió alojarlos para que el francés pudiera terminar sus pláticas en Bellas Artes. Si bien las conferencias en la Universidad Nacional no fueron realizadas, lo cierto es que hay otros eventos que vale la pena destacar; por ejemplo, la presentación de la célebre Un perro andaluz por el mismo Breton. Los viajes que emprendieron Rivera, Trotsky y Breton por diversos puntos de México y que eventualmente derivarían en el Manifiesto por un Arte Revolucionario e Independiente, en el cual los tres autores (aunque solo Rivera y Bretón firmarán el mismo) abogaban por un arte que no estuviera al servicio de gobierno alguno, sino de los artistas y sus ideales. La visita del autor francés se extendió hasta agosto de 1938.
¿México tuvo o no impacto en la obra de Breton? La discusión sobre este detalle ha sido amplia, lo cierto es que, al menos, sirvió como punto clave en su vida, pues aquí fue donde conoció a uno de sus ídolos, Trotsky, y además forjó una gran amistad con Diego Rivera. Ahora bien, no puede decirse que las imágenes o el imaginario del país como tal haya influido en la obra del autor, pero el rumbo de su obra indudablemente cambiaría a partir de 1938.
La visita de André Breton a México es uno de los sucesos más estudiados de la historia del arte en México, principalmente porque se trata de uno de los fundadores de una de las vanguardias más importantes del siglo XX y por el impacto político de su visita. Por ello era lamentable que durante casi ochenta años dos de las más importantes conferencias dictadas en Bellas Artes hubiesen estado extraviadas; se sabía que estos documentos existieron e incluso se conocía algo de sus contenidos por crónicas y entrevistas de la época, pero nunca se tuvo la certeza de que aún se conservaran originales o copias de ellas.
El investigador y traductor Jaime Moreno Villarreal descubrió —luego de varias vicisitudes— en los archivos de la biblioteca de Diego Rivera y Frida Kahlo dos documentos que coincidían plenamente con las conferencias que durante tanto tiempo se habían buscado. Estos papeles constituyen sin lugar a duda uno de los últimos eslabones en los textos del autor francés, y también representan un momento importante en la vida de Diego Rivera ya que, como se ha mencionado anteriormente, de ellos nacería el manifiesto que Rivera y Breton terminarían firmando meses más tarde.
Sin ahondar demasiado en el contenido de las dos conferencias inéditas, coeditadas por la Editorial AUIEO, el Museo Frida Kahlo y el Museo Anahuacalli, es preciso decir que se trata de textos en los que el autor intenta arrojar luz sobre una pregunta en apariencia sencilla: ¿qué es el surrealismo? Lo cual no es de extrañarse ya que en México el movimiento no era tan bien conocido como lo era en Europa. Se trata de textos que, si bien carecen de algunos fragmentos por el paso del tiempo (el traductor lo aclara pertinentemente), nos dejan pensando qué tanto sabemos de este movimiento artístico casi cien años después de su fundación, qué pretendía más allá del cliché de los sueños, ¿no era su apuesta por la sensibilidad y la espiritualidad más que por las imágenes oníricas?
Finalmente parece que hacer una lectura de estos textos constituye un gran vínculo con el pasado pero también con el presente, que quizá al final no son opuestos, tal como dictaría Bretón en el segundo manifiesto surrealista: “Todo nos induce a creer que existe un punto del espíritu donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, lo pasado y lo futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo, dejan de ser percibidos como contradictorios.