Armando Peralta
Conversaciones del Taller Malix
Tema 5: Literatura gourmet
Parte 7
Los romeros de la abuela
Armando Peralta
La fuerza y la velocidad del viento sacudía con violencia las ventanas de la cabaña en South Lake Tahoe, mientras la nieve se acumulaba en el alféizar. Mario observaba a Rosario hurgar en la despensa y en el refrigerador. Su silueta se movía de forma continua. Treinta y cinco años en Estados Unidos no habían borrado ese gesto de determinación en su rostro moreno, el mismo que tenía cuando decidieron dejar San Bartolo.
—¿Qué buscas Chayo? —preguntó Mario acercándose.
—Las bolsas de romero seco deshidratado que traje. Espero que no se me hayan olvidado. Al menos el mole ya lo tengo —respondió. Su voz tenía un dejo de nostalgia.
—Como los que preparaba mi abuela Lupe para cada Navidad.
El aroma a mole llenó la cocina, transportándolos a su pequeña casa en Sacramento, donde habían celebrado su primera Navidad en California. Mario recordó cómo Rosario había llorado esa noche, no dejaba de extrañar el bullicio de su familia en México. Más que una celebración había sido una sinfonía de lamentos combinados con lágrimas y mocos.
Mientras Rosario hidrataba los romeritos, el aroma complejo del mole invandía la cocina. Era recordar el olor a chocolate mezclado con una amplia variedad de especias que se fundían en esa lava rojiza de canela, clavo, anis, comino y pimienta. El dulzor del plátano macho que se sumaba a los chiles tostados, las almendras y cacahuates donde el ajo y la cebolla junto con el tomate y la tortilla tostada no se quedaban atrás. Mario peló los camarones secos; su mente vagó hacia aquellos primeros años difíciles.
—¿Te acuerdas cuando trabajaba doble turno en la fábrica y los palomazos de los fines de semana para arreglar jardines y cortar pasto? —murmuró.
Rosario asintió, sus ojos fijos en la vasija de barro.
—Mientras yo cuidaba niños para pagar las clases de inglés hasta que encontré acomodo como recamarera gracias a que pude darme entender con mi inglés machucado.
El cuchillo, al chocar contra la tabla, acompasaba el flujo de sus recuerdos. Cada ingrediente representaba una parte de su vida: el mole, profundo y complicado como sus batallas; los camarones, fuertes como ellos; y los romeritos, con sus capas de sabor, como símbolo de sus personalidades diversas y llenas de matices.
—¡Mario! —dijo Rosario de repente— ¿dónde está el polvo de haba?
—¿Polvo de haba? Eso no va en los romeritos.
Rosario frunció el ceño.
—Claro que sí. Mi abuela siempre lo usaba para las tortas de camarón.
—Eso suena más a Tex-Mex —replicó Mario riendo.
El rostro de Rosario se ensombreció.
—¿Ahora me vas a decir cómo cocinar los platillos de mi familia?
El silencio cayó pesado entre ellos, como la nieve afuera. Mario miró los romeritos, símbolo de todo lo que habían dejado atrás y lo que habían construido juntos.
—Lo siento —dijo con delicadeza—. Es solo que… a veces siento que perdemos la esencia de lo que éramos cuando llegamos a este país.
Rosario suspiró, mientras cuidaba que el mole no se pegara en el fondo de la vasija.
—Yo también tengo la misma sensación. Mira nuestros hijos, tan americanos y tan negados en aprender el español. ¿Quién recordará nuestras tradiciones cuando no estemos? No estoy tan segura si venirnos para acá fue lo mejor. Me siento en deuda con mi papá y mi mamá. Sigo con la espina clavada y nadie me la podrá sacar. No estar presente cuando cada uno partió de este mundo es algo que no he podido superar. Al menos sentir el calor de sus manos, abrazarlos o recordar el último brillo de sus miradas. Hoy sus rostros se diluyen conforme el tiempo pasa y solo el recuerdo permanece.
Mario la abrazó por detrás, ambos contemplaban el platillo que burbujeaba en el fuego. No era igual como el de la abuela de Rosario, pero tenía su propio encanto.
—Tal vez —dijo Mario—, estoy seguro de que hoy al igual que el resto de nuestros seres queridos que ya se fueron, ellos nos acompañan aquí esta noche. Desaparecieron como materia, sin embargo, estoy convencido que sus espíritus no han muerto. Ya llegará el momento en que estemos juntos de nuevo.
Rosario se volvió hacia él, con una pequeña sonrisa en sus labios.
—Creer en la eternidad, al menos le da sentido a mi presente.
Afuera, la tormenta no cedía. Mientras probaban los romeritos, diferentes, pero deliciosos, Rosario pensó en sus nietos, los imaginó disfrutando este platillo en futuras Navidades, contando la historia de cómo sus abuelos lo cocinaron una vez atrapados en la nieve, lejos de casa, pero encontrando siempre un hogar.
Armando Peralta Díaz aficionado a los libros, a la música, al cine y desde luego a las revistas. Ha sido un cazador permanente de nuevos materiales que años atrás encontraba en las bibliotecas y librerías y ahora en la red. La literatura ha sido fuente inagotable para moverse en otra dimensión. @practicasempresarialespodcast