DESVARÍOS
GUILLERMO ALMADA
Me contestó
que no sabía amar,
que no había obtenido
esos conocimientos,
indispensables,
para mantener a flote
una relación.
Y era mentira.
Ella amaba de una manera
indescriptible.
Me hundía en sus desvaríos
insolentes
y se transformaba
en una loba en celo.
Duele haberla perdido.
Desde ese rincón
me miraba
como a un desconocido.
No respondía ni a su nombre,
pero guardaba en su mirada
el fuego,
y ese ardor era
lo que yo buscaba.
