Editorial

LA VISIÓN DE CARONTE: Del presidencialismo al populismo…

El sistema político mexicano se ha caracterizado por un esquema presidencialista que pese a los años, se ha mantenido y evolucionado desde el caudillismo que estuvo vigente hasta el inicio del “Milagro Mexicano” y su continuación hasta el fin del siglo XX, con una derivación hacia el populismo en este siglo XXI, tratando de recuperar el México que se cae a pedazos.
 
Revestido con un matiz democrático, el proceso electoral en México poco había cambiado en seis décadas cuando en los años ochenta se gesta una ruptura en el seno del mismo partido hegemónico, el PRI, encabezado primeramente por el embajador de México en España, Rodolfo González Guevara y el ex representante de México ante las Naciones Unidas, Porfirio Muñoz Ledo, a quienes se fueron sumando diversos  personajes priistas,  entre ellos Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, imagen icónica por ser un ex gobernador y, sobre todo, hijo de Lázaro Cárdenas del Río.
 
En principio esa ruptura interna se justificó como el reclamo de quienes entendían al partido como un mediador entre el poder y los intereses del pueblo y las demandas populares, sin embargo, analizando los textos de la época e incluso la obra de Luis Javier Garrido[1] se percibe un panorama predominante de ambiciones por el poder, en vez de ser un movimiento idealista.
 
Este movimiento derivó en la Corriente Democrática Nacional, que para las elecciones de 1988 integraron con partidos de izquierda el Frente Democrático Nacional que postuló a Cárdenas Solórzano frente al priísta Carlos Salinas de Gortari y al panista Manuel J. Clouthier.
 
Lejos de los resultados obtenidos en dicho proceso electoral, la importancia de esa ruptura interna, se proyecta hacia el peso del cuestionamiento hacia el sistema presidencialista y el control hegemónico del PRI, que provocó una fisura partidista, concretada en la pérdida de las elecciones por el Gobierno del Distrito Federal en 1997 y pérdida de  la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión ese mismo año, para finalmente llevar al PAN a Los Pinos en 2000.
 
Pero los cambios no fueron de fondo. Sólo de siglas y colores de partido, El presidencialismo se mantuvo, con nuevos nombres, adecuándose a la época y revestido de algunos cambios, pero en el fondo con las mismas prerrogativas del Presidente por encima de los demás poderes, aunque con la diferencia de que ya era y es abiertamente cuestionado por los sectores políticos y sociales.
 
A una generación de distancia del surgimiento de la Corriente Democrática Nacional, destaca cómo el cuestionamiento al poder Presidencial provocó un efecto dominó que movió la estructura interna partidista y favoreció el resquebrajamiento de la figura del Presidente.
 
Tras dos sexenios panistas, lapso durante el cual la figura presidencial perdió aquel respeto casi divino, con el regreso del PRI a los Pinos pareció quererse retomar ese matiz de control absoluto, pero las condiciones las mismas. En este siglo XXI la sociedad es crítica, aunque no está bien informada y eso ensombrece el horizonte, pues sin capacidad de análisis la opinión pública se convierte en una masa fácilmente manipulable con el discurso fácil que nada aporta a la colectividad, pero que sí busca el ejercicio del poder para colocar facciones y administrar los recursos públicos a discreción.
 
Ojalá que en las elecciones próximas haya un despertar ciudadano, que sean en verdad analíticos de la situación del país y no simplemente sean críticos por sistema, por moda o conveniencia.
 
Hasta la próxima…
 
Por Miguel II Hernández Madero
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