A TRAVÉS DE LA PLUMA
DE LA AVENTURA DE ESCRIBIR UNA NOVELA
FERNANDO COBOS (MALIX EDITORES)
Hay aventuras en las que uno embarca y no sabe qué encontrará, o hasta dónde llegará. Quedan pocas en nuestro mundo de esta naturaleza, pues nos hemos encargado, con el tiempo y a lo largo de los milenios, de crear un ambiente controlado de pocas variables, que nos hacen habitar un entorno seguro, eliminando toda la incertidumbre, a grado tal, que muchos de nosotros terminamos añorándola.
Qué viajes aquellos en los que uno partía a bordo de un vocho con una guía Roji vieja, sin un rumbo muy definido, y pasaba la noche en el primer hotel que tuviera camas disponibles. Hoy la pauta está marcada por reservaciones de internet y un GPS que te indica el camino e incluso te aleja de accidentes o tráfico. No me mal entiendan, sé apreciar la tecnología y los beneficios que esta nos otorga, pero para ser del todo franco, de vez en cuando, echo de menos ese toque picante que la incertidumbre trae a nuestra existencia, seamos sinceros, la vida sin un poco de dolor no es vida. Fue por este motivo, entre otras cosas, que decidí embarcarme en la odisea literaria de la novela, y no me arrepiento ni un segundo.
Escribir ficción es tomarse un caballito copeteado de incertidumbre pura, es sacar a todos tus demonios, los buenos y los malos, y esperar a ver como se manifiestan a través de tus dedos sobre el teclado. Por más establecida que tengas tu trama, los personajes que tú mismo creaste se burlarán de ti, harán de la suyas y te arrastrarán de los pelos por cada página haciendo lo que les venga en gana. Te convertirás en un mero títere de sus maleficios, sus bondades y estupideces. No hay otra forma de escribir una novela y llegar al final vivo, hay que aceptar lo que es y dejarse llevar.
Algunos se han aventurado a comparar la aventura de escribir una novela con la aventura de tener un hijo, (otra llena de incertidumbre), no sabría decir que tan cierto es esto, pues acabo de iniciar el trayecto de la segunda, (mi heredero viene en camino) pero me puedo imaginar como hijo que soy, las similitudes que estas dos hazañas pueden tener. Poner el punto final a una novela puede que tenga las mismas implicaciones que el alumbramiento de un niño, saltarán en este momento todas las madres que han dado a luz. ¡Momento!, no me refiero desde un punto de vista físico, sino espiritual.
Traer algo a la vida, pero que ahora es independiente de ti. De la misma forma en que la madre y el bebé no son una persona sino dos independientes una de la otra, así la novela y el autor son dos entes autónomos que por sí solos, tienen vida. Una madre puede morir y su descendencia seguirá existiendo, inmortalizando de cierta forma su memoria, así un autor muere, pero su obra vive, no como una extensión del escritor, sino como un ser emancipado que dará vida a otras obras a través de la inspiración que siembre en otros autores.
La crianza de un hijo es también hazaña ardua, y por experiencia puedo decir que, para bien o para mal, nunca un hijo será exactamente como los padres desearían, de la misma forma, una novela nunca será lo que el autor esperaba en un principio. Forzar la naturaleza de un hijo con tal de complacer los deseos de los padres nunca terminará bien, es por esto que el autor debe dejar que su obra tome su propio rumbo, guiarla como un buen padre haría con un hijo, pero nunca imponerse a lo que natural e intrínsecamente es. ¿Qué tan acertada es esta analogía?, pronto lo sabré.