EL CERO Y EL INFINITO” Y LA CONFESIÓN
ALBERTO HERNÁNDEZ
CRÓNICAS DEL OLVIDO
“Es imposible para mí vivir más lejos del arte, al cual he dado mi vida, ya que ha sido destruido por el ignorante y arrogante mando superior del Partido y este mal no puede ser enmendado. Los mejores exponentes de la literatura –un número que los sátrapas zaristas no podían ni soñar llegar a tener- han sido físicamente exterminados o han muerto bajo la mirada condescendiente y criminal de aquellos que ostentan el poder”.
-Nota suicida de Aleksandr Fadéyev, autor de la novela “La Joven Guardia”- (*)
1.-
Nicolás Salmanovich Rubachof está sentado frente a Ivanof. Con el parpadeo inseguro frente a la cara iluminada del ex comisario del pueblo comienza el interrogatorio de lo que habría de calificarse como el Proceso de Moscú, situado entre 1936 y 1938. Se trata de una escena tenebrosa, gris, sino fuera por la lámpara que ciega al preso de la celda de los 400.
“El cero y el infinito” (“Darkness at Noon”) del húngaro Arthur Koestler, publicado por Ediciones Destino, S.L., Pelayo 28, Barcelona, España 1954, cuenta los avatares de un período terrible por el que pasaron no sólo los enemigos del despotismo de la URSS en tiempos de Stalin, sino también quienes por alguna razón se “desviaron” del camino “correcto” de la revolución, entre ellos los fundadores – la llamada vieja guardia- del primer régimen comunista creado por Lenin en 1917.
Confieso que no sabía –o no recordaba- que ese libro estaba en un rincón oscuro de mi biblioteca. Mientras leía “La confesión” de Artur London, me dio por husmear entre tantos títulos con la intención de encontrarme con otro texto dedicado a esa epidemia criminal instaurada en aquella Europa hoy superada pero amenazada por otros monstruos colectivistas tanto ideológicos como religiosos.
Y se me dio la ocasión de encontrarme con este Koestler que un día me sonó familiar por algún texto cercano a Walter Benjamin o a Hannah Arendt.
Comencé la lectura sin descanso. La lectura de un libro de 260 páginas donde la tensión dura hasta el último párrafo, pese a que algunos autores señalan que este largo relato del húngaro, luego nacionalizado británico, se queda corto ante el sufrimiento contado por Solneyitzin, Ajmátova y otros prisioneros del Gulag, entre otros infiernos comunistas o nazis, que en fin de cuentas tienen el mismo objetivo: el exterminio.
Entré de lleno en la personalidad de Rubachof, quien ya había demostrado sus cualidades como interrogador, como torturador psicológico, y quien había hecho fusilar hasta a su secretaria Arlova. Un hombre duro, inclemente, incapaz de expresar el más leve sentimiento de perdón. Pues bien, le tocó a él, precisamente, ser víctima de uno de sus más cercanos camaradas.
Como todo libro que aborda estos temas, la historia se desarrolla en un clima áspero, oscuro, frío. Rubachof está encerrado en una celda, rodeado de otros presos a quienes no conoce, pero sí sabe de su destino como el que le tocará a él: ser fusilado con un tiro en la nuca.
2.-
Koestler nació en Hungría en 1905. Hijo de judíos siempre fue un “disidente vocacional”. Preso de Hitler y de Franco, perseguido de los nazis por toda Francia, termina en Londres, donde en 1983 se suicida con veneno en compañía de su esposa. El autor llegó a señalar: “Arruiné la mejor parte de mis novelas por mi manía de defender en ella una causa; sabía que un artista no debe exhortar ni pronunciar sermones, y seguía exhortando y pronunciado sermones”.
Esta declaración del autor de “El cero y el infinito” desmiente la afirmación de un autor según la cual Koestler “No escribió para la eternidad”. Pues bien, esta novela, que tiene mucho de historia real y de autobiografía, es más que una novela, es un testimonio sobre un tema que en estos tiempos que nos tocan está vigente, porque el monstruo del fascismo, el comunismo y el nacismo aún se mueve entre nosotros. Algunos críticos han llegado a expresar la poca cercanía literaria de esta obra. Para este cronista es una novela con todos los ingredientes de una excelente novela. Manejo de los personajes, de la ambientación, del suspense, de la tensión y de la narración: no tiene desperdicio.
Rubachof es un referente de los enjuiciados, la otrora “joven guardia”, Zinóviev, Kámenev, Mrajkovski, Bujarin, Piatokov, Rykov, entre otros, sometidos al escarnio por fiscales como Vishinki, Ivanof o Gletkin, sujetos a la realidad o a la ficción.
3.-
Stalin se decía lingüista, creador de monsergas morfo sintácticas donde cabía cualquier expresión ligada con el lenguaje, con el comportamiento verbal de los comunistas. Para este proceso, el de Moscú, se fabricó la “ficción gramatical”, que trataba el yo singular (el cero) y el yo colectivo (el infinito); sobre ese teorema donde también se expresaba una matemática criminal, el militante estaba obligado a borrar su personalidad y limitarse a ser masa, volumen sin identidad. Y quien no entrara por el aro era destruido como sujeto psíquico durante los interrogatorios y como físico con el tiro en la nuca, detrás de una de las orejas. Envilecidos, los presos terminaban autoculpándose y admitiendo que merecían morir por haber traicionado a la revolución.
El partido lo era todo. Era el todo: “-El Partido no se equivoca jamás –dijo Rubachof-. Tú y yo podemos equivocarnos. Pero el partido, no. El Partido, camarada, es algo mucho más grande que tú y que yo y que otros mil como tú y como yo. El Partido es la encarnación de la idea revolucionaria en la Historia…”
Y como “en el paraíso no hay criminales” sino culpables o sospechosos de serlo, la última hora de vida del personaje se fija, precisamente, en la pérdida de ese “paraíso”, de ese sueño que se convierte en una pesadilla.
Esta obra merece un trabajo más extenso, pero para los efectos del espacio, la empalmo con el título de London, “La confesión/ En el engranaje del Proceso de Praga” (“L´Aveu”) publicado por Monte Ávila Editores, Caracas, 1970, que contiene el testimonio de quien fue funcionario del Partido Comunista en varios países de Europa y terminó siendo otro chivo expiatorio, en este caso, no como el anterior de Rubachof, quien tuvo que pasar por la maquinaria policial del régimen y acumular gran cantidad de expedientes falsos que a la larga se convirtieron en “verdades” que lo condujeron a la prisión, con la diferencia de que luego quedó en libertad y se fue a vivir a Francia.
Al final, luego de tanto sufrimiento, London, quien había nacido en Ostrava, en 1915, en mayo de 1968, le fue conferida la Orden de la República Checoeslovaca.
Manuel Caballero, en su libro “Ve y toma el libro que está abierto en la mano del ángel” (Editorial Ateneo de Caracas, 1979), escribe:
“Son muy pocos los que podrían resistir verse tratados en esa forma por sus propios camaradas sin cargarse de odios definitivos, sin maldecir para siempre, con toda la quiebra moral que ello significa, las ilusiones de su juventud. London nos proporciona el más hermoso de los espectáculos, que es su absoluta fidelidad para consigo mismo”. Caballero aún creía que era posible la redención del hombre a través del socialismo, razón por la cual, líneas más abajo, casi justifica el sacrificio de London. Pera eso ya es parte de otro relato.
Ambos libros, que han sido fichados por este autor extensamente, merecen un estudio más sosegado, pero los días corren rápidamente y es preciso dejar sentado que tanto London como los personajes de “El cero y el infinito” siguen existiendo, no en nuestra imaginación, sino en cárceles de este país nuestro y en otros donde impera el “socialismo”, esa venganza histórica que no termina de desaparecer, pese a que quien lo practica tampoco cree en él, sino en los beneficios que éste les aporta.
Una cita acerca de este invento stalinista, lo leemos a continuación en “La confesión”:
“Kohoutek me anuncia, una mañana, que Doubek controlará personalmente si yo conozco bien mi proceso verbal estudiado de memoria. Me llevan a su despacho. A su lado está sentado un hombre que nunca vi y que escuchará muy atentamente mi recitación, sin pronunciar una sola palabra. ¿Uno de los “verdaderos” jefes? Doubek, por su parte, se declara satisfecho: aprobé mi examen con éxito”.
Es decir, una confesión fabricada con el “permiso” del mismo confesado, quien no tenía opción si quería que su familia y sus amigos siguieran respirando.
4.-
Dos libros, entre tantos, que hurgan en la llaga de una maldición que asoma la cabeza cada cierto tiempo, como esos tumores que se esconden en el tejido sano de los cuerpos vivos.
(*) A. Fadéyev fue uno de los escritores soplones más notables al servicio de Stalin. Acosó, persiguió e hizo encarcelar y asesinar a muchos músicos de la URSS. Con la muerte del “padrecito” y la llegada de Nikita Kruschev al poder, perdió todos sus privilegios y se suicidó en 1954.