DE LA INANICIÓN ARTÍSTICA
FERNANDO COBOS
A TRAVÉS DE LA PLUMA
Durante mi etapa de temprana formación académica, me topé con la casional pregunta proveniente por lo general de adultos familiares que sonaba más o menos así « y tú… ¿qué quieres estudiar?» o «cuéntanos… ¿qué vas a ser cuando seas grande?». Mis respuestas siempre dejaron clara mi inclinación hacia las artes, si no era cine, era teatro o literatura. Al principio recibía comentarios entusiastas, pero en la medida que fui creciendo, y mi respuesta seguía siendo la misma, las esperanzas de esos adultos de que me “curara” de aquellas aspiraciones artísticas se fueron desvaneciendo, haciéndome entonces acreedor a comentarios cada vez más persuasivos en dirección contraria. La primera vez que entendí por completo el motivo de dicho fenómeno, fue en una comida familiar en la que el tío simpático nos contó como algo muy suyo, el chiste de la pizza «a ver si se saben este, ¿cuál es la diferencia entre una pizza y un artista? ¿no saben?… que la pizza sí puede alimentar a una familia de cuatro». Reí como todo mundo, pero entendí que para los ojos incautos, el único artista exitoso, era aquel que estaba en Hollywood o ganaba un Nobel. Con frecuencia el gremio artístico es percibido por la sociedad como uno bohemio, o de cierta forma exótico, y por supuesto con una economía inestable. Fue así como yo mismo, a mis confusos e intrincados dieciocho años, sucumbí ante este adoctrinamiento, y cuando el momento llegó, me decidí por estudiar una carrera con un enfoque económico en el que pudiera en el futuro tener un mayor éxito financiero.
Ahora, casi catorce años después, veo todo con mucha más claridad. No me arrepiento de haber estudiado turismo internacional, pero sí de haberme sometido por tantos años a una inanición artística auto infligida, y con esto no me refiero a consumir arte, sino a crearlo. Como humanos tenemos una incansable necesidad de crear, tanto científica como artísticamente. Me alegro de haber entrado en razón, y de retomar este camino por la vía de las letras, que siempre fue una de mis favoritas. Me doy cuenta ahora de que el arte y la cultura son parte intrínseca de lo que somos, y que rechazar o ignorar esto tiene el potencial de generar un vacío tremendo en nuestras vidas. Ahora nos toca a nosotros reflexionar sobre cómo queremos presentar el arte a nuestros hijos, cómo un simple pasatiempo o cómo un estilo de vida. En una sociedad en la que la economía rige el movimiento de las fichas sobre el tablero, en la que las iniciativas artísticas tienen que sobrevivir a través de apoyos estatales o asociaciones altruistas, se vuelve cada vez más complicado mantener a el arte vivo en sus formas más sinceras. Muchas expresiones artísticas han sido menospreciadas por no ser capaces de aportar valor económico o por no ser comercializables, sobreviviendo a duras penas con limosnas.
Considero importante reflexionar sobre lo que el arte nos aporta como sociedad, y contemplar esto como un valor económico, ya que una sociedad sin arte difícilmente trasciende o inspira a sus nuevas generaciones. Recordemos que, así como no todos los programadores exitosos trabajan en Silicon Valley, tampoco todos los artistas exitosos lo hacen en Hollywood. No sometamos a las nuevas generaciones a una inanición artística, y démosles una oportunidad a las artes, pues esta es la expresión última que nos hace únicos como especie.