CUENTOS DEL MINISTERIO
A TRAVÉS DE LA PLUMA
MARIEL TURRENT EGGLETON
En el grupo de lectura Lectores Perros* que ofrece Malix Editores por Facebook, el mes pasado leímos e hicimos el análisis de “Dos Crímenes” de Jorge Ibargüengoitia, novela que ya había leído hace unos años pero que releí con el mismo gusto que lo hice la primera vez. Después mi tía Marcela (miembro activo de Lectores Perros) me envió la película con Damián Alcázar que es igualmente genial. Me encantan las actuaciones de Alcázar y me emocioné este domingo cuando vi anunciada su nueva película “El Complot Mongol”, basada en el libro de Rafael Bernal.
Entonces me dieron ganas de volver a leer ese libro y me acordé de cuando lo leí por primera vez. Entre mis actividades domésticas, el trabajo, el perro, el gato, pagos, traspasos y mi trabajo de madre-chofer cuando llegaba a su fin el día, me parecía haber flotado de inicio a fin casi dormida, resolviendo lo urgente sin planear lo importante. Y fue en ese trajinar diario, no sé en qué momento ni cómo, que desaparecieron mis facturas. Tres facturas en blanco que tenía que llenar para el pago de mis honorarios. Con pavor llamé a mi contador y esperando una sentencia fatal le conté lo sucedido. ¡Volteé de cabeza mi casa, la oficina, el coche y no aparecen!, le aseguré. Pero no me salvé de mi penitencia: ir al ministerio público a levantar un acta por robo. Di que te abrieron el coche y se las robaron, porque si dices que las perdiste no procede la demanda, me dijo. Está bien, dije obediente. Pero después me quedé pensando qué clase de solución era esa de ir e inventar un cuento a una autoridad para resolver algo tan sencillo como la pérdida de un documento. Renuente a dirigirme a aquel lugar que seguramente estaría lleno de malas vibras, me di a la tarea de investigar en el portal del SAT. Me sorprendí con un chat maravilloso que rápidamente me hizo saber con número de artículo de la ley y todo, que por robo o extravío debía levantar una demanda ante el ministerio. Le mentí a mi interlocutor cibernético y le dije que ya había ido, pero que por extravío no proceden las demandas. Y me contestó que ese era el tratamiento y era el mismo para robo o extravío y citó el artículo de ley nuevamente.
Ni hablar, no me salvé. Así que fui al Ministerio de Justicia, libro en mano, pensando que aquel trámite me llevaría toda la mañana. Cuál fue mi sorpresa que al llegar había dos escritorios y nadie en espera. Le pregunté a uno de los agentes y me dijo que sacara dos copias de mi identificación y regresara, pero al volver ya no era yo la única, había un joven oriental queriendo comunicarse sin éxito con el agente. ¿Usted habla inglés?, me preguntó el agente. Y me pidió que asistiera yo al chino y que después me atendería a mí. El joven, que hablaba poquísimo inglés, me hizo entender entre señas y palabras sueltas que le habían colocado un cuchillo en el cuello, que él entregó su mochila con su cámara y dos Ipods, y los ladrones se fueron en un coche. El relato era parco y breve, pero el agente tecleaba un texto larguísimo a toda velocidad por lo que no pude evitar asomarme al monitor para enterarme de qué era aquello que narraba. Sorprendida vi que en el acta asentaba que: el chino había entrado en shock al sentir la navaja en su garganta, pues los asaltantes lo amenazaban con cortarle la yugular y él, presa del pánico, no pudo darse cuenta de más señas, ni de la marca del vehículo de sus agresores, pues temía por su vida… Wow!, le dije al agente, usted debería escribir novelas. Y el agente, que por cierto era muy agradable y tenía una redacción impecable, sonrió orgulloso mientras continuaba su relato inspirado con sus dedos moviéndose rapidísimo en el teclado. “Pinche Mongolia exterior”, pensé recordando a Filiberto García, famoso personaje de la novela negra mexicana.
Al finalizar su relato, el agente dijo que tendríamos que pagar $115 pesos tanto el chino como yo, porque precisábamos de un documento para comprobar los hechos. El chino sacó de su cartera un billete de $100, y algunos pesos sueltos que no alcanzaban a ser 10. El amabilísimo agente le perdonó lo que le faltaba, y se guardó en el bolsillo de su pantalón la paga. Sin recibo, ni un “pase usted a la caja”. Ahora si es su turno, me dijo. No pude resistir la tentación, así que aprovechando que las musas visitaban el ministerio, di rienda suelta a mi creatividad literaria y elucubré una historia en la que describí a mis asaltantes con la cara del Padre Marcos y del señor que vende los saborines afuera de la iglesia, les quité como 10 años, les puse pelo largo, estómago de lavadero y un catálogo de tatuajes orientales rarísimos (en honor al chino). Al terminar mi narración el agente me miró incrédulo. ¿Le gusta a usted leer?, le pregunté evadiendo su mirada acusadora. Pues algo, contestó. Le voy a recomendar un libro, le dije, y escribí en una hoja: “El Complot Mongol” de Rafael Bernal; seguramente se sentirá identificado.
El próximo mes sugeriré a los Lectores Perros el libro de Bernal, pues habrá que releerlo antes de ver a Damián Alcázar, Chavelo, Eugenio Derbez, Bárbara Mori, Roberto Sosa y Hugo Stiglitz hacer de las suyas en la pantalla grande.
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