LA MUERTE Y LOS NIÑOS
LAURA SALAMANCA LÓPEZ
TANATOLOGÍANDO
El niño que nace lleva en sí, una promesa de muerte.
Si la muerte entre nosotros los adultos es difícil digerirla imagínense un niño, la muerte de una persona querida es aún más incomprensible para él, por la razón de que el adulto muchas veces quizás por razones culturales les dan explicaciones engañosas y evasivas para evitar su tristeza y hasta quedan a un lado sin ver al que murió, ya que fue en un hospital y no se diga de llevarlos al cementerio, ya que en esto hay varios mitos de que les puede afectar o pueden contraer alguna infección etc. que “no es bueno”, siendo que desde el año de edad el niño debería tener en la mirada el recuerdo de sus primeros familiares que murieron y no esconderlo. El niño queda sin despedirse de su familiar y sufre con el tiempo la ausencia inexplicable.
Los sentimientos de los niños los determinan sus vivencias personales, el ambienten físico, social y las explicaciones que los padres acostumbran dar sus parientes y amigos de acuerdo con su cultura y su educación. El dolor y la tristeza es algo propio del ser humano y no debería evitarse o negarse, mas bien será comprender la muerte sentida y vivida como una parte de nosotros y en serio que a edades mas tempranas el niño es capaz de captar el proceso, ya que, en la adolescencia y adultez para él, será como vivir algo natural, como parte de la vida.
Para el niño vivir la muerte de un familiar cercano como alguno de los abuelos, la madre o el padre será una experiencia nueva en la que no está preparado ni la comprende y por lo tanto no puede aceptarla, dependiendo de la edad, pueda pensar que él o ella regresará o se presentará en cualquier momento lo cual estará relacionado a la estructura familiar, el entorno cultural, la religión, las películas que ve, la clase de juegos físicos y de videojuegos que practique el niño etc.
Si es alguno de los padres el que muere, será de gran impacto afectivo por el lazo tan estrecho y la separación que llega junto con la muerte, su desarrollo cognitivo se verá minado por que la guía de vida culturalmente se encuentra en los padres.
Las instituciones destinadas a cuidar niños huérfanos son formas de control para mantener la estructura social dominante como la base solida y soporte de nuestra sociedad. Dichas instituciones deberían contar con un modelo adecuado de atención a los menores que por supuesto, han pasado por un duelo de tal naturaleza, teniendo por consiguiente perdidas afectivas para atenuar su proceso psíquico, en tal caso se recomendaría poner énfasis en:
- Comprender las fantasías infantiles sobre la muerte
- Dar aportaciones que ofrece el psicoanálisis acerca de las características inconscientes del proceso
- Exponer la visión del mundo de la muerte en la estructura social
Pareciera muy lógico hacerlo sin embargo las instituciones bloquean la investigación y la intervención de gente preparada para esto. Dicho esto por experiencia de compañeros que han querido adentrar en el tema.
Melanie Klein nos dice que en el niño hay una lucha por conservar los objetos internos “buenos” defendiéndose en contra de los perseguidores “objetos malos” ya que con estos sentirán que su mundo esta en peligro de desgarrarse y por lo tanto tratara de reinstalar en el “yo”, el objeto amado perdido (lo reincorpora) y también con el pasar de los días, reinstala los objetos buenos internalizados (sus padres amados) que formaron parte de su mundo interno desde el principio de su desarrollo.
En el proceso encontrará depresión temprana con sentimientos de culpa, pérdida, dolor, tristeza, ansiedad etc.
Pero igual su inconsciente tiende a restablecer e integrar el mundo interno (con una buena imagen y hasta idealizando a los seres que se fueron) sufriendo al mismo tiempo. Y esto será necesario para procesar el duelo. Algunos que llegan a fracasar en el intento es porque en su primera infancia no llegaron a establecer sus objetos buenos internos y no sintieron seguridad apareciendo como personas melancólicas quedando este, como un duelo patológico, ya que el sujeto no logra restablecer a la persona amada y perdida en su “yo”.
La ayuda que se puede ofrecer según (J. Bowbly) en la catexia emotiva, es preparar las bases para una relación con otra persona y sugiere que en la identificación hay una compensación por la pérdida sufrida, pareciera ser el único proceso y en cuanto al dolor experimentado puede ser por dos razones; primero por la naturaleza del anhelo persistente e insaciable de la figura perdida, el dolor resulta inevitable y segundo porque el dolor de la pérdida es el resultado de un sentimiento de culpa y del temor a la represalia, tendrá imágenes y recuerdos persistentes del que murió. Aquí también sentirá un temor a su propia desaparición, cuando las ideas que le han impuesto los mayores (la información incompleta y desvirtuada) no han sido claras sobre la causa de la muerte, asi que puede verse reflejado en una muerte igual sin causa. Para un niño a diferencia del adulto es más difícil encontrarse en un mundo extraño a raíz de la falta de algún progenitor, ya que su vida cambiará, encontrándose solo y sin la figura de protección y si hablamos de los niños que son canalizados a orfanatorios o internados el conflicto interno se acentúa todavía más, por quedar a cargo de personas extrañas
En el duelo aparece la necesidad de recuperar a la persona perdida, por eso la necesidad del llanto, la ira o el odio hacia la persona que se fue y es de gran importancia saber las condiciones en que vivía la familia cuando se presentó la muerte y después de ella, este duelo puede durar varios años incluso hablando desde muy temprana edad, puede llegar la adolescencia siendo un periodo vulnerable por el que tenga que transitar el niño.
Aunque sabemos que luego de tal perdida, el estado de duelo agudo se mitiga, también sabemos que seguiremos inconsolables y jamás encontraremos un sustituto. No importa qué pueda llenar el vacío; aún cuando lo llene por completo, siempre es algo distinto, y en realidad asi debe ser. Es la única manera de perpetuar ese amor al que no queremos renunciar.
Sigmund Freud