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Medio ambiente: sostener la paz construyendo justicia
Lourdes Cabrera Ruiz
En las últimas décadas del siglo pasado comenzó a ser divulgado el desequilibrio ecológico a causa de la industrialización, el consumo desmesurado y la contaminación ambiental. Para intentar contener la avalancha de problemas, la Asamblea General de la ONU, en diciembre de 1972, estableció el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). En la actualidad, sus prioridades se centran en los aspectos ambientales de desastres y conflictos, la ordenación de los ecosistemas, la buena gestión del medio ambiente, las sustancias nocivas, el aprovechamiento eficaz de los recursos y el cambio climático.
Veinte años después, el PNUMA amplió su temática a partir de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, realizada en Río de Janeiro, y conocida como «Cumbre para la Tierra». Ahí se elaboró la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. En el denominado «Programa 21», la Declaración hizo célebre el concepto de «desarrollo sostenible», convirtiéndolo en el eje de todas las actividades de desarrollo del sistema de la ONU.
Asimismo, la Cumbre para la Tierra dio lugar a la aprobación del Convenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (1992) y del Convenio de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación en los Países Afectados por Sequía Grave o Desertificación, en particular en África (1994). En la «Cumbre para la Tierra + 5», la Asamblea General reconsideró y evaluó la aplicación del Programa 21, a la vez que planteó sugerencias para su nuevo desarrollo.
Los principios del desarrollo sostenible han estado implícitos en numerosas conferencias de la Organización, entre las cuales podemos citar la Segunda Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Asentamientos Humanos (Estambul,1996); la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible (Johannesburgo, 2002); la Cumbre del Milenio (Nueva York, 2000) y sus Objetivos de Desarrollo del Milenio, que hablan de garantizar la sostenibilidad del medio ambiente; y la Cumbre Mundial 2005.
El PNUMA y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) se reunieron en 1988 para crear el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). El principal instrumento internacional en esta materia, la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Estados Partes) (UNFCCC) se aprobó en 1992. Del mismo modo, el Protocolo de Kyoto —que fija unos objetivos de obligado cumplimiento para 37 países industrializados y la Comunidad Europea para reducir las emisiones de los gases del efecto invernadero—, se aprobó en 1997.
La lista de los órganos de la Organización que apoyan activamente al medio ambiente y al desarrollo sostenible incluye, entre otros, al Banco Mundial, al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), al Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Hábitat), así como a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Después de esta serie de esfuerzos, se observa que el Pacto Mundial de las Naciones Unidas compromete a la comunidad empresarial internacional en la observancia de los principios relativos al medio ambiente, y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM), concebido como asociación entre el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y el Banco Mundial, que ayuda a financiar todo. Sin embargo, estos compromisos no parecen paliar en forma significativa la magnitud del problema.
Por ello, y dada la crucial importancia de la perspectiva ambiental y el principio de la sostenibilidad, la Asamblea General estableció una serie de observancias para catalizar una acción positiva mundial. Entre ellas, se puede mencionar el Decenio de las Naciones Unidas de la Educación para el Desarrollo Sostenible (2005-2014), y el Decenio Internacional para la Acción, «El agua, fuente de vida», que comenzó el 22 de marzo de 2005. Además, la comunidad mundial celebró el Año Internacional de las Fibras Naturales en 2009, el Año Internacional de la Diversidad Biológica en 2010, y el Año Internacional de los Bosques en 2011. Pero todo esto, ¿por qué no ha sido suficiente?
Recordemos algunas otras celebraciones establecidas por la Asamblea y relacionadas con el medio ambiente, como son: el Día Mundial del Agua (22 de marzo), el Día Internacional de la Diversidad Biológica (22 de mayo), el Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio), el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía (17 de junio), el Día Internacional de la Preservación de la capa de ozono (16 de septiembre).
Un número interesante de iniciativas internacionales y mundiales como para alcanzar a detener los efectos de diversa índole; sin embargo, no ha bastado con celebrar mediante acciones eventuales: su motivación equivale casi siempre a un mero formalismo o cumplimiento; en cambio, es urgente la participación sistemática de la ciudadanía joven a través de la creación y consolidación de redes, planeación y organización de movilizaciones, documentación y seguimiento de casos, etc., de manera que pueda existir la posibilidad de un reconocimiento generalizado por parte de las generaciones presentes. En ellas radica la fuerza que comienza con el ejercicio de pensamiento crítico y autocrítico capaz de revertir y frenar la producción y el consumo irresponsables.
Desde luego, también, la fuerza radica en donar parte de nuestro tiempo para contribuir a la construcción de una cultura de paz, que pueda, a la vez, crear las condiciones para una humanidad justa, digna, equitativa, respetuosa de las diferencias, especialmente para con los sectores de la sociedad cuyos derechos han sido más vulnerados. Por otra parte, hablamos de una humanidad consciente y responsable en sus hábitos, que ejerza su derecho a un ambiente sano, lo cual ayudará a la existencia de empresas que conozcan y respeten el equilibrio del entorno, y a la no proliferación y reparación del daño por parte de aquellas que actualmente asolan territorios que son fuente de recursos indispensables para la vida.