Bienestar para Mujeres en Retiro
Lógicas del mandala
Lourdes Cabrera Ruiz
Sin jerarquía, horizontal, sin volumen, radial; ramificaciones que se multiplican conforme aumenta el área central de la imagen; repetición equilibrada, simétrica, pletórica; trazos que combinan líneas rectas y curvas; figuraciones que se acomodan al interior de un círculo. Nada sale de ese perímetro, sino que busca su acomodo en la redondez del área. Y aunque nada queda fuera, la impresión de infinito al interior es evidente. En estas lógicas descansa la imagen de un mandala.
Para qué se acude a este formato, por qué dicen que es relajante iluminar, colorear, y más aun, crear al interior del círculo esa red de líneas concatenadas, en secuencias que al repetirse generan más de lo mismo, sin sorpresa. Esta certeza de hallar una distribución predecible de cada parte del conjunto, podría ser la respuesta.
Pero también sucede algo, pese a que el contenido se ajusta al interior del círculo. Hay un movimiento de libertad en el que mira. El que piensa “¿de qué color…?” está tomando la primera de infinitas y quizá automáticas o inadvertidas decisiones. Porque una persona frente a un mandala sabe que toda la magia sucede cuando entra en diálogo silencioso con los colores y el equilibrado peso de tonos y combinaciones encuentra su sitio.
Sucede también que a mitad del camino, resulta imposible detener la tarea. Hay una sobrada pasión en el hecho de escapar de las áreas blancas, intactas. Hay un ligero terror al vacío. Y es que se ve tan lindo cuando presenta contrastes, cuando evoca, en virtud de la manera en que se ha venido apoyando la punta del color sobre la hoja.
Entonces, al añadirse libertad, juego, pasión por cubrir todas las áreas, la niñez adormecida se encamina gozosa en las posibilidades que ofrece el raciocinio del adulto. Niño y adulto se dan la mano, se dan prestadas también otras herramientas, como la imaginación y todo el riesgo de asumir resoluciones cromáticas sobre la marcha.
Dicen que el mandala ayuda a la concentración de quien lo observa y descifra sus mensajes. Ayer fue uno; hoy es otro; mañana, también habrá algo más que extraer de ahí: nuevas lecturas. De manera que es un juego retórico muy completo, pues ha delimitado su espacio, pero invita al rompimiento mediante otros códigos, que pueden ser culturales o estéticos.