CRÓNICAS DEL OLVIDO
“DIAS DE GUARDAR”: CARLOS MONSIVÁIS
ALBERTO HERNÁNDEZ
Cronicario como la ciudad capital de México (DF), babélico, de emergencias callejeras, personajes dislocados y delicados, pasiones. Un libro muy mexicano. Muy de la calle de esa Nación atestada de anécdotas, historias, amores, canciones, cine, teatro y locura. La flora y la farándula, perfiles humanos, tentaciones, días y noches para celebrar. Otros para olvidar.
“Días de guardar” (Biblioteca ERA, México, DF, 1970) despoja al autor de todas las historias que rodean su existencia. Se despoja de ella desde la mirada del periodista, del crítico, del irónico, del sobrio y también informal. Monsiváis refresca muchas memorias. No deja tema en el aire. Los toca todos, todos los que están a su alcance, los que puede remover con sus pinzas de cirujano verbal, los que burla burlando y los que destaza para que el lector no se reprima.
Se vale de Octavio Paz, Auden, Carlos Fuentes, Robert Lowell y Norman Mailer para desplazarse por su país como si paseara en bicicleta o en un taxi. Mira hacia todos los lados, no espera la luz roja para detenerse. Pasea a placer y describe, narra y dialoga con una ciudad y la saca de su geografía desde los puntos y perspectivas que su oficio le ofrecen.
Un diario, mes a mes, hora a hora, que tiene en el periodismo a su más próximo e íntimo compañero de travesía. Periódicos, revistas, fiestas, celebraciones…temas que sin solución de continuidad conforman este grueso tomo de uno de los cronistas más avezados y agudos del país de los charros y mariachis.
Consignas, marchas y contramarchas, artistas invitados, la Alameda Central, la siempre nombrada Revolución Mexicana, una mayúscula que perdió su horizonte. Amores, madres, los huérfanos y Dolores del Río, el general Cárdenas, José Luis Cuevas, Cantinflas, Carlos Fuentes, Fernando Benítez, “los políticos en alza, los toreros o futbolistas de moda, la China Mendoza y las cámaras de televisión y las cámaras de televisión”, un ritornelo que fabrica las mismas ilusiones traídas del pasado y traducidas por la calle que Monsiváis llevaba siempre en los bolsillos.
Un libro para leer y descansar con él. Volver y revolver. Retornar, regresar y abrirlo en cualquier página para encontrarse con la risa del autor, la sonrisa esquiva o las palabras acentuadas por su mexicanismo tan mexicano.