Editorial

El secuestro de las sensaciones – A Través de la Pluma

El secuestro de las sensaciones

Mariel Turrent

A Través de la Pluma

Actualmente ir al teatro no es lo mismo que cuando yo era niña. Vivía en la Ciudad de México y mi papá nos llevaba con frecuencia al teatro Manolo Fábregas, al San Rafael, al Insurgentes, entre tantos otros. Recuerdo aquellos telones rojos que se alzaban para descubrir una especie de ventana enorme a un espacio —el escenario— en el que sucedía algo que nosotros íbamos a descubrir. Aunque me gustaba que los actores se cambiaran de vestuario y el escenario se transformara, es decir, que viajáramos detrás de esta ventana a otros espacios, lo que me apasionaba era la actuación y los diálogos de los actores. Eso, sobre todo, los diálogos. Cómo olvidar aquel monólogo en el que Miguel Ángel Turrent representaba con maestría a Vincent Van Gogh. En el escenario no había nada más que una silla y el actor. Aunque yo era una niña me transportó a otro tiempo, me metió en las venas del pintor y lo más importante introdujo al pintor dentro de mí, yo dejé de ser un espectador y sufrí su delirio. Al final, mi padre fue a su camerino a felicitarlo y después le comentado a mi madre que el actor terminaba muy afectado tras la encarnación del personaje.

A medida que fui creciendo, descubrí los espectáculos musicales de Londres y Nueva York. Descubrí las obras de Andrew Lloyd Weber, con estos escenarios que ya no eran una ventana, sino que te metían a ella y en lugar de retratar una realidad la interpretaban. Se convirtieron en una novedad las caracterizaciones de los gatos de Cats; los actores patinando a gran velocidad alrededor de todo el teatro en Starlight Express, el mundo subterráneo de El fantasma de la Ópera y la música, sobre todo, la música, que reemplazaba a los diálogos enardeciendo las emociones del público que a pesar de estar dentro no dejaba de ser un espectador.

Entonces el teatro se revolucionó. Los monólogos, los diálogos significativos, quedaron en foros pequeños, donde los actores van por hacer arte, y el público es una minoría que quiere involucrarse hasta el éxtasis en la actuación y aplaude hasta las lágrimas la metamorfosis del artista que a su vez lo posee.

Pero lo comercial, lo que de verdad vende hoy en día, son los espectáculos. El mismo Andrew Lloyd Webber ha tenido que competir consigo mismo porque el público cada vez espera más y requiere de más estímulos para vibrar. Jesucristo Súper Estrella es el ejemplo ideal. Esta superproducción que se presenta ahora en la Ciudad de México tiene, por una parte, la letra de las canciones de Tim Rice —en1970 la escribió para álbum conceptual— cuyo argumento se centra en los últimos siete días de la vida de Jesús de Nazaret, desde el punto de vista del personaje principal que es Judas y en esta ocasión interpreta de forma excelsa Erick Rubín.  Por otro lado, la música es sensacional, entra en las fibras auditivas del público y lo sacude de su asiento, lo hace aplaudir, bailar, y también angustiarse y sufrir. Todo esto se exacerba gracias a la tecnología actual que se derrocha en esta puesta en escena, para trasladarnos a mundos distantes, distintos, e inimaginables con un espectáculo de proyecciones, luz y sonido impactante. Enrique Guzmán interpretando a Herodes es la cereza del pastel, María José es María Magdalena quien inunda el escenario con su voz y su belleza tan femenina, Kalimba con la alegría de sus ritmos y Yahir… faltó escenario para Yahir, fue una promesa hermosa pero incumplida que se perdió entre todo el elenco. De Beto Cuevas no diré nada, a mí me hubiera gustado ver a un Jesús más fresco, carismático, sencillo, pero como aquí lo vemos a través de los ojos de Judas…

Como conclusión a todo esto es que el teatro tiene cada vez que cumplir con un público más exigente, que ya no se esfuerza por imaginar, que no quiere pensar ni coopera para introducirse en el mundo que se le plantea. El público de hoy es pasivo y busca esa explosión de sentidos que llega a su butaca, y lo secuestra durante dos horas tras las cuales, sin haber hecho otro esfuerzo que el de pagar su costosa entrada, sale sacudido y extasiado.

Valió la pena experimentar esta puesta en escena tan espectacular, pero definitivamente a mí me sigue gustando entrar a esos pequeños foros donde hay un selecto grupo de espectadores y puedo involucrarme, imaginar, vivir y sentir con la respiración del mismo actor. Porque cuando entro voluntariamente en ese pacto y creo con mi imaginación todo lo que la tecnología no aportó, por unos pocos pesos me llevo una experiencia menos efímera y más intensa como la que recuerdo del Van Gogh de Miguel Ángel Turrent.

Nota: Sobre experiencias locales en los pequeños foros, Daniel Gallo e Hirán Sánchez, son otros de mis recuerdos inolvidables.

 

 

FICHA TÉCNICA

Título obra El autorretrato

Autoría Miguel Ángel Turrent

Dirección Miguel Ángel Turrent

Elenco Miguel Ángel Turrent

Espacios teatrales Teatro El Granero

Referencia Malkah Rabell, “Se alza el telón. El autorretrato” en El Día, 17 junio 1981, p. 28

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