Agustín Labrada y la Nostalgia
Mariel Turrent (Malix Editores)
A Través de la Pluma
No tengo idea si para mí el tiempo pasa lento o rápido. Pero me gusta pensar que cuando tengo prisa, si no cedo al trastorno y a la ofuscación del estrés, el tiempo me complace y desacelera, permitiéndome fluir más aprisa para que le alcance el paso.
Hoy como todas las mañanas apareció en mi celular un mensaje de mi amiga Lil con una frase para reflexionar. Hoy la frase era de Iván Turguénev y decía así: “El tiempo, como es sabido, a veces vuela como un pájaro y otras se arrastra como un gusano, pero cuando las personas están verdaderamente a gusto, ni siquiera se dan cuenta de si pasa rápido o lento.”
Yo debo de ser de esas personas que está verdaderamente a gusto, porque no me había percatado de cómo ha pasado el tiempo hasta que Agustín lo mencionó.
Conozco a Agustín desde hace muchos años —y aquí tengo que decir que él no me conocía a mí porque, desde entonces, él era una personalidad y yo una diletante en busca de un camino literario—; no me había dado cuenta de cuántos hasta que, en la plática, surgieron Alicia Ferreira y el taller Surgir —al que me uní en 1994 y asistí por más de diez años—, Francisco López Sacha —con quien tomé un taller en la Casa Internacional del Escritor en Bacalar—, la fundación de la Asociación de Escritores, Carlos Hurtado, Leonardo Costa, la creación de la Casa del Escritor con Miguel Ángel Meza —quien protagonizó la librería de La Crónica, me hizo leer “Altazor” y me vendió mi adorado Corripio que hasta ahora me acompaña…
Pero como la visita de Agustín al Taller Malix se propuso para hablar de su proceso creativo, y no de nuestros recuerdos mutuos, la conversación, tímida, cambió de rumbo con el hervor de la tarde y Agustín con sus maneras poéticas la hizo entrar en la metáfora de su propia persona, en la musicalidad de sus ideas que atinan a decir lo necesario y callan lo obvio, provocando que los escuchas voláramos en ese sueño oculto en el que preserva su intimidad y protege su ser sensible, que a su pesar, se hace evidente. Nuestros sentidos tuvieron que pedir refuerzos, hicieron falta más de cinco para captar la deliciosa presencia del invitado y descubrir la pauta que nos llevó a su ser poético.
Los poemas sonaron en la voz del cubano y viajamos al tiempo de su niñez, a su tierra, después un suspiro nos hizo descubrir su alma joven enamorada. Pero esa nostalgia —que el vate confesó lo acompaña desde siempre— fue una inyección intravenosa que, haciendo efecto lentamente en mí, trajo a mi memoria a tanta gente que ya ha volado. Recordé a Carlos Düring y la mención honorífica que recibimos por un cuento mutuo; a Jorge Brogno con sus breves relatos cinematográficos, y esas tardes de cine en la Casa de la Cultura de Cancún, enriquecidas por sus comentarios. Revivieron las tardes de complicidad literaria con Aida, Michel, Alejandra, Cecilia, María Rosa, Rosa María, Elvira, Maricarmen, Rodrigo, y tantos otros que arrastrábamos el lápiz mientras degustábamos té y algún antojo en casa de Alicia. Recordé las plaquetts, como ella llamaba a esos traviesos fanzines impresos bajo el nombre de “Cuadernos de Cancún”, y la visita fugaz que hice a Cozumel para escuchar la obra de Salvador Lemis; un curso humorístico con Lazlo Moussong en Cancún, los suplementos culturales de Carlos Torres promoviendo a los jóvenes talentos, y después la Editorial Presagios, traída al mundo por Gabriel Avilés, que publicó a todos los entonces escritores cancunenses, además de llevar a comer a mi casa a Elena Poniatowska, y hacernos departir con personalidades de la talla de José Agustín, Alí Chumacero, Raúl Renán…
En fin, los efectos de las palabras de Agustín también me hicieron soñar con la efervescencia literaria del Quintana Roo de aquellos días… Hasta que de pronto, sentí que el tiempo me tocaba el hombro y me mostraba cuántas horas después, seguía yo intoxicada por la nostalgia, sintiendo la necesidad de regresar a la poesía, de instalarme en la sutil influencia de su añoranza y de esa voz, que no sabe contar sino a través de la palabra escrita, ocultándose en las figuras del pensamiento para velar sus afectos mientras secretamente nos adentra en su mundo, despistados e inconscientes de sus efectos secundarios.
Esa tarde escribió a Agustín como la metonimia de sí mismo, el signo que englobó a su universo; hoy, la mañana nublada me ha convertido en la sinécdoque de la saudade cuyo significado me invade al recordar ¡cómo ha pasado el tiempo!