Yucatán, Candil de la Calle
Roberto Cardozo
Y Aquí Empieza el Abismo
En Yucatán, es más probable morir por una afección cardíaca, que morir asesinado. Es el discurso que hemos escuchado desde hace unos años, sobre todo cuando de números se trata, utilizados con fines políticos. Es de un orgullo vano andar presumiendo que Yucatán es un estado muy seguro, en el que tenemos la tasa más baja de homicidios en el país.
Para empezar, a pesar de la baja tasa de homicidios, el porcentaje de feminicidios es muy elevado, llegando a un 40% aproximadamente en 2018, según cifras de INEGI y la SSP; haciendo que este eslogan que tanto escuchamos acerca del estado más seguro del país, se redimensione a niveles que deben ser revisados con atención. Por un lado, la alerta de feminicidios debe estar activada de manera permanente en cuanto se sigan dando estas situaciones que, si bien se han clasificado en su mayoría como violencia intrafamiliar, la realidad es que las muertes violentas tienen una alta carga de género.
Por el otro lado, no perdamos de vista el tema de la dinámica al interior de las familias, que es el origen de las demás causas de muerte en la entidad. Estamos hablando de fallecimientos por padecimientos cardíacos, diabetes y demás afecciones consecuencia de la obesidad. Otro indicador que enciende las luces de alerta es el los suicidios, en el que tenemos los índices más altos del país y a nivel global. Todo esto, iniciado desde el seno familiar, cuando se supone que la familia es la que debe velar por nuestra integridad y nuestra salud. Uno más, el registro más alto de consumo de alcohol lo tienen los yucatecos a nivel nacional, algo que no nos debe poner muy contentos, ya que esta situación amalgama las mencionadas con anterioridad.
En pocas palabras, en Yucatán te mata la familia y no la calle. A esto le debemos sumar, por si el panorama ya no fuera lo suficiente desolador, que en los últimos estudios de la OCDE, los yucatecos fuimos el último estado en niveles de redes de apoyo y comunidad, en comparación con el resto del país. Somos primer lugar en seguridad, primer lugar en gobernanza y participación cívica, tenemos los primeros lugares en empleo, satisfacción con la vida, medio ambiente y lo cacareamos a los cuatro vientos, pero no queremos ver que nuestras propias familias nos están matando y no solo con la violencia, sino al perpetuar patrones de conducta culturales que a la vez son conductuales.
Nos mata la familia y ni siquiera nos sentimos con la confianza para buscar la ayuda de los amigos y las redes de apoyo que podrían brindarnos soporte. Nos mata la familia, pero nosotros nos sentimos felices, sobre todo los domingos con nuestras tortas de cochinita, para después ir por las “promos” de caguamas y terminar el cuadro con un zafarrancho a media calle con camioneta de policía incluida. Creo que es hora de mirar hacia adentro de las familias, porque en las mismas familias empieza el abismo.